
El que emprende su propio negocio, con el tiempo, dedicación y suerte, llegará a disfrutar de sus esfuerzos. También mirará que la dimensión que ha alcanzado le resulta difícil de operar en la soledad en la que se encuentra.
Como director solitario sentirá la necesidad de ayuda: de que un segundo de a bordo cargue con la parte operativa. Y no faltará quien le diga: “Contrata a un profesional e institucionaliza tu empresa”. Él contratará al mejor profesional disponible, confiando en que esto le solucionará todos sus problemas. Mis vivencias me dicen que si no se está bien preparado para este cambio, emergerán otros problemas de los que no siempre resultarán bien librados el contratante, el contratado y la empresa.
Si el profesional no es consciente de la importancia del costo-beneficio tenderá, con su esquema inercial de trabajo, a reclutar un séquito de colegas que le ayuden en este proceso de institucionalizar el negocio; logrando, súbitamente, engrosar la nómina y otros gastos, pero difícilmente aumentará las ventas y utilidades en la misma proporción de los gastos.
Luego vendrá un choque de culturas empresariales: entre el extremo de la práctica exitosa, pero ya insuficiente para el tamaño del negocio, y la costosa y abrumadora tecnocracia que el director profesional tratará de importar de la empresa en la que estaba. Lo que resulta explicable, pues preferimos repetir lo que sabemos y nos ha funcionado anteriormente. Pero no se debe ignorar que el cambio de escenario requiere de otras estrategias, métodos y paradigmas.
No podemos menospreciar los beneficios que la institucionalización puede acarrear al director-dueño. Veamos algunos:
* Controlar mejor su operación, al delegarla en alguien más especializado. Esto no debe ser sinónimo de abandonar totalmente la gestión del negocio, en especial en lo tocante al rol de dueño.
* Puede involucrar a los segundos y terceros niveles en esta nueva modalidad de dirección. Y así aprovechar para desarrollar al personal y hacerlo partícipe de los nuevos tiempos.
* Le permitirá estar más a la búsqueda de mejores estrategias y oportunidades.
* Podrá dedicarse a una verdadera labor de dirección, y tendrá un nuevo estadio de gestión.
* Lo pondrá en posición de más movilidad para añadir valor a su empresa.
Para asegurar la buena marcha de este conveniente proceso recomiendo que tanto el dueño que contrata, como el profesional que es contratado, reflexionen a fondo y a priori, sobre lo siguiente:
* Qué es lo que se entiende y, sobre todo, qué se espera de la profesionalización.
* Evitar hacerlo porque está de moda… o porque a otro empresario sí le resultó como solución; sin analizar si ésa es la medida que requiere la estructura de autoridad y dirección de la empresa.
* Que el empresario y el profesional definan muy bien qué espera el uno del otro. Y es todavía más importante definir en qué se beneficiará el negocio con la contratación y los servicios del profesional en cuestión.
* Que el profesionista tenga bien clara la parte de responsabilidad que a él le corresponde. No puede pretender, de la noche a la mañana, manejar un negocio mediano, e incluso grande, como si fuera Wal Mart. Es preciso un plan gradual de transición de una dirección solitaria – y pragmática – hacia una nueva forma de dirigir en equipo.
De no ser así, veremos a un empresario decepcionado de los profesionales, una empresa desgastada, un profesionista frustrado y con la imagen deteriorada. No faltará quien le diga a nuestro empresario del ejemplo: “Te lo dije, esos profesionales nomás cuestan dinero, pero sólo complican las cosas”.
Y también habrá quien le diga al profesional: “Estos empresarios no saben valorar el trabajo especializado, y en el fondo no desean realmente soltar el poder e institucionalizarse”…
Triste final de una situación, de perder-perder, que bien pudo haberse evitado.
Coach y Consultor de Empresas
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D. R. © Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción sin el permiso del autor.