Recuerdos de inmigrante

Por Virginia Gaglianone

A esta altura, he vivido más aquí que allá. No fue algo planeado, ni siquiera imaginado. Si antes de viajar al norte, décadas atrás, alguien me hubiese dicho que terminaría viviendo en California, que mis hijos nacerían aquí, no lo hubiese creído.

¿Qué fue lo que me decidió a quedarme en EE. UU., a dejar mi familia, mis amigos, mi tierra y mi cultura?

No fue un hecho aislado, más bien una serie de eventos, algunos más determinantes que otros, una cadena de circunstancias que, como en el caso de muchos otros inmigrantes, terminó anclándome al sur de California. Siempre digo que, si tuviese que volver a hacerlo todo otra vez, no podría. Ya no tengo la energía, la inocencia, el valor que tenemos a los 24 años, cuando creemos que todo es posible y que siempre tenemos razón.

Miro atrás y cientos de escenas me vienen a la mente.  

Me viene a la mente el día en que mi tío Horacio me regaló el pasaje para venirme de vacaciones a California. Me viene a la mente el momento en que bajé del avión, sin tener idea de lo que decían a través de los parlantes. Me acuerdo de que recién entonces me pregunté cómo no se me había ocurrido aprender inglés antes de venir. Me acuerdo de la sensación que me dio el imponente aeropuerto de Los Ángeles, la cantidad de gente a mi alrededor, la mezcla de ansiedad, expectativa y miedo.

Me viene a la mente el nefasto día en que un “amigo” de mi prima casi me mata a golpes. Recuerdo gritar y gritar sin que nadie me preste atención y menos aún, me ayude. Recuerdo el miedo indescriptible de creer que así moriría, en un viaje de vacaciones que nunca debería haber hecho. Recuerdo el departamento de policía donde fui a hacer la denuncia, y el momento en que decidí que, con esas heridas, en el cuerpo y en el alma, no podría volver a Argentina, al menos por un tiempo, al menos hasta que las heridas visibles comenzaran a cicatrizar. Recuerdo mantenerlo en secreto, para no entristecer a mamá.  

Me viene a la mente el día que conocí a mi novio que tocaba en una banda de rock, y decidí quedarme “sólo un par de meses más”. Recuerdo el Parque MacArthur, en el centro de Los Ángeles, donde fui a comprar mis documentos “chuecos”, para poder trabajar y evitar que me deporten.  Recuerdo cómo otros inmigrantes se acercaban, disimuladamente y en voz baja, y ofrecían todo tipo de documentos a quienes, como yo, teníamos piel marrón y cara de inmigrante. “Dame una foto y el dinero y en veinte minutos te traigo una licencia de manejar y la ‘grincar’ ”. Me viene a la mente mi primer trabajo en este país, cuidando niños y limpiando casas “cama adentro”, para tener un lugar dónde vivir, otro secreto que tampoco compartiría con mamá, porque me hubiese dicho que me vuelva de inmediato.

Me viene a la mente la escena del estacionamiento en la clínica de Planned Parenthood, cuando descubrí que estaba embarazada. Me viene a la mente mi novio y yo mirándonos sorprendidos, considerando múltiples escenarios. “¿Y ahora qué hacemos?” “No sé, dejámelo pensar”. Silencio total camino de vuelta al departamento y un nudo en la garganta que no me dejaba tragar. Recuerdo pensar que ojalá me hubiese quedado en Argentina. Recuerdo llamar a mamá para contarle y también recuerdo su reacción. “¡Yanquis de mierda! Volvete a Argentina, que lo criamos juntas”. Recuerdo contarle a mi novio lo que me había aconsejado mamá, y decirle que estaba considerando tener al bebé, después de todo. Recuerdo decirle que, si él no quería, no había ningún problema, que igual lo quería tener, que no se preocupara, que mi mamá iba a mandarme el pasaje de vuelta.  Recuerdo cuando nos casamos para que me dieran la visa y el permiso de trabajo, y cuando decidimos criar juntos al bebé.

Me viene a la mente cómo, a pesar de haber vivido más años aquí que allá, nunca llegué a adueñarme del inglés, cómo nunca pude dejar de escribir, pensar y sentir en español. Me vienen a la mente las incontables veces que fui discriminada por mi acento y mi color de piel.  Sobre todas las cosas, me viene a la mente cómo, aunque nunca regrese a mi tierra, aunque me muera en este país, nunca dejaré de ser inmigrante.

 

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