
La salud de los candidatos presidenciales en Estados Unidos está en el foco de atención, derivado particularmente de la neumonía que padece Hillary Clinton y que se evidenció en el evento púbico al que asistió en Nueva York para honrar la memoria de las víctimas del 11 de septiembre. Aunque no es obligación que los candidatos publiquen sus registros e historiales médicos, hacerlos públicos es una decisión estratégica que podría generar confianza en el electorado y sumar cuentas favorables en los votos.
Tanto Clinton como Trump han estado presentando a la prensa estadounidense reportes médicos firmados por sus médicos de cabecera que reflejan irónicamente una salud envidiable, de ganar cualquiera de los dos serían los presidentes con mayor edad en llegar a la Casa Blanca, Clinton con 68 años y Trump con 70 años. Sólo ellos mismos y sus médicos saben si los reportes presentados por sus médicos corresponden con la realidad de una salud plena, o si exageran en un asunto demasiado serio. Pronto lo sabremos.
Que los reportes hablen de que los candidatos tienen un estatus saludable hasta ahora, desde luego cuestionable, no garantiza que la mantengan por el ritmo de trabajo que llevan, ni tampoco que la tendrán en el futuro con la responsabilidad que representa ser presidente del país más poderoso del mundo. En el caso de Clinton, además de la neumonía que padece, también tiene problemas con la circulación que ha generado coágulos sanguíneos, en consecuencia, los viajes constantes en avión no favorecen mucho su situación.
En el caso de Trump, el tema de la salud no es sólo física, sino mental, debido al carácter agresivo y en el tono de sus constantes descalificaciones a las minorías, mujeres, migrantes y varios grupos vulnerables, algunos especialistas en salud mental afirmaron en medios de comunicación que el candidato padece de un desorden mental y una personalidad con exceso de narcisismo. Aunque no hace falta una lectura de un especialista para percibir con sentido común el perfil psicológico de un hombre racista, autoritario, manipulador, experto en mentir.
La investigación sobre la salud mental de 37 presidentes estadounidenses (de 1976 a 1974), realizado por investigadores Jonathan Davidson, Kathryn M Connor y Marvin Swartz en Carolina del Norte, del Departamento de Psiquiatría de Duke University Medical Center, encontró que en varios casos los presidentes padecían depresión, ansiedad, narcisismo, desorden bipolar y hasta problemas de alcoholismo. Es decir, hay evidencias probadas de estos padecimientos en estas figuras públicas. Ser presidente no los inmuniza de las enfermedades físicas y mentales.
Para bien o para mal, en Estados Unidos se habla del tema, no sucede igual en el caso de México, la salud de los presidentes sigue siendo un tema tabú, con la ley de transparencia mexicana, los servidores públicos tienen derecho a proteger sus datos personales, entre ellos su estado de salud. Aunque a la vista de todos se vean rostros desmejorados y cuerpos cansados, con ideas incoherentes y falta de memoria en eventos públicos, como Peña Nieto. No hay modo de hablar del tema con la atención merecida, menos aún lanzar preguntas incómodas que no se responderán. El rumor del supuesto alcoholismo del expresidente Felipe Calderón, mencionado en un programa radiofónico en México, causó tanto enojo el entonces mandatario que ordenó despedir a quien tuvo la osadía de siquiera preguntarlo. Los medios informativos a modo, descalificaron a la periodista Carmen Aristegui por abrir el tema y luego guardaron silencio.
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