Roberto Álvarez Quiñones
“Cuando me miro y toco/
yo, Juan sin Nada no más ayer,/
y hoy Juan con todo,/
(…) me veo y toco/
y me pregunto cómo ha podido ser/
Tengo, vamos a ver,/
que siendo un negro/
nadie me puede detener/
a la puerta de un dancing o de un bar/
O bien en la carpeta de un hotel/
gritarme que no hay pieza.//
Tengo que como tengo la tierra tengo el mar/
no country/ no jailáif/
no tenis y no yacht/
sino de playa en playa y ola en ola/
gigante azul abierto, democrático”.
Con estas jubilosas estrofas, y otras más, cantó el gran poeta Nicolás Guillén a la dizque maravilla que significaba la “revolución” para los cubanos luego de expropiar a los “explotadores burgueses“.
El sonado poema, con el compás rítmico-folklórico peculiar de uno de los más importantes poetas cubanos, fue escrito en 1964, cuando el romanticismo populista nublaba las entendederas de los hipnotizados por el encantador de serpientes Fidel Castro y creían en el “futuro luminoso” que él dibujaba en sus discursos gracias al disfrute de los bienes arrebatados a los “burgueses”, y de todo lo construido por el capitalismo en Cuba durante 57 años de empuje económico que la convirtieron en uno de los países con más alto nivel de vida en Latinoamérica, con un ingreso per cápita que duplicaba al de España.
“Estamos llenos, no quedan capacidades”, mentira dolarizada
Leamos entonces ahora este fragmento de una crónica reciente enviada por un periodista independientes desde la isla:
“‘Estamos a tope’, ‘estamos llenos’, ‘esperamos una delegación muy grande (…) no quedan capacidades’.
Falso, son burdos pretextos para impedir que los cubanos entren siquiera en los hoteles de La Habana si no cuentan con moneda extranjera, en su propio país. Baste saber que en el primer semestre del presente año (2022) la tasa nacional de ocupación hotelera en Cuba fue de un 14.4%, una de las más bajas del mundo. Y en octubre no pasaba del 30%, según datos oficiales.
Paralelamente, en la Gaceta Oficial el pasado 4 de noviembre de 2022 se hizo oficial un decreto del Consejo de Ministros que convirtió a los cayos del norte de Ciego de Ávila y sus magníficas playas en “territorio de preferente uso turístico (…) para desarrollar la actividad turística (internacional) vinculada a la vocación de sol, playa, náutica y naturaleza”. Solo se permitirán en esas zonas “viviendas asociadas al desarrollo de golf e inmobiliaria (…) viviendas dirigidas al alojamiento de especialistas extranjeros, vinculados a la actividad turística”.
O sea, el terreno cubano queda vedado para los cubanos. Y agrega la Gaceta Oficial que tampoco los cubanos tienen acceso a “las actividades de buceo, náuticas y servicios de guías”. Solo están disponibles para turistas foráneos.
La farsa terminó al acabarse lo logrado por la “burguesía”
¿Es ese el mismo país de playas y hoteles abiertos al pueblo trabajador mencionado por Guillén? Sí. ¿Qué ocurrió? Que aquella revolución siempre fue una gran mentira que quedó encueros cuando todo lo acumulado por el capitalismo durante décadas se acabó, o se fue deteriorando y destruyendo, y que recibió su puntillazo al morir el “paganini” soviético que la subsidiaba, y luego al entrar en crisis económica su relevo venezolano.
La Habana antes del castrismo era una de las ciudades con más clubes y balnearios con playas y ofertas de solaz veraniego en toda América. Y al asaltar el poder los hermanos Castro y el Che Guevara fueron todos “proletarizados” (estatizados) y convertidos en Círculos Sociales Obreros (CSO) “para el disfrute del pueblo trabajador“.
Mientras existieron los inventarios expropiados a sus socios originales, fundamentalmente profesionales y otros integrantes de la fortísima clase media cubana (marcaba la vanguardia en el empuje económico), y se mantuvieron usables los edificios, muebles y equipos, pudieron ser frecuentados por los cubanos de a pie. Pero a golpe de comunismo, paulatinamente se convirtieron en cuchitriles destartalados aquellos CSO para “los trabajadores”.
Apartheid y club privado “revolucionario” solo para extranjeros
Y lo peor, en julio de 2018 la agencia noticiosa Prensa Latina informó sin mucho disimulo que los CSO pasarían a manos de firmas extranjeras para ofrecer un “producto de lujo a los turistas”. En efecto, en la isla se está implantando un apartheid tropical con áreas exclusivas para extranjeros, discriminatorias de los cubanos, en su propio país.
La palabra apartheid en lengua afrikáans significa separación, y fue aplicada a un sistema de leyes impuesto por los descendientes de los colonos europeos en Sudáfrica para mantener sus privilegios frente a la población autóctona. El afrikáans se deriva del neerlandés e incluye vocablos del inglés, malayo, portugués y el zulú de los nativos.
El apartheid estuvo vigente desde 1948 hasta 1992. Entre otras aberrantes restricciones los ciudadanos negros no podían bañarse en las mismas playas que los blancos, y tampoco podían hospedarse en los mismos hoteles.
Pues bien, una reciente investigación de periodistas independientes en la isla con trabajadores de los hoteles Nacional, Capri, Manzana Kempinski, Grand Aston, Paseo del Prado y Grand Packard, mostró que sus gerencias rechazan a los cubanos. No aceptan pesos cubanos (salvo alguna excepción por amistad o soborno). Alegan que el gobierno los obliga a comprar con divisas los insumos a los proveedores estatales y privados.
En tanto, el antiguo Havana Biltmore Yacht and Country Club (1928), uno de los mayores y mejores clubes de su tipo en Latinoamérica, ha sido convertido en el Club Havana, un club privado solo para extranjeros (magnates y diplomáticos), o millonarios de la élite militar gobernante.
Para ser miembro de ese club “revolucionario” hay que pagar cerca de 2,000 dólares anuales, en un país sonde el salario promedio es de unos 30 dólares mensuales (360 dólares al año). Cuenta con instalaciones hípicas, campo de golf, club náutico, canchas de tenis, piscina y playa privada, gimnasio, salón de masajes, varios restaurantes, cafeterías, un centro de negocios y conferencias.
La Constitución de Raúl Castro lo prohíbe y él mismo la viola
La propia Constitución de 2019, cocinada personalmente por Raúl Castro, prohíbe cualquier tipo de discriminación de los ciudadanos cubanos, y él mismo es quien ordena violarla para enriquecer aún más a la mafia militar que lo aúpa en el poder, ya sin cargo oficial alguno.
En rigor el apartheid castrista no es cosa nueva. Existe desde que Fidel Castro permitió desde 1979 la visita a su país natal de los cubanos emigrados, (90% en EE.UU), y eran obligados a hospedarse en hoteles, pero nos sus familiares en la isla.
Luego, cuando el castrismo fue destetado de su nodriza soviética (desapareció la Unión Soviética), en 1992, Castro no tuvo más remedio que abrir las puertas al turismo internacional, pero lo declaró un “mal necesario” por su “contaminación ideológica”. Y quedó prohibido el acceso de los cubanos a los grandes hoteles. Y solo años después se permitió que con billetes verdes y no con la moneda nacional.
Claro, exceptuó a los oficiales de las Fuerzas Armadas y sus familiares, que podían disfrutar (y continúan) disfrutando de hoteles y cabañas en las playas, con moneda nacional, o gratuitamente. Recuerdo que la zona de Arenas Blancas, las cercanías de la Casa de los Cosmonautas, y otras de Varadero, eran coto exclusivo de militares y altos jerarcas del régimen.
Hoy los versos de Guillén son un delito: “propaganda enemiga”
Ahora asistimos a un regreso al apartheid de los años 80, pero más humillante, pues hay casi medio millón más de emigrados cubanos, que envían dólares a la isla, vía remesas, o personalmente, o vía “mulas”, cubanos residentes en la isla que viajan al exterior y regresan cargados de mercancías y “cash americano”.
Pero con hambre, sin medicamentos, sin poder satisfacer sus necesidades más elementales, incluso los cubanos afortunados que reciben dólares (el 37% de la población) no pueden gastarlos en un hotel con precios exorbitantes, ni tampoco pueden comprar dólares a 170 pesos cada uno en el mercado monetario callejero
Hay ya también hoteles y playas exclusivas para extranjeros funcionando, o a punto de hacerlo, en Varadero, Cayo Guillermo, Cayo Coco, Playa Larga, los cayos Antón Chico, Antón Grande, Romano y Paredón Grande. Y en otras playas y atracciones turísticas en Holguín, Soroa, La Habana Vieja y Centro Habana.
Conclusión: a 58 años de distancia, los versos del comunista Guillén constituyen un delito, son “contrarrevolucionarios”, “propaganda enemiga“. Si algún cubano los recitase hoy en público sería llevado a golpes para Villa Marista, o la prisión gigante del Combinado del Este. Sobre todo, si llega al final del poema, hoy más que sarcástico:
“Tengo, vamos a ver, tengo lo que tenía que tener”.
Pero hoy se traduce así: “Tengo lo que no tenía que tener, y me impusieron a la fuerza”. O“No tengo lo que tenía que tener”