
Por Francisco Leal Díaz
Jamás habría imaginado el dictador Augusto Pinochet —quién gobernó en Chile con mano dura entre 1973 y 1990—, que sería derrotado dos veces sólo “con un lápiz y un papel”.
Su primera gran derrota mediante esta pacífica y democrática acción cívica, ocurrió en el Plebiscito de 1988, que se definió marcando un voto para elegir entre las alternativas “SI” o “NO”. El “SI” implicaba la aceptación ciudadana para la continuidad del régimen dictatorial; el “NO”, la culminación por la vía pacífica de la cruenta dictadura pinochetista, obscuro período en la historia contemporánea chilena, tras el derrocamiento de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973.
Ahora, en abril del 2020 la masa electoral de este país sudamericano concurrirá a las urnas en un nuevo desafío plebiscitario, esta vez para votar por el fin de la Constitución de 1980, impuesta a sangre y fuego por el dictador, elaborada entre cuatro paredes e impulsada, entonces, por cuatro generales de ceño adusto.
LA VOZ DE LA CALLE
Sin duda, una de las firmes demandas de los manifestantes en Chile durante las cuatro últimas semanas —desde el 18 de octubre pasado—, ha sido exigir con ahínco la instauración de una nueva Constitución por la vía de una Asamblea Constituyente.
No obstante, pese a la evidente demanda manifestada en las masivas protestas callejeras, el Presidente Sebastián Piñera ha insistido, tozudamente, en proponer sólo “algunas reformas” a la Constitución de facto. La actual Carta Magna, desde los aciagos años de la dictadura, ha privilegiado los intereses de la élite financiera, favoreciendo con descaro a la empresa privada y la exasperante usura de la banca especulativa. Pinochet gobernó con el apoyo de la oligarquía chilena y consolidó una sociedad excluyente al instaurar un leonino sistema neoliberal, cuyo capitalismo salvaje originó una profunda desigualdad entre las clases sociales.
CHILE DIJO “BASTA”
El estallido social visibilizado las últimas cuatro semanas, con intensas manifestaciones callejeras, implicó el grito unánime de la ciudadanía para cambiar las bases sociales a partir de una nueva Constitución y sacudirse de todo vestigio heredado de la dictadura.
En este agitado escenario, Piñera reaccionó con una atolondrada respuesta a la efervescencia social: lanzó a los militares a la calle a reprimir a la gente y, además, impuso un cuestionado toque de queda, esgrimiendo el absurdo argumento de que “estamos en guerra”. En esta lapidaria frase involucró, confusamente, a manifestantes pacíficos con saqueadores y delincuentes que aprovecharon la convulsionada circunstancia.
Ahora, sin embargo, el pasado domingo 10 de noviembre, el mandatario chileno comenzaba a perder su mentada batalla. A altas horas de esa noche —como entre gallos y medianoche—, trascendió en palabras del recientemente designado ministro del Interior, Gonzalo Blumel, que Piñera aceptaba un Congreso Constituyente para definir la mecánica de un futuro plebiscito y, así, lograr un convenio entre el oficialismo y la oposición. Fue denominado, a la postre, “Acuerdo por la Paz Social y una Nueva Constitución”.
No obstante, varios partidos políticos de oposición se restaron de tal acuerdo —de 12 puntos—, argumentando que conlleva “letra chica”, particularmente al estipular mayoría de 2/3 para establecer convenios relevantes, aparte de no estipular una agenda social coherente, origen de las protestas de los ciudadanos. Entre los partidos que no firmaron, se encuentran el Partido Comunista, Ecologista Verde, Humanista y PRO (Partido Progresista).
¿UNA NUEVA “COCINA”?
Tras acaloradas horas de debates en el Congreso Nacional (con sede en Valparaíso), el jueves 14 se dibujó la firma del “histórico documento” —como ha sido catalogado—, en solemne acto efectuado la madrugada del viernes 15, ofreciendo una expectante conferencia de prensa televisada a todo el país, cerca de las 03:00 horas.
La rúbrica final estampada por presidentes de los partidos participantes, así como por parlamentarios oficialistas y de oposición, generó de inmediato una encendida polémica. Tal pacto fue catalogado por algunas corrientes de opinión, como “una nueva cocina entre la centro-izquierda y la derecha” e, inclusive. fue comparado con las teorías del “gatopardismo”, paradoja que implica en ciencias políticas “cambiar todo para que, en realidad, nada cambie”.
Una de las consecuencias inmediatas, en las filas de la oposición, fue la renuncia del alcalde de Valparaíso, Jorge Sharp, militante de Convergencia Social, partido que integra la denominada coalición Frente Amplio, conglomerado político con una postura sistemáticamente crítica hacia el gobierno de Piñera. El alcalde Sharp, de impecable gestión edilicia, expresó públicamente su desacuerdo con el diputado Gabriel Boric, al decidir firmar en su “calidad de diputado”, sin consultar a las bases de su partido. Por ello, la presidenta de Convergencia Social, Gael Yeomans, anunció que pasaría a Boric al Tribunal Supremo para decidir posibles sanciones ante la inconsulta iniciativa del diputado y firmar a título personal. Tal gesto, sin duda, fue aplaudido por partidarios de la alianza.
“El Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución, firmado por diferentes partidos políticos nacionales, es contrario en esencia a las demandas que las diferentes y diversas manifestaciones han enunciado en las calles. Su construcción se realizó por un conjunto de directivas partidarias y parlamentarios que no representan la voluntad mayoritaria de la movilización, excluyendo, en definitiva a ese Chile que despertó”, argumentó Sharp, con firmeza.
Firmaron la misiva de renuncia, además, 72 militantes del mismo partido, señalando “aportar de manera independiente y autónoma a la construcción de un proyecto de izquierda del siglo XXI”. En tanto, el diputado Gabriel Boric, expresó, lacónicamente, que tal renuncia masiva al partido Convergencia Social constituía “un error histórico”.
Los partidos que se restaron de firmar este pacto acusaron que se les invitó tardíamente a debatir los puntos del acuerdo. Y, cuando lo hicieron, “ya estaba todo cocinado”. Tal afirmación la hizo el diputado Guillermo Teiller, presidente del Partido Comunista, quién reconoció, sin embargo, que el paso logrado era “algo trascendental”, aparte de “poner de rodillas al gobierno de Piñera”.
Entre otras versiones, trascendió que este diligente acuerdo político entre el oficialismo y la oposición obedecía a la urgencia de “parar un probable intento de golpe de Estado”. Y, sin duda, nadie desearía volver a vivir los aciagos años padecidos en tiempos de la dictadura cívico-militar (1973-1990).
SALIDA A LA INÉDITA CRISIS SOCIAL
Aún así, el obstinado mandatario chileno no daba puntadas sin hilo. Ganó puntos, pese a la amarga polémica escenificada en el intento de encontrar una salida a esta inédita crisis social. Piñera, por esos días, registraba en las encuestas de evaluación política el índice más bajo en la historia de los presidentes de Chile: sólo 9 puntos de aprobación.
Y contrariamente a la aclamada Asamblea Constituyente que pedían a gritos las corrientes de centro-izquierda y una amplia mayoría de los manifestantes, el oficialismo logró imponer —al calor de los debates— el concepto de Convención Constituyente (o Convención Mixta). O sea, se logró quitarle el piso al contexto intrínseco de “asamblea”.
No obstante, las fuerzas progresistas de Chile alzaron la voz reclamando que este “histórico acuerdo”, una vez más, “dejó fuera a la sociedad, a la gente que marcha, que participa en los cabildos y asambleas, a quienes lo han pasado mal por la represión o por los saqueos a sus negocios… Ellos, la gente de la calle, los manifestantes auto-convocados no están en ese acuerdo; y, por tanto, se ganaron el derecho a decidir”.
Así las cosas, el próximo mes de abril (2020) se efectuará —en fecha aún no determinada—, el histórico plebiscito para marcar “si” o “no”, consulta que zanjará democráticamente las tendencias de la ciudadanía chilena, respecto de una nueva Constitución.
De triunfar el “si”, que es lo más probable, el dictador Augusto Pinochet habrá sido derrotado por segunda ocasión, sin violencia alguna… ¡sólo con un lápiz y un papel…!