Trump: la oportunidad perdida

 

María Luisa Arredondo.
María Luisa Arredondo.

El lenguaje corporal de los dos candidatos a la presidencia después del debate que sostuvieron el pasado domingo lo dijo todo: Trump terminó con el ceño fruncido en una clara muestra de frustración mientras Clinton se dirigió a saludar a sus seguidores con una sonrisa de oreja a oreja, segura de que había hundido aún más a su oponente.

Hoy, a menos de un mes de la elección, las encuestas indican que Clinton aventaja al republicano por 11 puntos a nivel nacional.

Aunque Trump mejoró su desempeño en comparación con el que tuvo en el primer debate, no hizo nada por conquistar las simpatías más allá de la base que le es leal de manera incondicional. Por el contrario, exacerbó los ánimos en su contra de los indecisos e incluso de muchos líderes de su partido que se han visto forzados a retirarle su apoyo, como es el caso del senador John McCain y del líder de la Cámara de Representantes, Paul Ryan.

La falla principal del magnate durante el debate fue que no mostró un arrepentimiento sincero sobre los deplorables comentarios que hizo en un video de 2005 en el que se enorgullece de poder asaltar sexualmente a las mujeres gracias a su condición de “estrella”.

En lugar de aceptar su responsabilidad y condenar su comportamiento trató de desviar la atención hacia Bill Clinton, a quien acusó de haberle hecho comentarios aún más grotescos. Más irritante aún resultó el hecho de que invitó al debate a varias mujeres que hace más de 20 años acusaron al expresidente de acoso sexual.

Pero tal vez el gesto más preocupante de Trump fue que, al atacar a Hillary Clinton por los correos personales que borró cuando era secretaria de Estado, la amenazó con que, de ganar la presidencia, ordenaría al procurador general que nombrara a un fiscal especial para que la encarcelara.

El ataque de Trump es, por supuesto, válido. Pero la saña con la que la amenazó a Clinton mostró una vez más su temperamento irascible, una característica peligrosísima para un jefe de Estado. Y no sólo eso, mostró también por enésima ocasión su nulo conocimiento sobre las leyes de este país y su falta de interés por aprender. Un presidente no puede ordenar al Departamento de Justicia que nombre a un fiscal, sólo puede solicitarlo. Y el procurador general debe entonces tomar su decisión de manera independiente.

Todo esto, sin embargo, parece no preocuparle a Trump, quien se niega a cambiar un ápice, aun cuando ello le cueste la Casa Blanca con la que tanto sueña.

 

**María Luisa Arredondo es la fundadora y directora ejecutiva de Latinocalifornia.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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