
Por Edgar Pagaza/Especial para Latinocalifornia.com
Río de Janeiro,- Es una de las favelas más grandes de Brasil y una de las más conocidas porque, a pesar de la pobreza y el caos que la caracterizan, Rocinha cuenta con una de las mejores vistas de las paradisiacas playas de Río de Janeiro.
Se trata en realidad de una miniciudad . Aunque oficialmente tiene 56,000 habitantes, algunos estiman que pudiera albergar hasta 200,000 porque hay casuchas donde viven más de 10 personas, lo que hace muy difícil estimar con precisión cuánta gente considera a Rocinha su casa.
Algo sí es seguro y es que la población sigue creciendo a pasos agigantados. Basta pasear por las callejuelas de esta favela, que abarca 865 mil metros cuadrados y es la segunda más grande de Brasil, para ver a cientos de bebés y niños con sus madres, muchas ellas adolescentes.
Rocinha es solamente una de las 700 favelas que se encuentran en Río de Janeiro, donde más del 70 % de la población vive en estas zonas marginadas. En este asentamiento irregular, que ha sido escenario de muchos hechos violentos, realmente se puede tener una perspectiva clara de lo que significa vivir en Río de Janeiro, más allá del glamour de las zonas turísticas de Copacabana e Ipanema.
Desde cualquier puntos de vista, Rocinha es un lugar impresionante. Al subir el cerro donde se ubica, se pueden ver miles de casuchas apiladas una sobre otra en espacios sumamente reducidos. Las viviendas, generalmente plagadas de grafito y muchas de ellas sin servicios básicos, se mezclan con edificios de toda clase de negocios, desde pequeñas farmacias y salones de belleza hasta tiendas de abarrotes.
Hasta hace cuatro años, Rocinha era un lugar extremadamente peligroso al que ni la policía se atrevía entrar por miedo a las confrontaciones con los miles de criminales que residen ahí. Todo eso cambió en 2010 cuando la policía militar decidió infiltrarse y comenzar a arrestar a los traficantes para limpiar la imagen de la ciudad con miras a la celebración del Mundial de Futbol en 2014 y de las Olimpiadas en 2016.

Las autoridades aseguran que a raíz de esos operativos se controló la violencia e incluso ahora promueven recorridos turísticos entre los miles de visitantes extranjeros que llegan a Río de Janeiro. Sin embargo, los residentes rechazan que los problemas de inseguridad pública hayan terminado y por ello están decepcionados y frustrados.
“Ahora tenemos muchos mas problemas porque hay frecuentes tiroteos entre narcotraficantes y policías”, dice Diogo Goncalves, un taxista que reside en la favela.
Muchos incluso temen que esta tensión pueda poner en riesgo la seguridad del Mundial de Futbol, lo que, desde luego, rechaza de manera tajante el gobierno. “De ninguna manera eso afecta la Copa”, sostuvo recientemente el ministro de Justicia, José Eduardo Cardozo. “Estamos capacitados para recibir a los turistas y defender a los habitantes”.
Lo que sí es evidente es la fuerte presencia de los agentes del orden. La favela de Rocinha tiene varias casetas policiacas en puntos estratégicos. Al caminar por la avenida principal, Rua de Gavea, se pueden ver en cada esquina policías con cascos, chalecos antibalas y armados con metralletas de alto poder.
Pero a pesar de esta demostración de fuerza por parte de la policía, el narcotráfico y el negocio de venta de armas sigue su curso y los vecinos del lugar saben dónde se puede comprar toda clase de mercancía prohibida. Generalmente el tráfico de armas y de drogas se hace en casas ubicadas en los callejones de las favelas, lejos de la vista de la policía que está apostada en las avenidas principales. Los agentes no se atreven a entrar a esos sitios porque saben bien que cuentan con vigilantes y guardias armados dispuestos a disparar a cualquier extraño que se infiltre.

En realidad, como dicen los habitantes de las favelas y los expertos en este tema, el gobierno de Rio de Janeiro está lejos de haber controlado las favelas por completo. Sólo ha tratado de contener el problema mediante una fuerte presencia de la policía para dar una buena imagen al mundo y vender la idea de que la ciudad es segura para ir de paseo, vivir e invertir.
La mayoría de los residentes de Río de Janeiro concuerda en que cuando los traficantes estaban a cargo de las favelas nadie se atrevía a robar porque los delincuentes eran castigados por los propios vecinos. Tampoco había enfrentamientos constantes con las fuerzas del orden, como ocurre ahora. Muchas veces las balaceras entre policías y criminales se dan en pleno día y en las calles más transitadas.
Los tiroteos se han vuelto tan comunes que la mayoría de los residentes sigue con su rutina cotidiana como si nada pasara. “Esos disparos no están cerca de aquí”, suelen decir sin alterarse.
Por otro lado, casi todos los residentes piensan que cuando se terminen el Mundial de Futbol y las Olimpiadas habrá más violencia pues los narcotraficantes se disputarán los territorios. “Volveremos a la situación de antes o incluso peor”, dijo el taxista Goncalvez.
Silvia Ramos, coordinadora del Centro de Estudios de Seguridad y Ciudadanía d la Universidad Candido Mendez en Río de Janeiro opina que uno de los mayores desafíos para la pacificación de las favelas es que “los policías desarrollen una relación de confianza con la comunidad y que las autoridades mejoren los servicios públicos, especialmente de salud y transporte”.

Otra de las consecuencias nefastas que ha tenido la campaña para limpiar la ciudad con miras al Mundial de Futbol y las Olimpiadas es que muchas familias ha sido desalojadas de sus casas. Una de ellas es Maria Clara dos Santos, a quien las autoridades dejaron en la calle con todo y sus hijas y pequeños nietos .
“El alcalde de Rio, Eduardo Paes, fue el responsable por habernos desalojado porque yo no lo apoyé en su campaña”, dijo Santos, quien tenía una propiedad en Rocinha, . “Nos quedamos sin nada y tuvimos que ver como demolían nuestra casa”, agregó. Según Santos, el terreno donde estaba su vivienda ahora está ocupado por gente conectada con Paes.
En medio de la falta de servicios públicos eficientes, del derroche de obras para el Mundial y de las graves acusaciones de corrupción de la clase política, a la gente lo que más le preocupa es hasta dónde llegara la violencia en estas favelas “pacificadas”.
Hace un poco más de un mes, Douglas Rafael, un joven bailarín de 25 años, fue torturado por policías en la favela de Cantagalo, situada arriba de la zona turística de Copacabana. A causa de esto, hubo varias protestas y violencia en el barrio de Copacabana. El joven dejó a una niña de 4 años. Irónicamente, uno de sus últimos mensajes fue “¡Paz y amor en las favelas y barrios pobres de Río de Janeiro!”