Ohio, la otra frontera

 

 

Los ...
La mayoría de los deportados no cree que haya posibilidades de una reforma migratoria, al menos por ahora; su única esperanza es que Obama detenga las deportaciones.

Por Maribel Hastings

CLEVELAND, Ohio –  Cada martes en la noche un recinto en Painesville, Ohio, reúne inmigrantes con un denominador común: son protagonistas o daño colateral de la maquinaria de deportaciones del gobierno.

Al conversar con varios de ellos, sus comentarios reflejan el sentir de la comunidad: no creen que haya posibilidades de reforma migratoria legislativa por ahora y esperan que el presidente Barack Obama los ampare, irónicamente de las políticas de deportación de su propia administración.

Han dado a los republicanos por perdidos. De ellos no esperan nada y cuando buscan un responsable de su incertidumbre, no nombran a ningún republicano sino a Obama. La razón es muy sencilla, me indicó Leonor, indocumentada con 20 años viviendo en Estados Unidos, con cuatro hijos ciudadanos y un esposo deportado hace tres años, tras 24 viviendo en Ohio, de donde se graduó de secundaria: “Los republicanos no prometieron reforma migratoria. Obama sí. Desde que él entró yo daba la vida por él.

Yo decía, ‘con él nunca nos va a pasar nada’, y cuando la persona en que tú más crees que te va a ayudar es la que te defrauda, te duele más”, dijo Leonor, quien también tiene una orden de deportación.

Los ‘talking points’ que rigen en la burbuja washingtoniana se deshacen ante la realidad que viven estas familias. Aquí no alivia que les digan que los republicanos están bloqueando la solución legislativa que se necesita, pues ni siquiera resuena que el presidente de la Cámara Baja, John Boehner, sea de Ohio. Su necesidad de alivio es inmediata. La figura a la que apelan es Obama.

Familias completas integradas por indocumentados, residentes permanentes y ciudadanos llenan el local donde la organización HOLA de Painesville provee orientación a quienes han perdido un familiar por las deportaciones o que están peleando la suya o la de otros.

La nutrida reunión semeja una especie de terapia grupal que sirve de catarsis y donde se permiten incluso bromear sobre su desgracia para hacerla más llevadera.

A poco más de una hora de distancia, en Lorain, Ohio, otros inmigrantes viven situaciones similares. Allí también hay un capítulo de HOLA y otra organización de apoyo comunitario, El Centro, también los asiste.

En la Parroquia del Sagrado Corazón, en Lorain, converso con seis mujeres, madres de familia, que batallan contra su propia deportación o la de sus esposos.

“No podíamos ir ni al parque en paz porque allí estaba la Patrulla Fronteriza… Gracias a Cel estamos más aliviados”, dice María, quien enfrenta una orden de deportación, refiriéndose al puertorriqueño Celestino Rivera, jefe de la policía de la ciudad de Lorain, que no reporta indocumentados a las autoridades migratorias.

Cuando se piensa en la Patrulla Fronteriza no vienen a la mente Lorain o Painesville. Sin embargo, las deportaciones se han nutrido de las detenciones de inmigrantes radicados, algunos por más de dos décadas, en pueblos y ciudades entre las dos instalaciones de la Patrulla Fronteriza en Port Clinton, Ohio, y Erie, Pennsylvania. La justificación central de su presencia es la frontera con Canadá. La realidad es que la Patrulla Fronteriza opera al interior del país (hasta 100 millas de la frontera) y se beneficia de las colaboraciones con departamentos de policías locales que les entregan inmigrantes detenidos por infracciones menores de tránsito o cualquier excusa que les permita solicitar documentos.

Las entrevistas en Lorain y Painesville pintan el mismo cuadro.

Quien menos tiene viviendo en Ohio lleva ocho años y, quien más, lleva 24 años en este estado.

 Sus historias son similares: casi todos provienen de Guanajuato, México, y vienen a trabajar en los viveros que llaman “nurserías”, otros trabajan en campos agrícolas, construcción, fábricas. Tienen hijos ciudadanos y vidas establecidas. No suponían una carga para el gobierno, aunque irónicamente una detención y eventual deportación suponen que familias que nunca solicitaron beneficios públicos lo hagan para sustentar a sus hijos ciudadanos porque el proveedor fue deportado, languidece en un centro de detención o no puede trabajar. Gastan miles de dólares en fianzas y abogados para pelear las órdenes de deportación.

“Yo no tengo récord criminal aquí, nada de nada y duré cinco meses en un centro de detención. Trabajé 12 años en una factoría supervisando a 40 personas, ganaba bien, pagaba impuestos. Por esto nuestro fondo familiar de emergencias se terminó y tuvimos que pedir estampillas para alimentar a mis hijos ciudadanos, algo que nunca tuve que hacer mientras trabajaba”, dice otro inmigrante que enfrenta la deportación.

 Sus historias de deportación también son similares: fueron detenidos mientras se dirigían a trabajar o al mercado y no tienen historial delictivo.

 El mensaje que envían es similar: alto a la separación familiar y permisos de trabajo si no hay reforma por ahora.

 La potencial consecuencia política de esta crisis no debería caer en oídos sordos de los dos partidos. Los hijos de estos inmigrantes son ciudadanos, algunos ya son votantes y otros lo serán. Tienen familiares votantes que han visto a un Partido Republicano vapulear a los inmigrantes y bloquear la reforma migratoria, y a una administración demócrata deportarlos.

 “Tengo familiares que son votantes y están decepcionados porque piensan que el presidente sólo utilizó a los latinos para llegar a la presidencia en 2008 y reelegirse en 2012, y va a irse y no va a hacer nada”, señala Edith, indocumentada con casi dos décadas en Ohio.

 ¿Será?

 

Un jefe de policía protector de indocumentados

 CLEVELAND, Ohio – Para los indocumentados de Lorain, el jefe de policía de la ciudad, Cel Rivera, cayó del cielo.

 Tanto la Patrulla Fronteriza (CBP) como el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) habían extendido sus tentáculos en esta ciudad y recibían la colaboración de los policías de Lorain que les notificaban cuando detenían a algún conductor indocumentado por alguna infracción menor de tránsito.

Celestino Rivera, de origen puertorriqueño, desconocía que sus agentes hacían esto. El grupo comunitario HOLA Ohio asesoró y organizó a los inmigrantes e invitaron a Rivera a escuchar a los inmigrantes en la Parroquia del Sagrado Corazón en Lorain.

“Escuché como nueve historias de cómo mis policías y otros policías del condado de Lorain los detuvieron por infracciones mínimas de tránsito y llamaron a ICE y a la Patrulla Fronteriza y terminaron en procesos de deportación y me rompió el corazón oír esas historias. Fue muy emotivo. No dormí… Para las ocho de la mañana ya había escrito la orden de que mis agentes jamás llamarían a ICE o a la Patrulla Fronteriza. Ese no es nuestro trabajo. Dos semanas más tarde la orden se hizo permanente en nuestro manual”, narra Rivera.

Él se enteró de que la Patrulla Fronteriza había comenzado a acompañar a los policías locales de Lorain a los llamados que recibían. “Así se familiarizaban con los agentes, les  daban sus tarjetas de representación y les pedían que los llamaran cuando se toparan con personas sin documentos”, explica.

Esto fue hace siete meses y las reacciones no se han hecho esperar. Individuos y grupos han condenado la decisión de Rivera, quien ha recibido mensajes de odio que dice ignorar.

 “Lo otro que hice fue enviar nuestra nueva orden a otros departamentos de policía del condado de Lorain, aunque tengo que decir que no ha habido mucha recepción”, admite Rivera. “Hice una reunión con otros jefes de policía del condado e invité a HOLA para que los policías escucharan el lado humano de esta historia tratando de que adopten la misma política. Y, de hecho, la semana entrante tengo una reunión con la policía de Cleveland, donde también se están reportando estos casos y los inmigrantes tienen problemas”.

Ha recibido informes de que en Cleveland los detienen por mínimas infracciones, “y de inmediato llaman a ICE que está ahí en minutos porque está dentro de la ciudad”.

 Y ese es el problema. Los inmigrantes se sienten bastante aliviados en Lorain, pero cuando manejan en otras ciudades del condado y del estado existe el temor constante de ser detenidos por la Patrulla Fronteriza.

 “Esto está pasando más y más no sólo en nuestro condado, sino en otros, en Cleveland (condado de Cuyahoga), en Painesville y Mentor, que es el condado Lake, donde son detenidos por triviales ofensas de tránsito. Son detenidos por una hora, hora y media, hasta que ICE venga por ellos y los llevan a instalaciones que están a tres, cuatro horas de distancia”, dice Rivera.

 Explica el caso de un hombre de 62 años, con 27 de ellos viviendo en Ohio. Lo detienen porque estaban buscando una camioneta blanca.  La del señor no era la que estaban buscando pero le piden documentos que no tiene y lo detienen. “Estuvo detenido 13 ó 14 días en una cárcel a tres horas de aquí y enfrenta una orden deportación tras 27 años de vivir aquí y no tener historial delictivo”, cuenta.

 “Eso es lo que está pasando aquí y por eso me he involucrado en ayudar a los inmigrantes. Cuando menos sé que se sienten cómodos aquí en Lorain. Sé que antes estaban atemorizados de llamar a la policía cuando eran víctimas de delitos. Creo que los he llevado al nivel en que se sienten cómodos aquí en la ciudad de Lorain, pero el problema es que no puedo protegerlos cuando salen de mi jurisdicción”.

 

Maribel Hastings es asesora ejecutiva de America’s Voice

 

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