SANTIAGO DE CHILE.- No cabe duda que muchos políticos, lamentablemente, juegan al doble estándar. De este modo, quedan bien con todos sus adeptos, de un bando y del otro… aunque tengan que tragarse el bochorno de ser tildados por la ciudadanía como “seres oportunistas”.
La sociedad chilena, que desde hace varias décadas se debate en una lacerante división, sufrió estos días un nuevo impacto noticioso, protagonizado por el ex presidente Patricio Aylwin, líder ejemplar de la Democracia Cristiana (DC) y figura central de la Concertación, conglomerado de partidos de centro-izquierda que gobernó en Chile tras la desaparición de la escena política del dictador Augusto Pinochet.
Patricio Aylwin, considerado un carismático hombre público aunque con escasa participación hoy en la contingencia, tuvo la mala idea de declarar al diario “El País”, de España, que Estados Unidos “no había tenido ninguna participación en el sangriento derrocamiento de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973”. No obstante, los chilenos hoy se preguntan, ¿por qué ordenar detener y luego acribillar a dos periodistas estadounidenses que cubrían entonces los acontecimientos políticos, como fue el caso de Charles Horman y Frank Teruggi?
Olvida el señor Aylwin que esta mortuoria evidencia contó con la complicidad de diplomáticos estadounidenses; y en pleno conocimiento del secretario de Estado, Henry Kissinger, y el propio mandatario de esa época, Richard Nixon. Por otra parte, olvida Aylwin que el día del golpe de Estado se efectuaban ejercicios navales conjuntos entre unidades chilenas y estadounidenses en las costas del Océano Pacífico, en la llamada “Operación Unitas”. El propio Charles Horman se encontró entonces con efectivos navales de su país en Viña del Mar y Valparaíso. De allí extrajo, incluso, declaraciones para enviar en sus despachos periodísticos… los que le costaron finalmente la vida. Lo mismo a Frank Teruggi. El tenebroso brazo de la CIA había extendido una vez más sus mortíferos tentáculos, incluso contra sus propios ciudadanos.
El señor Aylwin, ahora prácticamente retirado a sus 93 años, justifica el golpe de Pinochet aduciendo que Allende había caído “por sus propios errores”, inaceptable declaración con la cual justifica la masacre que significó ese oscuro pasaje en la historia de Chile, que dejó una larga lista de muertos, familias destrozadas y, hasta el día de hoy, cerca de mil detenidos-desaparecidos cuyos parientes reclaman sin descanso obtener, al menos, pistas certeras para encontrar los restos de sus seres queridos. Olvida Patricio Aylwin la saña con que se asesinó a miles de compatriotas por el solo hecho de “pensar de manera distinta”, por “pertenecer a un partido político de izquierda”… ¿Quién mató a Víctor Jara, el popular folklorista torturado y acribillado cobardemente en el Estadio Chile, tenebroso campo de concentración tras el golpe pinochetista? Parece increíble que el señor Aylwin olvide que hasta el día de hoy no se hace justicia en este y en muchos otros casos: los asesinos deambulan por las calles sin ningún escrúpulo.
Es lamentable que el señor Aylwin haya vertido declaraciones como ésta, por ejemplo, que irritan: “Pinochet representaba, por una parte, orden, seguridad, respeto, autoridad. Y, por otra, una economía de mercado que iba a permitir la prosperidad del país. Esos fueron los dos factores definitorios, y por eso Pinochet fue popular. Era un dictador, pero popular”.
¿Cómo es posible entender tales declaraciones, de un político que en su momento se exhibió como oposición al dictador? Es el doble estándar, la otra máscara que ostentan muchos políticos y que hoy —este patriarca de la DC chilena— no tiene remilgos en confesar…
Es triste decirlo, pero durante el gobierno de transición del propio Aylwin (gobernó de 1990 a 1994), le cuidó sistemáticamente las espaldas al dictador chileno. Ello ha quedado en evidencia al señalar que “no habría sido viable juzgar a Pinochet”. Aylwin confesó a “El País”, de España: “Juzgarlo habría dividido terriblemente al país e, incluso, puesto en peligro la continuidad del Gobierno”. Al declarar lo anterior, con semejante displicencia, el señor Patricio Aylwin olvida de un zarpazo los 2.296 muertos que dejó la dictadura de Augusto Pinochet, el capítulo más cruento en la historia de Chile.
Una dramática realidad que hoy los grupos políticos que le arrebataron el poder a quien había sido elegido democráticamente, echan tierra de manera sistemática para que nadie se atreva a hablar ni menos mencionar el nombre de Salvador Allende. Y es triste percatarse que ahora se unió a ese bando golpista quien había ostentado el estandarte de la vía democrática. Por desgracia, don Patricio Aylwin perdió la memoria… o fue víctima del persistente “lavado de cerebro” de los grupos de poder que hoy controlan y lucran a su antojo en este peculiar país del fin del mundo. ¡La máscara oculta de los políticos!