Por Álvaro Huerta
Desde mediados de la década de 1980, el padre Gregory Boyle, un sacerdote jesuita, solía llegar con su bicicleta a los proyectos de vivienda pública Pico Gardens y Aliso Village en el Este de Los Ángeles. Allí predicaba sobre temas de religión, paternidad y esperanza a los jóvenes residentes, los homeboys y homegirls. Los homies. A pesar de ser hombre blanco, de clase media y de alta educación, un hombre blanco en aquellos proyectos notorios, ganó la confianza de los residentes y homies. Gradualmente, el padre Boyle fue aceptado en estos barrios predominantemente chicanos. Por décadas, y antes de ser demolidos por el estado capitalista, estos proyectos estuvieron caracterizados por la pobreza extrema de sus residentes y por la predominancia de la violencia, la presencia de la policía y las pandillas, las manifestaciones del racismo sistémico y la permanencia de la desesperanza.

El sacerdote jesuita se transformó de Padre Boyle en “Padre G”, “G” y “G-Dog”, porque absorbió los códigos de conducta de las calles del Este de Los Ángeles y adoptó la lengua vernácula. Sin juzgar.
Como quien creció en el proyecto de vivienda pública Ramona Gardens del Este de Los Ángeles, yo sé qué es lo que se necesita para que un extraño sea aceptado en un lugar como aquel, en donde la confianza es escasa. Para ello y al ser un forastero de confianza, el padre Boyle no violaría las reglas no escritas de las calles. No informaría ni delataría a los homies ante la policía. En 1990 el ya fallecido Chris Wallace, conductor del programa televisivo de 60 Minutes de la cadena CBS entrevistó al Padre Boyle y le preguntó acerca de sus conexiones cercanas o lealtades con los homies en el contexto de la labor de la policía de Los Ángeles. Sin disculpas ni equívocos, el sacerdote jesuita le respondió: “’Yo no pronuncié mis votos a la policía de Los Ángeles”. El ejemplo del Padre Boyle es una lección importante para aquellos forasteros que pretenden entender o intentan “ayudar” a los más vulnerables entre nosotros en los barrios pobres de Estados Unidos.

En 1992, después de haber trabajado con los residentes y ya contando con el personal necesario para ayudar a los homies a asegurar un empleo a través de una organización sin fines de lucro, Jobs for a Future (JJF), el padre Boyle fundó Homeboy Industries.

Aunque el padre Boyle merece todo el crédito de haber fundado Homeboy Industries, la verdad es que cualquier organización exitosa como esta requiere el trabajo colectivo de numerosas personas con fe en la misión de la organización. Esto es especialmente cierto en el caso de organizaciones progresistas sin fines de lucro o empresas sociales.
Fiel a los lemas de Industrias Homeboy que en sus comienzos incluían “Trabajos, no cárceles” y “Nada detiene una bala como un trabajo”, este programa de reinserción y rehabilitación de pandillas emprendió algunas empresas sociales fundadas brindar oportunidades de empleo viables a las personas marginadas bloqueados regularmente del mercado laboral racista. Estas son entre otras la panadería y restaurante Homeboy Bakery; la planta de Serigrafía Homeboy; los Servicios de eliminación de graffiti de Homeboy, el Servicio de mantenimiento de Homeboy y la empresa Mercancía de Homeboy.
Con el tiempo Homeboy Industries vivió fracasos y éxitos. Pasó de ser una inestable organización sin fines de lucro, durante mucho tiempo al borde del cierre, a una organización de gran éxito con servicios ampliados y empresas sociales sostenibles. Según su sitio web, Homeboy Industries ha tenido un sensible impacto no solo en Los Ángeles sino en todas partes. “Homeboy Industries” es el programa de reinserción y rehabilitación de pandillas más grande del mundo. Durante más de 30 años, hemos sido un faro de esperanza en Los Ángeles para brindar capacitación y apoyo a aquellas personas que estuvieron involucradas en pandillas y encarceladas. Les permitimos rehacer sus vidas y convertirse en miembros útiles de nuestra comunidad”.

Además de los servicios ampliados y las empresas sociales dirigidas a homeboys y homegirls en el área metropolitana de Los Ángeles, el padre Boyle ha dedicado su vida a humanizar la imagen de los “endemoniados”. Ha proporcionado amor incondicional a los rechazados. Ha acompañado a los marginados. Además de su trabajo en Homeboy Industries, lo hace en forma de sermones y discursos en iglesias, centros juveniles, organizaciones sin fines de lucro, universidades y otros.
También participa en charlas en el programa TEDx y en las plataformas de redes sociales. Esto también incluye sus escritos en forma de artículos y en sus libros.
En su libro más vendido de la lista del New York Times, Tattoos of the Heart (2010), el Padre Boyle escribe un capítulo sobre la solidaridad familiar. “La Madre Teresa”, postula con elocuencia, “diagnosticó así los males del mundo: hemos ‘olvidado que simplemente nos pertenecemos los unos a los otros’”. Y agrega: “La solidaridad familiar es lo que nos sucede cuando nos negamos a seguir olvidando. Con ella como meta, otras cosas esenciales encajan; sin ello, no hay justicia ni paz. Sospecho que si fuera nuestro objetivo, ya no estaríamos promoviendo la justicia, la estaríamos celebrando”. En esta cita y a lo largo de este profundo libro, el padre Boyle aclara qué es lo que falta en la sociedad estadounidense. En lugar de unirnos como seres humanos, nuestros líderes buscan a menudo dividirnos con base en nuestra raza/etnicidad, clase, género y orientación sexual. Este es especialmente el caso de los conservadores. En lugar de solidaridad filial, en la política estadounidense es frecuentemente “nosotros contra ellos”. Blancos contra negros. Ricos contra miembros de la clase trabajadora. Ciudadanos contra inmigrantes. En el caso de la gente de color en la América blanca, generalmente somos generalmente “ellos”.
Cada vez que el padre Boyle habla en público, cuenta historias conmovedoras de los homies que ha conocido y ayudado a lo largo de los años, incluidos aquellos a quienes ha enterrado. Nos enseñan, no solo sobre el abuso y el trauma que estos seres humanos (son seres humanos, no pandilleros) han sufrido en los barrios de Estados Unidos, sino también sobre cuántos de ellos han transformado sus vidas gracias a Homeboy Industries y más allá.
Hablando de los marginados, me vienen a la mente dos palabras que nuestros líderes y ciudadanos/residentes estadounidenses deberían aprender: compasión y redención.
Héctor Verdugo es un buen ejemplo de compasión y redención. Al igual que yo, Héctor creció en el Este de Los Ángeles. Si bien ambos experimentamos/presenciamos la pobreza y la violencia, él las experimentó a un nivel más profundo y más alto en comparación conmigo mismo.
Mismo lugar peligroso; resultados divergentes. En el caso de Héctor, su vida (acompañado de su hermano gemelo) estuvo plena de pobreza, violencia (dentro y fuera del hogar), drogas, abuso policial, encarcelamiento y la consiguiente desesperanza. Muchos años después, buscando una salida a la vida loca (no falsa versión de Ricky Martin), encontró compasión y redención en Homeboy Industries. Después de dedicar muchos años a Homeboy Industries en diferentes puestos, fue ascendido a Director Ejecutivo Asociado. Al igual que el padre Boyle, Héctor está cambiando el mundo. Un homie a la veEl 10 de febrero de 2016, como parte de su conferencia como ganador del Premio Dale 2016 en mi campus, Héctor pronunció una charla conmovedora,.
Hablando con franqueza y sinceridad sobre las brutales dificultades que experimentó en el este de Los Ángeles y el complejo industrial de prisiones, también se refirió al dolor y las duras realidades que experimentan muchos homies. Y en cuanto a la importancia de Homeboy Industries, dijo: “Hemos aprendido a transformar nuestro dolor”. También se expandió sobre la importancia de crear comunidades solidarias: “Lo más importante que hacemos en Homeboy’s es que somos una comunidad rodeada de amor; un ambiente de amor que ayuda a las personas a sanar sus traumas”.
Nos corresponde, como sociedad, solidarizarnos con quienes fueron abusados por el capitalismo racial. Si queremos terminar con la producción y reproducción del abuso y la desesperanza, debemos enfocarnos en las causas de la opresión más que en sus manifestaciones.
Mi solidaridad con los homies es tanto académica como personal. A nivel académico, busco investigar las causas fundamentales que crean las pandillas en los barrios de Estados Unidos, desde el “trazado de líneas rojas” (se refiere a la práctica de rechazar un préstamo o un seguro a alguien porque vive en un área de alto riesgo) hasta la segregación en vivienda; del racismo sistémico al antimexicanismo. Busco hacerlo sin glorificar ni romantizar a las pandillas o a los pandilleros. A nivel de política pública, busco acabar con la violencia de latinos contra latinos. Muchos de mis amigos de la infancia fueron asesinados o baleados por otros chicanos marginados como ellos.
Ver llorar a sus madres me rompe el corazón.
Y a nivel personal: crecí en un vecindario profundamente arraigado en la cultura de las pandillas. Esa subcultura fue/es hegemónica en los proyectos de vivienda pública. Mi familia no fue inmune a ello. (Siempre bromeo diciendo que mi solicitud de ingresar a una pandilla habría sido rechazada porque era demasiado delgado como para poder defender el vecindario. Mis hermanos y yo sufrimos/presenciamos violencia con regularidad. Era una nube oscura que nos seguía, dentro y fuera de los proyectos. Una vez, un joven apuntó con un arma a mi hermano Salomón (el aclamado artista cuyo trabajo se incluye aquí).
Regresaba a casa aquella noche tarde desde la Escuela de Diseño del Colegio de Arte. “Lo siento, hermano”, dijo el joven, “pensé que eras otra persona”. A dos de mis hermanas les dispararon fuera de los proyectos. Tengo otras historias oscuras que nunca compartiré para evitar violar el código de la calle. Dicho esto, no vivíamos con miedo en los proyectos ya que éramos amigos de la infancia con los homeboys.
Además de la pandilla de barrio y sus camarillas, había/hay otras tres pandillas que gobiernan los proyectos. Uno era/es la Autoridad de Vivienda. La vigilancia era/es omnipresente. Nos tratan/trataban como si estuviésemos bajo la tutela del estado.
Como si fueran nuestro Hermano mayor. La otra pandilla era/es el Sheriff del Condado de Los Ángeles. Los mismos que mataron a Arturo “Smokey” Jiménez el 3 de agosto de 1991, junto con muchos otros homies más. También está el temido LAPD. Cuando yo tenía 16 años, por ejemplo, un policía me apuntó con un arma. ¿Cuál fue mi crimen? Hice un alto rodante, es decir, no detuve suficientemente el carro en un signo de stop, mientras aprendía a manejar el Ford Mustang del 67 que me había regalado mi hermana Catalina. En todo el Este de Los Ángeles, el abuso policial contra la gente de piel morena continúa hasta el presente.
Cuando los estadounidenses privilegiados (y otros) juzgan a los homies por su conducta o código de vestimenta, etc., ¿por qué no critican a los gánsteres que están empotrados en el gobierno y a sus agentes abusivos?
Para terminar, en lugar de juzgar y criticar a los marginados, los estadounidenses y sus líderes deberían abrazar el sentimiento filial, la confianza, la compasión y la redención, tal como lo modelaron los líderes y miembros de Homeboy Industries. Al servicio de los de abajo.