Roberto Alvarez Quiñones
¿Será uno de los cuatro Partidos Comunistas que todavía gobiernan en el mundo (Cuba, China, Vietnam y Corea del Norte) luego de los funerales del “socialismo real” en Moscú en 1991, el que con su propia moneda y no con el dólar lidere la economía global?
¿Será el régimen comunista de Pekín convertido en ente global gracias a Occidente, el que marcará las pautas geopolíticas y económicas globales en la segunda mitad de este siglo?
Napoleón Bonaparte en 1803 dijo que China era un gigante dormido que haría temblar al mundo cuando despertase. En efecto, 220 años después ese gigante está despierto y quiere hacer temblar al mundo si no lo paran ¡pronto!
Lo que no se imaginó el célebre corso fue que China no se despertaría ella de su letargo milenario semifeudal, sino que sería despertada. Fue el Primer Mundo capitalista el que la convirtió en la fábrica del mundo y la segunda economía más grande.
El Producto Interno Bruto chino 1978, al iniciarse las reformas, fue de $149,500 millones de dólares, y un per cápita de $156. En 2022 fue de $18.1 billones (millones de millones), solo superado por los $25.4 billones de Estados Unidos. Y cuadruplicó el PIB de Japón ($4.2 billones) y Alemania ($4.0 billones). Claro, hoy el PIB per cápita en EE.UU es $76,348 dólares, y el chino $12,814, ¡seis veces más bajo!
Ese salto económico chino lo catapultó Occidente, que en busca de mayores ganancias al pagar salarios más bajos ha invertido allí unos cuantos millones de millones de dólares. La cifra en 2022 fue de $189,130 millones.
Los cincos continentes fueron invadidos, no con tropas, como se imaginó Napoleón, sino con productos “Made in China”. ¿Se acuerda usted de cuando la mayoría de los artículos que se vendían en cualquier país decían “Made in USA”, o “Made in Japan”?
China es el mayor exportador mundial y segundo importador. Con 27 millones de automóviles fabricados en 2022 casi triplicó los 10 millones fabricados en EE.UU. Produce tanto acero como EE.UU y con sus masivas compras de materias primas es motor del crecimiento de América Latina.
Los $3.2 billones de dólares de reserva en divisas al inicio de 2023, según el Banco Central chino, casi triplican los $1.2 billones de Japón que ocupa el segundo lugar.
Occidente creó un Frankestein que ahora apunta a su hacedor
Al convertir a China en la fábrica planetaria el capitalismo desarrollado hizo como el doctor Frankestein, creó un monstruo que ahora apunta contra su hacedor. Sobre todo, con Xi Jinping al mando, ya con tanto poder, o más, que el mismísimo Mao Tse Tung.
En China gobierna el Partido Comunista (PC) que con la colectivización de las tierras, el Gran Salto Adelante y la “revolución cultural”, mató a 65 millones de chinos, de hambre o ejecutados por motivos políticos.
Hoy Pekín amenaza con invadir Taiwán, lanza globos espías sobre EE.UU, compra fábricas y activos por todo el planeta, le “boconea” a Washington y lo espía desde La Habana, es el mayor socio comercial de América Latina, salvo México, y apoya a cuanta dictadura o gobierno odia a EE.UU.
Y aspira a imponer el yuan como moneda universal en sustitución del dólar. Para ello cuenta con el apoyo de gobiernos populistas, autoritarios y antiestadounidenses, que son mayoría en la escena internacional, y todos “amigos de Cuba” que denuncian el “bloqueo” de EE.UU y silencian los crímenes del castrismo.
Al frente de esa avanzada antioccidental están los países emergentes BRICS (siglas de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), con más de 3,200 millones de habitantes, a los que se van a sumar en agosto próximo otros 41 países, en una reunión en Sudáfrica para precisar cómo desplazar al dólar, y montar un “nuevo orden mundial”, que como mostró Charles Darwin en su teoría, tendría como líder al más fuerte, el Pekín comunista.
O sea, el Primer Mundo despertó al gigante y los países de la periferia de ese mundo lo quieren hacer cada vez más poderoso. Como dicen los guajiros cubanos: “eso es soga pa’ tu pescuezo”.
Además, todo indica que el ancestral “sinocentrismo”, o chinocentrismo, creerse el “ombligo del mundo”, no falleció con las reformas capitalistas, sino que subyace en el tuétano de la sociedad china y cunde en la cúspide oligárquica dictatorial.
Ombligo del mundo; el nombre de China es zhong guo, el centro
El nombre de China en mandarín es “zhong guo” y significa “país del centro” o “el reino central”. Los chinos creían que su país era el centro geográfico del mundo y eran ellos la única cultura civilizada.
Durante milenios, en China todo lo que no era chino era secundario. En los mapas de los emperadores chinos, hasta el siglo XIX, aparecía China en el centro del mundo. Los países periféricos, como Corea, Vietnam, o Japón, constituían un primer círculo de pueblos que habían asimilado la cultura y los caracteres chinos. Más allá en el mapa se encontraban los pueblos no chinos de Asia. Y solo después se ubicaban los “bárbaros” (waiyí), incluyendo Europa, y luego, bien lejos, estaba América.
Millones de chinos nacían y morían sin saber que había seres humanos sin los ojos rasgados. Con la enorme extensión del país, la autosuficiencia en recursos, su colosal población, y su geografía montañosa, ese país se encerró en sí mismo. Incluso en 1390, durante la dinastía Ming, el emperador Hongwu llegó a prohibir todo el transporte marítimo.
El “ombligo del mundo” está retoñando, esta vez hacia afuera
Ahora, como segunda economía mundial, por gravedad están rebrotando retoños del “ombligo”, pero hacia afuera, para convertirse en un imperio global. Con teléfonos móviles y acceso al mundo, pese a la censura comunista, hoy los chinos difícilmente puedan creer que China es el centro del mundo. Pero la cúpula pekinesa sí se aferra al egocentrismo, ahora imperialista, para expandirse.
A la muerte de Mao el defenestrado Deng Xiaoping lanzó la consigna antimarxista de “enriquecerse es glorioso” y se desmontó el hambreador sistema económico estalinista. Pero sin ceder un ápice en el control del Big Brother sobre la sociedad, sin restablecer las libertades ni los derechos fundamentales de los ciudadanos. Baste recordar la masacre en la Plaza de Tiananmen en 1989, ordenada por el propio Deng.
Según Pekín, para crecer la dictadura es mejor que la democracia
El “socialismo de mercado”, como lo llama Pekín, es un híbrido de capitalismo con socialismo, no imaginado por Marx o Lenin, aunque sí por los utopistas John Galbraith y otros autores que a mediados del siglo XX formularon la “Teoría de la Convergencia”, según la cual las diferencias entre los sistemas capitalista y socialista se van borrando y tienden a la fusión completa.
Para Xi Jinping y el PC chino esa fusión es el “socialismo” chino. Y pretenden convencer al mundo de que la fórmula perfecta para el desarrollo socioeconómico es el autoritarismo y no la democracia liberal. Falso. Fue la mano invisible de Adam Smith, no la de Mao, la que edificó la China de hoy.
En los 34 países más desarrollados del mundo hay democracias liberales basadas en el principio de Montesquieu de la separación de poderes, y en el respeto a los derechos humanos. En China lo que hay es capitalismo de Estado, solo posible en regímenes totalitarios de partido único, el monopolio de los medios de comunicación, y un patológico control policial de la sociedad.
El socialismo de mercado chino es primo hermano del Big Brother
Recordemos que el “socialismo de mercado” chino prohíbe las inversiones extranjeras y nacionales en los sectores llamados de “seguridad nacional”, que incluye a los medios de comunicación. Y mete en prisión a quienes critican al gobierno. O los masacra (Plaza de Tiananmen). Es primo hermano del Big Brother de la novela orwelliana
Y vuelvo al Frankestein comunista. El Federal Reserve Bank de Dallas (RBD) reveló que en los primeros cuatro meses de 2023 México desplazó a China como primer socio comercial de EE.UU, con un volumen comercial de $263,000 millones de dólares, el 15.4% de todas las exportaciones e importaciones de EE.UU, cifra que superó el 15.2% del comercio con China. El gobierno de Alemania anunció que “reducirá la dependencia comercial de China”. Y se aprecia en el comercio internacional una tendencia al “nearshoring“, a comerciar con países cercanos, y menos con los distantes
¿Puede ser eso el comienzo de un proceso global para contener las ínfulas imperialistas del Partido Comunista chino? El mundo necesita que la respuesta sea sí. La diferencia entre esa necesidad y su factibilidad la abordaré en otro artículo.