
María Luisa Arredondo*
Alguien tendría que convencer al presidente Donald Trump de que, cuando uno es neófito en una materia, lo más conveniente es quedarse callado. El “silencio es oro” (“Silence is Golden”) como se titula una famosa melodía de mediados de los 60, grabada primero por los Four Seasons y después por la banda británica The Tremeloes.
Lamentablemente, Trump no escuchará este consejo. El mandatario adora ser el centro de atención, aun cuando sea de manera negativa, y no está dispuesto a renunciar a su protagonismo, incluso si le cuesta la presidencia.
El sábado pasado, Trump tuvo un destello de sentido común: envió un tuit para informar que suspendería sus conferencias diarias sobre el COVID-19 debido a que “no valían el tiempo ni el esfuerzo”. El presidente se refería, por supuesto, a la ola de burlas y críticas que surgió después de su sugerencia de inyectarles desinfectante a los pacientes de coronavirus.
Fue la gota que derramó el vaso de agua. Por increíble que parezca, cientos de personas han llamado a centros de emergencias para preguntar sobre la efectividad de los desinfectantes contra el coronavirus. Ante el peligro que esto representa, las autoridades de salud, médicos e incluso los propios fabricantes de productos de limpieza han tenido que iniciar una intensa campaña informativa para prevenir que la gente ingiera esas sustancias y muera.
A Trump, sin embargo, el escándalo no le preocupó demasiado. En lugar de ofrecer disculpas por su irresponsabilidad, dijo que su comentario había sido sarcástico, como si no fuera un asunto de vida o muerte. Y el lunes, como si nada hubiera ocurrido, reanudó sus conferencias.
El problema, desde luego, no son las conferencias sino la conducta del presidente. Trump las ha convertido en un verdadero circo que ha dañado severamente no sólo a su gobierno sino al país. Lejos de dejar que sean los expertos, como el doctor Anthony Fauci, quienes lleven la batuta para informar, interviene constantemente para dar opiniones que no sólo son ridículas sino peligrosas. Además de la sugerencia del desinfectante, ha recomendado el uso de un fármaco contra la malaria que los médicos dicen puede provocar la muerte. Y, en el colmo de las contradicciones, un día respalda a quienes protestan para reabrir la economía y al siguiente día critica a los gobernadores que lo hacen.
Trump se comporta en las conferencias como si estuviera en uno de sus mítines políticos. Todos los día se vanagloria de sus supuestos logros y se pelea con media humanidad. Desde su muy limitada óptica, los avances que se logran se deben solamente a él y los problemas a quienes considera sus enemigos, desde los gobernadores demócratas hasta China y, por supuesto, la prensa.
Pero la mayoría de la opinión pública no se traga ya esa píldora. Todas las encuestas muestran que sus números están a la baja y que no solo podría perder la presidencia sino hasta el Senado. Las conferencias sólo han servido para que Trump nos confirme sus deficiencias: su ineptitud, su falta de empatía, su ignorancia, su narcisismo y su completa desconexión con la realidad. No es, definitivamente, el líder que este país necesita para luchar contra esta pandemia ni ninguna otra calamidad.
*María Luisa Arredondo es la fundadora y directora ejecutiva de Latinocalifornia.com