‘No Castro, sí problem’

Roberto Álvarez Quiñones.
Roberto Álvarez Quiñones.

Cuando llegué a Estados Unidos, en 1995, corría en la comunidad cubana y cubanoamericana  una consigna  que me pareció formidable:   “No Castro, no problem”.  Era cierto, sin Fidel o Raúl  en el poder  podría ser posible un eventual  proceso de cambios que condujesen finalmente  a una transición a la democracia  en Cuba.

Aquella sonora y optimista frase, que  se mantuvo vigente hasta principios del presente siglo,  lamentablemente ya no tiene validez alguna. No sirve porque hasta julio de 2006, cuando se enfermó gravemente el  dictador,  los posibles escenarios sobre el futuro de Cuba siempre se basaron  en la muerte súbita de Fidel y no en un inesperado  e interminable “retiro activo” suyo.

En el  exilio  y dentro de Cuba  siempre se acarició la idea de que la muerte repentina del  caudillo  podría coger “fuera de base” a  Raúl Castro y toda la cúpula dictatorial.  Se pensaba que en tales circunstancias podría  producirse un vacío de poder momentáneo,  sobre todo por la probada incapacidad de Raúl para manejar situaciones de crisis, todo lo contrario de su  hermano. Y  la historia muestra  que cuando hay vacíos de poder  ocurren siempre  muchas sorpresas.

En este caso hay que tener en cuenta que Raúl ostentaba la segunda máxima jerarquía del régimen porque era el heredero designado por Fidel  y no por méritos propios, capacidad, audacia, o talento.  Hay que recordar que  el menor de los Castro fue expulsado del  Colegio de Belén por incapaz. Desaprobaba casi  todas las asignaturas.  Desde  que eran niños, Raúl siempre fue el perrito faldero y un fanático admirador bobo  de la personalidad avasalladora y las “hazañas” de su psicópata hermano, quien lograba todo lo que él  no era capaz de lograr.

Recuerdo que en los años 70 y 80, como periodista me tocó cubrir encuentros de delegaciones extranjeras de alto nivel con Raúl, y en todos los casos, sin excepción,  él mencionaba constantemente  el nombre de Fidel para explicar cualquier cosa. Y lo hacía como si se tratase de un  Zeus terrenal.

Obviamente  muchos de aquellos forasteros se percataron de la aberrante sumisión del general a su idolatrado hermano.  Los colaboradores de Raúl  son testigos de que éste  sin el tutelaje  omnipotente de Fidel  se siente un poco perdido, solo, desorientado.  No son pocos los generales y comandantes  que se perciben a sí mismos con más méritos y más capaces que Raúl para asumir el liderazgo del país. Y tienen razón.

No por casualidad  antes de entrar en el quirófano  Fidel  delegó en su hermano y en otros seis jerarcas del régimen  solamente  el gobierno y no renunció a sus cargos de Comandante en Jefe de las fuerza armadas, ni al de Primer Secretario del Partido Comunista, que constitucionalmente en Cuba es la máxima instancia de poder.   Fidel  siguió siendo  el  dictador oficial durante cinco años más, hasta el congreso partidista de 2011 en que le cedió  su posición a Raúl,  sólo cuando ya todo estaba  bien “amarrado” para la continuidad  inalterable del régimen.

Por eso, dando rienda a la especulación podría pensarse  que la muerte sorpresiva de Fidel habría podido producir un escenario diferente, e incluso una lucha por el poder que pudo  haber desestabilizado al régimen.

Por otra parte, con Fidel  bajo tierra, y aun con Raúl  como nuevo zar castrista, posiblemente la vía china  ya  habría sido adoptada. Hoy habría  igualmente  dictadura  y violación de los derechos humanos en Cuba, pero al menos  la gente  podría vivir algo mejor,  quizás con un empresariado capitalista en ascenso. La isla caribeña seguiría siendo tiranizada, pero los cubanos probablemente ya no estarían  ubicados entre  los cuatro pueblos  más pobres  del  continente. Y del  lobo un pelo.

Diferencia entre Fidel y Deng

Al no morirse (cuando debió),  Fidel Castro se consolidó  como el tirano que más daño ha causado a su pueblo en la historia de las Américas,  incluso después de estar formalmente jubilado. Desde su apacible retiro en Punto Cero ha seguido siendo el líder político de la “revolución”.  Su caso es parecido al de Deng  Xiaoping, quien  ya retirado oficialmente continuó marcando la pauta en Beijing  hasta su muerte a los 93 años, en 1997.

Pero  hay una  enorme diferencia entre ambos dictadores.  Deng  fue el  gestor de las reformas capitalistas que bajo la anticomunista consigna de “enriquecerse es glorioso” (versión china del “laissez faire” de los fisiócratas franceses en el siglo XVIII)   han modernizado a China, mientras que Castro es el inmovilismo hecho persona.  Es él precisamente quien  ha impedido  cualquier reforma verdadera, por tímida que sea, en favor del progreso económico y el bienestar de los cubanos.

Y si el comandante,  ya sin cargo oficial alguno,  puede actuar como “freno supremo”  se debe únicamente a la enfermiza sumisión de Raúl.  Este  tiene más los pies en la tierra y conoce la necesidad de cambios económicos reales en Cuba –cambios políticos no los haría–, pero él jamás  hará nada que disguste a Fidel, o que éste no apruebe. Un Raúl  con más hombría y determinación,  sin complejo de inferioridad y sin problemas de personalidad,  habría actuado con más independencia a la hora de hacer  ciertas reformas económicas  que demanda desesperadamente la  nación.

Gestación del postcastrismo

Lo más grave de todo  es que con esa  subordinación  a su hermano, Raúl  no sólo ha permitido que éste de hecho  impida los cambios necesarios,  sino que en los ocho años transcurridos desde el amago de su muerte  toda la estructura militar y civil de la dictadura, y sus familiares,  han tenido tiempo suficiente para armar  pieza por pieza el andamiaje de lo que será el postcastrismo, que  apunta cada vez más a un régimen totalitario,  algo menos “duro”,  de capitalismo de Estado.

El generalato, los  coroneles y sus familiares,  las familias de los Castro y de los grandes jerarcas  de la burocracia partidista y estatal se entrenan  como gerentes de las  industrias y actividades  que son rentables o podrían serlo, para convertirse luego en sus propietarios definitivos, como sucedió  en Rusia. Y obviamente querrán  sustentar el poder político para adentrarse bien protegidos al  capitalismo de Estado y la danza de los millones que piensan bailar en la Cuba postcastrista.

En tanto,  mientras la nomenklatura  comunista  echa las bases para  un futuro esculpido  a su imagen y semejanza,  Washington emite señales  de que está dispuesto a “tirar la toalla” y entenderse con  Cuba, no importa si en La Habana se instala una versión “light” del castrismo, o incluso si se trata del mismísimo  general Castro.  Ello ocurriría siempre con el  aplauso  de la abrumadora  mayoría de los gobiernos Latinoamérica y de Europa.

Si el postcastrismo será una mezcla de los modelos chino y postsoviético, fascismo y  populismo  latinoamericano,  o si será una azarosa transición real a la democracia,  nadie lo puede saber.  Lo que sí está claro es que  para vislumbrar  el futuro de Cuba a corto y mediano plazo  hay que tener  en cuenta el gradual posicionamiento de los militares  y sus familiares de todos los estamentos del poder económico y político en la isla.  Estos no van a soltar fácilmente el poder.

Es precisamente este factor el que dibuja  ya un panorama  complicado y difícil  a la hora de imaginarse el fin la cincuentenaria pesadilla  de los cubanos. La esperanza aquí es que en política las cosas casi nunca ocurren como son pronosticadas y todo podría suceder de manera diferente a como la visualizamos hoy.

De todas formas,  sea cual fuere el  relevo de los Castro y  los “históricos” de la Sierra Maestra en los próximos años,  no hay dudas  de que la sonora consigna citada anteriormente se modificó por completo  y entre los cubanos suena  ahora bien distinto:   “No Castro, sí  problem.

 

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