
Me desespera. Me estresa. Me irrita. Me da ganas de correr a la farmacia a buscar una pastilla que me tranquilice para entender cómo la primera potencia del mundo juega con la salud y la vida de sus ciudadanos, que deberían ser considerados el tesoro más preciado. Pero como no tengo seguro médico, busco un remedio casero escuchando música clásica y distrayendo mi mente en otras cosas más saludables que pensar en clínicas y hospitales.
Vengo de un país -España- donde la sanidad es pública, pagada del bolsillo de todos los contribuyentes al igual que se pagan las carreteras y los puentes. Nadie tiene que preocuparse por desembolsar un seguro médico, ni un copago por ver a un doctor. Mucho menos por tener una operación como la que tuvo mi padre a corazón abierto. Esa misma realizada en Estados Unidos me habría supuesto a mí un infarto nada más mirar la factura.
A día de hoy no comprendo que cada quien tenga que buscarse la vida para estar cubierto. Como si uno fuera pidiendo a gritos por la calle enfermarse para así aprovechar que tiene seguro médico. Si la educación, trabajo y vivienda son derechos razonables que asumimos con cierta garantía, no concibo que el derecho al cuidado médico tenga que ser privado -a menos de que estés jubilado o discapacitado- como si el derecho a la vida o a estar saludable fuera lo menos importante.
Pero para quienes formamos la clase obrera que saca a este país adelante está esa frase de “arréglatelas como puedas”. Si tu empresa te proporciona cobertura médica, estás de enhorabuena. Pero si trabajas a la buena de Dios expuesto a que cuando te enfermes no tienes cómo ir a ver a un médico –y al oculista después de que te cobren un ojo de la cara- adiós, muy buenas.
Reconozco que cuando oí hablar del seguro universal, de aquella idea de que todo el mundo estaría cubierto, me alegré y pensé: ya era hora de que Estados Unidos se pusiera al nivel que tiene que estar. Pero a medida que fui conociendo más detalles de cómo funcionaría la propuesta, más grande era la úlcera que me producía el Obamacare.
Me opongo rotundamente a que el gobierno me quiera obligar a comprar algo que yo no quiero. Yo no he pedido comprar un seguro médico. Pero resulta que si no lo compro –y por supuesto que no lo he hecho- me multan. A final volvemos al mismo juego: sacar dinero a costa de la vida y la salud de uno.
Es curioso que el gobierno te exija en qué te tienes que gastar parte de tu salario, o atento a las consecuencias. Mucho más sin saber los gastos que uno acumula al mes y que no le queda ni feria para tomarse unas cervezas.
La clase media, esa que tira del país adelante con más fuerza que ninguna, es la que paga las consecuencias. No calificamos para ayudas porque no somos pobres, pero nuestro salario tampoco nos da para vivir como los ricos. Estamos acomodados en medio de la nada.
Escucho estupefacto que el gobierno te ayuda a pagar el seguro médico, para promover la idea de que será “asequible”. Óigame usted, si yo no he pedido gastar ni un centavo, por más ayudas que quieran darme. Cuando ingreso mis datos en la famosa página del Obamacare me dice que por mis ingresos no califico para ninguna ayuda. Cero patatero. Entonces de nuevo se cumple esa premisa de que no todos somos iguales ni de que el gobierno está ahí para ayudarte. Arréglatelas como puedas. Y da igual que vaya una vez al médico, diez mil o ninguna. Si quiero ir, debo costearlo yo como pueda pagando cientos de dólares al mes que bien puedo utilizar en otra cosa.
Me gustaría saber qué opinan las personas a las que no les gusta conducir, o que no tienen licencia o que simplemente prefieren usar el transporte público si mañana llegara el gobierno y dijera: todo el mundo tiene que comprar un vehículo. Si no lo compran, le ponemos una multa. Y si no tiene dinero suficiente, no se preocupe, nosotros le ayudamos a financiarlo. Pero usted tiene que tener un coche.
Me suena a que el gobierno estaría obligando a comprar algo a la fuerza, sintiéndose dueño de mi cheque. Por mucha ayuda que ofrezcan, el ciudadano que prefiere ir a pie tendría que desembolsar de su cartera un dinero que vaya usted a saber si lo tiene para comprar algo que no ha pedido ni quiere.
Lo mismo sucede con el Obamacare: con ayuda o sin ayuda, te obligan a comprar y gastarte tu dinero en algo que manda el gobierno. Señor presidente: el día que yo me enferme, ya veré cómo me las arreglo. Lo mismo me regreso a España donde no tengo que pagar para que me diagnostiquen de qué estoy enfermo. Por lo pronto, me niego rotundamente a tener que pagar todos los meses una cantidad para nada. Porque, ¿cuántas veces va uno realmente al doctor para asegurar que le sale rentable tener un seguro médico? Comprar un pase anual para ir solamente una vez al parque de atracciones me resulta igual de ilógico. Llevo meses, gracias a Dios, sin pisar un consultorio. Pero si todos esos meses hubiera pagado un seguro que no he utilizado, ¿no sería dinero malgastado? Es como el que compra una casa pero no termina viviendo en ella.
Por otro lado, resulta contradictorio que el gobierno promueva ciertos hábitos como la buena alimentación y hacer ejercicio para llevar una vida saludable y luego te quieran cobrar un seguro para que te digan “usted está en perfecto estado”. Porque, si estamos tan saludables, ¿para qué necesitamos ir al médico? Al menos hubieran tenido la brillante idea de dar incentivos a quienes están saludables y no visitan el médico tan frecuente como aquellos que no tienen otra cosa que hacer pero que aprovechan que están pagando por algo para ir a entretenerse.
Echando cuentas, me conviene mucho más pagar la sanción por no tener seguro médico que gastar todos los meses en algo que no voy a usar a menos de que me enferme. Porque de esa fe es de la que hacen negocio y dinero, a base mentalizar a la gente de que tienen que tener un seguro porque uno nunca sabe qué le puede pasar. Tenga por seguro, señor presidente, que cuando ese día llegue, si es que llega, ya buscaré la manera de financiar mi atención médica, aunque me endeude. Pero mientras no me enferme no tengo necesidad de estar tirando mi dinero para enriquecer a las compañías de seguros que viven a costa de la vida de uno con un “por si acaso”. Prefiero gastar en cosas que ya han pasado. Al menos, estaré “seguro” de que el dinero se utiliza con un propósito.
De todas las leyes que ha aprobado este país desde que vivo en Estados Unidos, la de Obamacare es la peor con creces. No cuestiono que por supuesto habrá gente a la que le beneficie. Pero en lo que a mí me concierne me quita dinero para comprar algo que simplemente no pido. Porque al final de cuentas, yo con mi salud hago lo que quiero, aunque ya está visto que hasta en eso se quiere meter el gobierno.
Obamacare, ahí te quedas, que yo sigo arreglándomelas como puedo. No aceptaré el chantaje de cuidarme por dinero. Vengo de un país donde no se juega con la salud ni de los sanos ni de los enfermos. Ni de los ricos ni de los pobres. Y ese pensamiento no me lo cambia nadie. Haré caso a lo que dicen por ahí: los felices viven más tiempo, así que seguiré tranquilo y feliz sin seguro médico, aunque el año que viene me quieras multar y te quedes con mi dinero.