
A finales de 2008, la recesión en Estados Unidos me golpeó de manera directa: perdí mi trabajo y, en consecuencia, mi seguro médico.
Debido a que hasta ese entonces había gozado relativamente de buena salud, no me preocupó mucho el haberme quedado sin cobertura médica. Lo que me quitaba el sueño era estar desempleada, sobre todo porque mi esposo, quien es arquitecto, también había perdido su trabajo a causa de la crisis.
Los siguientes dos años sobreviví con empleos temporales y lancé el proyecto de Latinocalifornia.com. con gran fe, pero muy escasos recursos. Finalmente, la calma volvió a mi vida en 2011, cuando conseguí un trabajo como contratista independiente con un ingreso estable, pero sin derecho a beneficios ni a seguro médico. Confiada en que mi buena estrella me protegería siempre de cualquier mal, opté por quedarme sin cobertura de salud pues me parecía excesivo desembolsar 600 dólares mensuales.
Esa decisión me salió más cara de lo que pude haber imaginado en mis peores pesadillas. En febrero del año pasado empecé a sentir una ligera molestia en la espalda que en unos meses se transformó en un dolor cada vez más intenso. Los médicos me diagnosticaron ciática, pero ninguno de los tratamientos que me dieron funcionó. Tras meses de estudios y consultas con diferentes especialistas, descubrieron que tenía un pequeño tumor en el canal raquídeo y que la única solución era operarme.
Pese a los considerables riesgos que implicaba la cirugía, entre ellos el de quedar paralítica, no tenía alternativa pues el dolor era ya insoportable. Pero el problema no sólo era ése. Cuando me informaron que el costo de la operación sería de por lo menos 120 mil dólares, casi me desmayo de la impresión (¡Y todo por no querer pagar 600 dólares al mes!,me recriminaba). De sobra está decir que a esas alturas no podía adquirir ya un seguro médico debido a que ninguna compañía me aceptaba por mi enfermedad y porque mi cirugía era urgente.
En busca de una alternativa me fui a la Ciudad de México, de donde soy originaria. Aquí, sin embargo, la respuesta que obtuve no fue tan rápida como yo la necesitaba. En el punto más alto de mi angustia, una querida amiga, Araceli César, me sugirió buscar opciones en Tijuana y me recomendó al doctor José Manuel Segovia. De inmediato me puse en contacto con él y su sola voz me devolvió la esperanza. Con un gran profesionalismo, me ofreció operarme la misma semana que le llamé, me aseguró que tenía todas las posibilidades de recuperarme y a un costo que era la décima parte de lo que me cobraban en California, donde resido.
Sin pensarlo, volé con mi hermana de la Ciudad de México hasta Tijuana y me puse en manos de Dios y del doctor. La operación duró casi cinco horas y fue, más que un éxito, un verdadero milagro por el que siempre estaré agradecida.
Entre muchas otras cosas, esta experiencia me enseñó algo que es obvio pero que yo quise ignorar: que el riesgo de no contar con un seguro médico es demasiado alto. En el momento menos esperado podemos perder la salud y por ello tenemos que prevenir, aunque nos cueste. De ahí la importancia de la ley Obamacare, gracias a la cual ahora tener cobertura médica será más asequible y nadie, aunque sufra una enfermedad, podrá ser rechazado por una compañía de seguros.