Anticiparse a las crisis

 

Manuel Sañudo Gastélum.

Es usual que caigamos en la desidia de posponer los cambios que sabemos que hay que hacer en el negocio, ya que tememos afrontar el conflicto. Lo ilógico es que, a sabiendas de esto, esperemos sentados hasta que nos sacuda una crisis.

No sé si echar la culpa a nuestra actitud de pasividad o si sea una condición generalizada, en el ambiente mundial, la de reaccionar en vez de proaccionar. El caso es que con frecuencia veo, en lo personal  y en las experiencias ajenas, que nos esperamos hasta que los problemas llegan a un punto de no retorno. Desde cosas tan sencillas, e importantes, como nuestra propia salud personal hasta situaciones del orden nacional en donde van en juego la economía y la estabilidad política del país.

Veamos, como puntos de referencia, unas definiciones de la palabra crisis. La expresión (del latín: krisis) tiene varias acepciones y me remitiré a dos de ellas: “mutación considerable que acaece en una enfermedad ya sea para mejorarse, ya para agravarse el enfermo” y “momento decisivo y grave de un negocio”.

De acuerdo con estas definiciones que hablan de la gravedad del tan indeseado momento, con riesgos reales de muerte, incluso, ¿por qué esperamos a que sobrevenga el problema en vez de anticiparnos a él?

Algunas explicaciones podrían ser:

– La indolencia. La irresponsabilidad de los que argumentan que esos asuntos no son de su atribución… ¿Y de quién, si no de los dueños de la empresa? Claro que se necesita de un líder, con la autoridad  suficiente, para promover el cambio que permita sortear las crisis, al menos en su intensidad.

– La ausencia de visión; de los que no alcanzan a ver que es preferible pagar el precio actual del cambio, que luego quedar, irremediablemente, “entre la espada y la pared”.

– El miedo; por más beneficios que veamos en el cambio es inevitable sentir temor. Repetidamente nos escudamos en el viejo proverbio que dice que “más vale malo conocido, que bueno por conocer”.

– Falta de agallas, de arrojo, de valentía. De salir de la zona de comodidad personal, afrontar y conducir el cambio.

– Operatividad. Estar hundidos en la cotidianeidad de la gestión del negocio, dejando lo importante para después, y concentrándose en lo urgente del hoy.

– Esperanzas, infundadas totalmente, de que las cosas cambiarán para bien, por sí solas. Por el simple transcurso del tiempo.

– La falta de recursos. Hay que admitir que, en muchos de los cambios a crear, en prevención de las crisis, hay que gastar dinero y a veces no lo hay en suficiencia. El dilema es conseguir el capital para que en el ahora resulte menos caro que en el después. Lo más importante es que, para pasar de una posición reactiva e indolente, a una proactiva y exigente, no se necesita dinero. Se requiere de una renovación en el pensar, en la actitud y, como resultante, en el actuar.

– La soledad del Dueño – Director. A un empresario le pregunté: – Si mucho de lo que te he aconsejado ya lo sabías, ¿por qué no lo hiciste cuando tu situación era menos grave? – A lo que me contestó: – Es que tenía temor. Quizás lo que necesitaba eran apoyos, internos y  externos, que me impulsaran a actuar.

“Acusar a los tiempos no es otra cosa que excusarnos a nosotros mismos”

Thomas Fuller

 

El autor es Consultor de Empresas en Dirección de Empresas. Correo: manuelsanudog@hotmail.com 

 

DR © Rubén  Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción total o parcial sin el permiso del autor.

 

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