
“El hombre es en todas partes enemigo nato de la mentira”
Thomas Carlyle
La mercadotecnia debe cumplir con su función elemental de satisfacer las necesidades del consumidor. Y no se vale mentir a los compradores – aplicando esa u otras técnicas – para aumentar las ventas, ganar alevosamente al competidor, atraer clientes cándidos, salir de la mercancía rancia, lucrar abusivamente y, en general, engañar al público.
Evidentemente el fondo ético del asunto es el respeto al valor universal de La Verdad. Y desde el punto de vista práctico y de negocios está en juego la credibilidad y la imagen de la empresa y sus dirigentes.
No se debe tratar a los clientes como si fueran tontos. Tarde o temprano el engaño será descubierto, con sus fatales consecuencias para el embustero. Esto es extensivo para los gobernantes – que buena falta les hace hablarnos con la verdad – para la sociedad, la familia y sus individuos.
Que como consumidores o ciudadanos a veces nos dejemos engañar, eso es otra cuestión que tiene sus raíces culturales, educativas e históricas. Y no porque seamos “dejados”, el engaño es valedero. Pero como son tantos años – incluso siglos – de vivir así, a veces nos parece hasta lo normal.
Conozco casos de empresas que, por su desmedida ambición de ganar dinero, han caído en la maña cotidiana del engaño y el abuso. Sin embargo, ante la entrada de competidores más honestos y que ofrecen lo mismo por menos o más por lo mismo, aquellos se han tenido que suavizar obligadamente. Esa es una ventaja del modelo de la libre competencia; pero en esta libertad no encaja la mentira… o no debería al menos.
Veamos algunos ejemplos de “Mentirotecnia”: anunciar los precios sin impuestos o cargos extras para hacernos creer que son más bajos. La letra pequeñita, y abusiva, al calce de los anuncios o contratos. Los envases – hábilmente diseñados – para aparentar mayor contenido del producto. La falta de advertencias sobre los efectos secundarios del uso de un producto o el venderlo a sabiendas de que hace más mal que bien. La piratería que roba las marcas y diseños y miente al consumidor. El cliente quizás no se queje abiertamente, pero se alejará de los establecimientos que cometen la trampa.
Y ahora, ciertos médicos – otrora ejemplo de honestidad y de respeto a su Juramento Hipocrático – les inventan al paciente tratamientos o cirugías innecesarios para lucrar indebidamente. Los productos chinos que entran engañosamente al país con etiquetas que dicen que son fabricados en otra nación, para así pagar menos aranceles; y, desde luego, la peor mentira de todas: la corrupción aduanera que existe de por medio.
Otro tanto podríamos citar de situaciones tramposas – en cuanto a la información que se maneja hacia el interior de algunas empresas – en las que la mentira es una experiencia habitual; o para decirlo en otros términos: lo que se piensa y se dice no corresponde con la realidad de lo que se hace con los empleados, proveedores y acreedores en general. La verdad brilla por su ausencia.
No es suficiente con disculparse arguyendo que “así es la tecnología moderna de mercadear y comunicar”; es materia del acatamiento al valor de la veracidad.
Pregonemos, con el ejemplo, dentro y fuera de la empresa. Hagamos que las generaciones actuales y venideras retomen el aprecio por los valores universales, en este caso específico, por el de La Verdad.
***El autor es Consultor en Dirección de Empresas. Correo: manuelsanudog@hotmail.com
Facebook: www.entusiastika.blogspot.com
D. R. © Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción sin el permiso del autor.
*** Manuel Sañudo es autor del libro Las raíces del éxito. Aquí una sinopsis de la obra y al final el enlace para los interesados en adquirirla:
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