
Por María Luisa Arredondo
Son muchos los ángulos desde los que se puede analizar la tragedia de Itzcoatl Ocampo, el ex infante de Marina acusado de haber asesinado a sangre fría a cuatro indigentes en el condado de Orange. Pero a quienes insisten en culpar a los inmigrantes de todos los males que aquejan a este país sólo les importa uno: que Ocampo nació en México.
Desde que se dio a conocer la detención del joven de 23 años han abundado en diferentes medios los comentarios de lectores que, además de pedir que se le deporte a México o se le imponga la pena de muerte, atribuyen los asesinatos al hecho de que Ocampo es mexicano.
“Nadie odia a los mexicanos sólo porque son mexicanos. Pero la gente está cansada de lidiar con los males sociales que la mayoría de los ilegales traen: abandono de la escuela, padres ausentes, violencia de pandillas, etc. La vida hogareña de ese muchacho fue lo que probablemente lo llevó al abismo. Viene de una casa en que su mamá y sus hermanos rentaban un cuarto, estaba desempleado y lo más probable es que, debido a que es mexicano, no tiene una buena educación. La verdad es que este muchacho es una víctima de su cultura mexicana y de la mala detección de problemas mentales en el Ejército de EEUU”, escribió una lectora llamada Michelle en la publicación digital www.orangejuiceblog.com
Las conclusiones de Michelle no sólo pecan de superfluas sino de racistas. Aunque dice que nadie odia a los mexicanos sólo por el hecho de serlo, culpa la “cultura de México” de haber orillado a Ocampo a cometer los asesinatos de los que se le acusa. No toma en cuenta ningún otro factor, como el hecho de que el ex infante llegó a este país cuando sólo tenía un año y, sobre todo, que estuvo en Irak y probablemente sufre del síndrome post traumático de la guerra.
Los familiares de Ocampo coinciden en que, después de regresar de Irak, el joven no era el mismo. “Empezó a decir cosas que no tenían sentido, que iban a pasar cosas terribles” ha dicho su padre, Refugio Ocampo. Aunque buscaron ayuda psicológica, Iztcoatl la rechazó y todo indica que su salud mental empeoró cuando se enteró que un amigo cercano había muerto en Afganistán.
Con respecto a la situación económica de Itzcoatl, es probable que también haya tenido un impacto en el joven. Pero no es un problema exclusivo de los mexicanos. Michelle ignora olímpicamente que millones de estadounidenses de todos los grupos étnicos atraviesan por situaciones similares. Han perdido sus empleos, sus casas y han quedado en el desamparo total. El padre de Itzcoatl, por otra parte, no es ningún iletrado. Estudió leyes en México y se quedó en la calle por la crisis actual.
Lo único en lo que probablemente tiene razón Michelle es que quienes evalúan la salud mental de los jóvenes que ingresan al ejército deberían hacer un mejor trabajo y no enviar al primero que se presente. Ésa sería tal vez una de las lecciones de esta tragedia, puesto que al parecer Ocampo era un muchacho retraído.
La otra gran lección es que, antes de iniciar una guerra, este país debe evaluar el alto costo que debe pagar la sociedad, no sólo en el frente de batalla sino con los miles de jóvenes que regresan afectados de sus facultades mentales.
**María Luisa Arredondo es directora ejecutiva de Latinocalifornia.com