
Por David Torres
La muerte de José Francisco Blake Mora la semana pasada –en lo que se ha dado en llamar hasta el momento un accidente aéreo– viene a sumarse a la cadena de remezones político-emocionales del régimen de FelipeCalderón Hinojosa, presidente de México.
Blake es el segundo titular de la Secretaría de Gobernación (Segob) que fallece de esa manera; el primero fue Juan Camilo Mouriño el 4 de noviembre de 2008, cuando cayó la aeronave en la que regresaba de San Luis Potosí a la capital de la República, el mismo día de la elección presidencial en Estados Unidos. Y era el cuarto en ocupar esa cartera: el primero fue Francisco Javier Ramírez Acuña, exgobernador del estado de Jalisco, quien saldría pronto del puesto, a pesar de que se le había creado una imagen de “hombre fuerte” en el ejercicio del gobierno; el segundo fue el ya mencionado Mouriño, a quien además se le perfilaba como presidenciable; el tercero sería el abogado Fernando Gómez Mont, quien también se apartó muy pronto, y a quien sucedió en 2010 el tijuanense Blake Mora, quien ocupaba la secretaría de Gobierno del estado de Baja California hasta ese momento.
En este mismo espacio de LatinoCalifornia.com, y bajo el título “La inutilidad del puesto” cuando asumió Blake la Segob el año pasado, se mencionaba que el panorama violento que desde 2006 ensombrece al territorio mexicano hacía que la función de resguardar la seguridad interna del país fuese poco menos que una tarea si no imposible, sí azarosa y llena de peligro latente.
De ahí que no importaba realmente quién asumiera el cargo, mientras la seguridad del país estuviese comprometida y no hubiera una visión de Estado para salvarla, sino solamente la vía policiaco-militar que no ha funcionado, conclusión a la que llegó también hace unos días la organización Human Rights Watch (HRW), cuyo reporte condena la actuación de las fuerzas de seguridad en la estrategia contra el narcotráfico y en el que da cuenta de 170 casos de tortura, además de 39 desapariciones forzadas y 24 ejecuciones extrajudiciales.
Los más de 50 mil muertos que ha causado la llamada guerra contra el narcotráfico impulsada por Calderón desde el inicio de su mandato son una prueba dolorosa y contundente de la realidad a la que se enfrentan y padecen millones de mexicanos todos los días, y la que parece no tener fin en tanto que la delincuencia organizada se ha apoderado de vastas regiones del territorio en prácticamente todos los puntos cardinales, convirtiéndose los cárteles de la droga en una hidra interminable. Es decir, el país está en riesgo.
La nubosidad a la que se refirió desde el primer momento el gobierno de México como causa más viable del desplome del helicóptero en el que viajaba Blake Mora –del Campo Militar Marte en la Ciudad de Méxicohacia el estado de Morelos– no despeja del todo la lamentable tragedia, pues esa rápida declaración solo salió al paso para atajar cualquier especulación en torno de un posible atentado. Algo casi imposible de lograr en un país cuya memoria colectiva está históricamente dañada por el engaño, la corrupción y ahora más que nunca por la comprobación de que las mafias han infiltrado diversos ámbitos de la vida nacional y le siguen los pasos a quienes no se dejan corromper, lo mismo militares que policías o personas de la esfera política.
Pero solamente, por supuesto, los resultados de las investigaciones aclararán lo sucedido.
Lo que sí queda claro es que la quinta persona que ocupe la Secretaría de Gobernación en lo poco que queda del gobierno de Felipe Calderón se encargará de administrar y digerir la “cultura de la violencia” de puertas adentro del país, sin que ello garantice la superación de los oprobios que han minado hasta niveles inauditos la idiosincrasia mexicana, situación de la que difícilmente saldrá en el corto plazo.