El autor le dedica una humilde elegía a George Ramos, una de las figuras del periodismo estadounidense y un gran orgullo latino.
Cuentos del asfalto
YAKIMA, Washington- Dicen que el periodismo, tal y como lo hemos conocido, está muriendo.
Hace unas semanas, un suceso ocurrido en California me dio a entender que se están cumpliendo los malos augurios, literalmente. Pues falleció el señor George Ramos, un grande del periodismo.
Ganador tres veces del Pulitzer -el mayor premio que se le puede otorgar a un periodista-, Ramos fue redactor de Los Angeles Times, uno de los diarios más importantes del mundo. Ahí, con reportajes, notas, columnas e historias cimentó su leyenda como uno de los mejores periodistas de origen latino, una leyenda muy bien ganada.
El sábado 23 de julio pasado, las autoridades encontraron el cuerpo de Ramos en su hogar en Morro Bay, California. Aparentemente falleció debido a complicaciones de diabetes.
Tenía 63 años de edad.
Tuve el privilegio no sólo de conocer a Ramos, sino de trabajar a su lado. Es por eso que la noticia de su muerte me entristeció profundamente y digo sin tapujos que realmente el periodismo serio, bueno, aquel que ha hecho que nuestra profesión sea una de las más valerosas y a bellas a la vez está muriendo.
“George era un reportero tenaz y un cuentista brillante que siempre escribía desde el corazón”, dijo Antonio Villaraigosa, el alcalde de Los Ángeles. “Un hijo orgulloso del Este [de Los Ángeles], capturó íntimamente la experiencia latina en Los Ángeles y nunca perdió de vista la dimensión humana del periodismo. Será muy extrañado pero su legado y amor perdurable por nuestra ciudad vivirá a través de muchos jóvenes periodistas que guió a través de los años”.
Tiene razón el alcalde. Pocos profesionales latinos son tan ejemplares para nuestros jóvenes hispanos como lo fue George Ramos.
La prueba está en que cientos de jóvenes periodistas y alumnos de periodismo reconocen que Ramos ha sido una gran influencia para ellos. Ramos fue profesor en la Universidad del Sur de California, en la Universidad de Arizona y en Cal Poly.
Sin duda una de sus alumnas más destacadas fue Josie Pereira (antes Josie Tizcareño), quien a su vez fue mi editora durante mi transcurso en el semanario Mi Estrella del Condado de Ventura. Pereira, quien viajó desde Utah para asistir al funeral de Ramos, hoy es editora del semanario Ahora Utah, donde sigue haciendo una gran labor periodística en español y es todo un orgullo de la comunidad latina de Salt Lake City (realmente Ahora Utah tiene suerte al tener a tan buena periodista y mujer como editora).
“SOY SÓLO un chico del Este de Los Ángeles”, solía decir Ramos.
Y lo era. Y mucho más.
Ramos nació en Los Ángeles en 1947, en una familia oriunda de México. En una nota publicada en 1984 en Los Angeles Times -que fue parte de una serie que ganó el Pulitzer- narró cómo creció en Belvedere Garden, un barrio en medio de colinas, habitado por “gente pobre pero orgullosa”, con “esperanzas tan resistentes como el trigo alto en una brisa de verano”.
Ramos se graduó de Garfield High, una de las preparatorias del mundo latino cuya rivalidad con la escuela Roosevelt en el futbol americano es llamada el “Clásico del Este de Los Ángeles”, algo en realidad legendario.
Asistió al Politécnico de San Luis Obispo, donde obtuvo un título en periodismo en 1969. Estuvo en el Army (ejército) durante la Guerra de Vietnam desde marzo de 1970 a septiembre de 1971, donde fue herido en una pierna y obtuvo la Medalla del Corazón Púrpura.
Tras su regreso de la guerra, trabajó para diarios como San Diego Union-Tribune. A finales de los setenta, Los Angeles Times lo contrató. Y fue ahí donde realizó sus mejores trabajos.
Tras ganar el Pulitzer en 1984, al lado de Frank Sotomayor -quien años después tuve la suerte de que fuera mi editor- y otros 16 periodistas, a Ramos le tocó cubrir los disturbios de Los Ángeles.
A la edad de 45 años, demostró que su antiguo valor a prueba de toda duda no lo había abandonado, cuando al salir del edificio del Times para ver que una turba enfurecida estaba destrozando el primer piso del edificio del diario, un hombre afroamericano le apuntó con una pistola.
Como si nada, Ramos lo miró y le dijo:
“Soy un reportero. Estoy tomando notas. Estoy haciendo mi trabajo. No sé lo que harás tú, pero yo voy a hacer mi trabajo”.
Guau. Ah, que bonitos son los hombres valientes, como solía decir Pancho Villa.
El hombre de la pistola dejó de apuntar a Ramos, tomó una piedra, la lanzó contra el edificio y se fue.
DEBO ADMITIR que durante mi carrera periodística he sido un hombre de suerte. Arribé a Los Angeles Times a finales de los noventa y tuve como editor al señor Frank Sotomayor, otra de las grandes leyendas latinas del periodismo de este país.
Imagínense cómo me sentí yo, un pobre diablo, al tener el privilegio de trabajar al lado de los grandes del periodismo. Y uno con el que me tocó trabajar en una nota fue el gran George Ramos.
Pese a todos sus logros, Ramos era sumamente humilde. Tras trabajar, convivir y entrevistar a los personajes más famosos del espectáculo, la política y el periodismo, estoy convencido de que la siguiente es una de las características de los realmente grandes: la humildad.
Sólo los mediocres, los inseguros, los bocazas, los lenguas largas, los traidores, los vendidos, aquellos que son capaces de vender a sus propias madres por avanzar en sus empleos porque son demasiado inútiles para hacerlos bien y lo tienen que disfrazar patentando nuevos métodos de lamer botas, todos estos carecen de esta siguiente virtud: humildad.
Y Ramos tenía de sobra una humildad real. No una actitud servil, arrastrada que muchos confunden con la humildad auténtica, sino aquella que hace que la persona sepa su estado en la vida, actúe siempre con honorabilidad y con una lealtad a los más altos principios, antes que a sus propios intereses egoístas. Y esto último fue Ramos hasta el final de sus días.
Volviendo a mi experiencia con ese gran periodista, recuerdo que el señor Sotomayor nos asignó a Ramos y a mí trabajar en una nota sobre unos proyectos habitacionales. Por motivos de trabajo, tuve que concentrarme en varias otras notas, así que el trabajo le quedó a Ramos.
Para aquellos que quieran ver cómo se hace realmente un periodismo de altura, los invito a que lean “A work in progress” (Un trabajo en progreso, http://articles.latimes.com/1999/jul/09/local/me-54336), donde Ramos desglosa con maestría sobre los proyectos habitacionales de Pico Aliso, los que estaban en medio de una guerra pandilleril.
Por favor, estimado lector, permítame un pecadillo de vanagloria al decir que una de mis más grandes satisfacciones fue cuando Ramos, al lado de otros periodistas, estuvo en mi fiesta de despedida del Times cuando me fui al LA Weekly. Nunca olvidaré tan grande honor.
“Me gusta Joseph, porque como yo, él también es un veterano de guerra”, dijo Ramos, durante esa reunión.
DESDE UN tiempo para acá, el Times, como la mayoría de periódicos, ha decaído. Han caído víctimas de la economía, malos manejos, competencia del Internet, del influjo de malandrines que nunca fueron realmente periodistas pero que bien supieron vivir del periodismo y ahora, como las ratas que son, han abandonado el barco: todo esto le ha dado la estocada final a los periódicos impresos.
Sin presupuestos, sin reporteros o editores de calibre, ya se hacen pocas investigaciones y poco periodismo a profundidad.
Por favor, no confundamos a la prensa amarillista o publicaciones “lite” con los verdaderos periódicos que tanto en las metrópolis o ciudades pequeñas (en esto incluyo con orgullo a El Sol de Yakima) siguen haciendo su labor. De no ser por periodistas fidedignos y sólo por mencionar un ejemplo, el mundo jamás habría sabido de la lucha de César Chávez por los trabajadores del campo, por lo que las condiciones laborales jamás hubiesen mejorado.
Ahora, los pocos periodistas que nos sentimos como uno de esos ejércitos que se han adentrado demasiado en las filas del enemigo y ha quedado separado del resto de su ejército, a solas, rodeado por puros enemigos en territorio extranjero.
Los buenos ejemplos de gente como Ramos siguen alentando a aquellos que le somos fieles a nuestra profesión. Creo que los pocos periodistas de verdad que quedamos nos sentimos algo así como se sintió el último ejército de cruzados cristianos cuando fueron sitiados por el ejército musulmán superior de Saladino en la última Batalla de Jerusalén: estamos cansados, sin comer, atormentados, vapuleados por todas partes, ensangrentados pero peleando nuestra última batalla ante las fuerzas nocivas que nos tienen rodeados. Por mi parte les digo a esas avanzadas del mal que vengan por nosotros, si es que se atreven, les advierto que venderemos caras nuestras vidas periodísticas.
Nosotros, los que estamos a punto de morir, los saludamos.
Ah, George, te has ido, pero tu ejemplo sigue estando mucho más vivo que aquellos zombis que todavía están entre nosotros y que desde hace tiempo sólo nos han hecho la vida pesada. ¡Esta va por ti, George!
Descansa en paz.
• Joseph Treviño es el editor de El Sol de Yakima. Fue reportero para periódicos como La Opinión y Los Angeles Times. Cuentos del asfalto es su columna semanal de opinión.