
María Luisa Arredondo*
Tel Aviv, Israel- Cuando el pasado 28 de enero el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, respaldó la idea de Donald Trump de construir un muro en la frontera entre Estados Unidos y México, se levantaron muchas voces de protesta en el Medio Oriente, entre ellas la de Laura Lotem Chezes, una judía de origen mexicano que vive junto a la franja de Gaza.
De grandes y expresivos ojos azules, pelo castaño y una personalidad fuerte y apasionada, Laura habla sin rodeos del enojo que le causaron las declaraciones del primer ministro: “Como mexicana, me sentí ofendida, humillada, fue como una bofetada porque no es posible que Netanyahu haya comparado la situación de Israel con la de Estados Unidos y México. Aquí, el problema que tenemos es de seguridad. Allá en cambio, es un problema económico, la gente migra simplemente para tener mejores oportunidades de trabajo”, dice en tono airado.
Laura nació hace 57 años en la Ciudad de México y llegó hace 40 a Israel gracias a una beca que le dieron para estudiar Educación Física en el Instituto Nacional Wingate de Deportes y en la Escuela de Entrenadores. Desde entonces, ha experimentado en carne propia lo que implica vivir en una de las zonas más conflictivas del mundo. Su casa está ubicada en el kibutz Nir Itzchak, en el desierto noroeste de Negev. A primera vista, esta comuna de sólo 628 habitantes, atrae por su apacibilidad. Las viviendas de un solo piso y con techos a dos aguas están rodeadas de jardines y huertos, alejadas de la contaminación y el ruido de las grandes ciudades. No se ven alrededor edificios altos ni carreteras. La mayoría se transporta a pie, en bicicleta o incluso en vehículos eléctricos.

Pero a solo 20 metros de distancia, Laura nos muestra otra realidad: la cerca que divide el kibutz de la franja de Gaza es un recordatorio permanente de la vulnerabilidad que rodea a esta aldea debido al ancestral conflicto entre israelíes y palestinos. “Vivimos en un estado de alerta constante porque en esta zona han caído muchos cohetes. Aquí, al lado de mi casa, cayó recientemente uno”, dice mientras muestra un misil de casi un metro de longitud, con una naturalidad que resulta pasmosa.
Agrega que cuando suenan las sirenas para advertirles sobre un ataque tiene justo 20 segundos para resguardarse en un cuarto de su vivienda construido expresamente para la protección de ella y su familia .
Muy cerca de ahí, se encuentra la ciudad de Sderot que, según el gobierno israelí, desde el año 2001 ha sido el blanco de 771 cohetes que le han costado la vida a 13 israelíes y han lesionado a docenas de personas.
Pese a los riesgos, a Laura le agrada su vida en el kibutz y no tiene planes de irse a ninguna otra parte. “Aunque amo a México, decidí emigrar a Israel porque aquí es donde pertenezco. Aquí tengo todo, mi casa, mi pareja, mis hijos y mis nietos. Hasta hace poco tenía también mi trabajo como instructora de ejercicios aeróbicos y Pilates, pero ya me cansé y me he retirado”, manifiesta con una carcajada.

Ya en tono más serio, indica que cree en el destino. “Mi mamá, que vive en México, llora cuando ve el riesgo en el que estamos, pero yo creo que simplemente cuando te toca, no importa el lugar donde estés. Te puede tocar aquí, allá o donde sea”.
El suegro de Laura, Saúl Cohen, ama también la vida en Israel. Llegó a este país de su natal Argentina en 1953 y es uno de los fundadores del kibutz Nir Itzchak. Cuenta que en esa época la idea era crear grupos comunitarios dependientes de la agricultura en los que imperara la igualdad. “Eran una combinación de socialismo y sionismo”, explica.

Hoy, sin embargo, estas comunas han declinado, aunque todavía quedan unas 270 en todo el país. El ideal de igualdad y de una vida basada en la actividad agrícola ha dado paso a la industrialización. En el kibutz que ayudó a fundar, Saúl dice que ahora hay dos fábricas, una de bosas de plásticos y otra de químicos.
POLÍTICA DE PUERTAS ABIERTAS
Al igual que Laura y Saúl, muchos judíos latinoamericanos se sienten atraídos hacia Israel, no solamente por razones de identidad histórica y religiosa sino por las facilidades que ofrece el país para que inmigren todos aquellos que profesan el judaísmo.
Cuando alguien de esta fe decide irse a vivir a Israel, el gobierno le ofrece ayuda financiera, seguro médico, asistencia para encontrar empleo, aprender el hebreo e integrarse plenamente a su nuevo país.
De los ocho millones de habitantes que tiene Israel, se calcula que unos 150 mil son de origen latinoamericano, según la organización Olei. La mayoría proviene de Argentina (80 mil) Brasil (30 mil) y el resto de Uruguay, Chile y otros países como México.
Las oportunidades en Israel son especialmente atractivas para jóvenes con ambiciones de hacer una carrera profesional o de establecer su propio negocio. Muchos de ellos llegan a Tel Aviv, que además de ser la capital del país y una metrópoli ultramoderna, se caracteriza por la juventud de sus residentes. De los 420 mil habitantes con que cuenta, uno de cada tres tiene entre 18 y 35 años.

Tel Aviv es conocida, asimismo, como el emporio de los startups (negocios en fase inicial). Se calcula que hay unas 5,000 de estas empresas en todo el país y en la capital y las áreas aledañas unas 2,800. Miles de jóvenes llegan cada año con el sueño de iniciar su propio negocio debido a que la ciudad les ofrece apoyo tecnológico, financiero y consultoría para hacer sus sueños realidad.
JÓVENES EMPRENDEDORES
Yael Misrahi es el prototipo de los jóvenes judíos cosmopolitas, que han viajado y vivido en numerosos países, pero al final han sentido el llamado de sus raíces.
Sin desprenderse un solo minuto de la amplia y luminosa sonrisa que la acompaña, Yael cuenta, en perfecto español, que nació hace 29 años en Sacramento, California, en un hogar de padres mexicanos judíos y pasó los primeros años de su vida entre Jerusalén y Cleveland.
Su inquietud por estudiar, viajar y conocer otras culturas la llevó a explorar África, Latinoamérica y la India. Después de este periplo, hace cinco años decidió volver a Israel, esta vez para quedarse. “Sentí que era hora de regresar porque aquí tengo mi herencia y hogar ancestral. Decidí permanecer en Israel, a pesar de los desafíos, porque conocí a mi esposo aquí y los dos amamos la activa comunidad de jóvenes y empresarios sociales, que hacen el bien en el mundo con la tecnología israelí”, asegura Yael, quien estudió Relaciones Internacionales y Ciencia Política en Wellesley College y posteriormente una maestría en gobierno con una especialización en diplomacia y estudios sobre conflictos en IDC Herzliya.

Actualmente Yael encabeza los esfuerzos de desarrollo de MobileODT, una firma israelí dedicada al fortalecimiento de sistemas de salud, entre ellos el llamado EVA que permite la detección del cáncer cérvico-uterino en comunidades remotas.
El sistema, según explica Yael, es un colposcopio móvil (aparato utilizado para explorar la cavidad vaginal) equipado con una luz ultra brillante y poderosos lentes de aumento para mejorar la visualización. “Este aparato captura imágenes precisas que permiten a los médicos diagnosticar a larga distancia si las pacientes presentan alguna anomalía que requiera tratamiento posterior”, indica.
La tarea de Yael consiste, específicamente, en desarrollar nuevas alianzas estratégicas de MobileODT con organizaciones no gubernamentales, especialmente en África, Asia y Latinoamérica.
Debido a su historial, para Yael es difícil identificarse con una sola etiqueta. “Me veo como multicultural: americana, israelí, latina. He viajado extensamente y esto se ha convertido en parte de mi identidad también. Sin embargo, hay una conexión innegable con América Latina que siento especialmente porque mi familia extensa todavía está allá (mis abuelos y primos). No hay nada que me lleve a “casa” como un plato de arroz con pollo con salsa que mi mamá prepara”, dice con cierta nostalgia.
Sobre la situación de la seguridad en Israel, afirma que la mayoría del tiempo no piensa en eso. “Tel Aviv es extremadamente segura y estoy orgullosa de decir que, especialmente para las mujeres, es una de las ciudades más seguras del mundo. Puedo salir a cualquier hora de la noche, sola, y no me preocupo de ser acosada. Dicho esto, en tiempos de guerra o cuando hay conflictos políticos, me preocupo. Me preocupa más que mi esposo sea llamado a las reservas militares y me preocupo por su seguridad”, confiesa.
OPORTUNIDADES DE TRABAJO
Anette Mitrani es mexicana, mitad judía y mitad católica. Tiene 29 años, pero su mirada es todavía la de una niña traviesa. Llegó a Tel Aviv hace tres años, con la idea de encontrar mejores oportunidades de trabajo y enriquecimiento personal que en México. Y las encontró.
La joven, que estudió administración de empresas en el Tecnológico de Monterrey, es ahora la gerente de operaciones para España y Latinoamérica de Moovit, una de las aplicaciones de transporte más utilizadas en todo el mundo con más de 50 millones de usuarios en más de 1,200 ciudades y 68 países.

Moovit ofrece también servicio de mapas y su aplicación de transporte permite la planificación de recorridos, muestra los horarios reales de llegada y salida de trenes y autobuses, los mapas de estaciones locales, así como alertas de servicio y avisos que pueden afectar los trayectos de los pasajeros.
Anette trabaja muy de cerca con agencias gubernamentales y de transporte en Latinoamérica y España para desarrollar las bases de datos de cada ciudad. Es también la responsable de desarrollar y mantener una comunidad de editores en esas regiones para crear los datos de transporte en lugares donde esta información no está disponible.
“Este trabajo me apasiona porque me permite estar en contacto con gente de distintas partes del mundo. Ellos son los que nos ayudan a desarrollar las bases de datos, es un reto, pero definitivamente me gusta hacer cosas que no son fáciles”, asegura Anette, cuyo entusiasmo es contagioso.
Hasta ahora, su mayor desafío en Israel ha sido dominar el hebreo, sobre todo porque gran parte del tiempo habla en español con los editores que tiene a su cargo.
Aunque se siente contenta y motivada en su empleo, reconoce que extraña mucho a su familia. En Tel Aviv, vive solamente su hermano mayor, pero lo ve poco debido a que los dos están muy ocupados.
En su cara todavía con rasgos infantiles se dibuja una sonrisa cuando comenta que pronto llegará su mamá a visitarla. “Estoy feliz porque estará conmigo varios días y ya desde ahora me estoy saboreando la comida que me cocinará”, dice.
IDENTIFICACIÓN RELIGIOSA
En la histórica ciudad de Jerusalén, en uno de los hoteles ubicados en el centro, Ilan Sandler trabaja como guardia de seguridad.
Es alto, moreno, de ojos oscuros y muy parco al hablar. Poco a poco entra en confianza y me dice que es colombiano y tiene 27 años. Llegó a Israel hace siete años para hacer su servicio militar y se enamoró del país al grado que ha decidido hacer aquí su vida, a pesar que en su natal Colombia vive toda su familia.
Ilan indica que su decisión de quedarse en Israel se debe en gran medida a que siente que éste es su verdadero país. Confiesa que, por el hecho de ser judío, en Colombia a menudo se sentía discriminado, rechazado por ser parte de una minoría. “El antisemitismo es evidente entre muchos grupos”, lamenta.
“Aquí, en cambio, me siento aceptado y eso para mí es fundamental para sentirme bien”, afirma.
Por ahora, Ilan estudia hebreo y desea continuar sus estudios universitarios probablemente en el área de la música, que es lo que más le apasiona.

PREOCUPACIÓN POR LA SEGURIDAD
También en Jerusalén vive Ricardo Mandler, un chileno de 49 años que se gana la vida como guía de turistas y en su tiempo libre se dedica a la alfarería.
De complexión delgada, rubio y de pequeños ojos azules, Ricardo es una enciclopedia en lo que se refiere a la historia de Israel. Cita y describe con asombrosa exactitud fechas, lugares y personajes que han dejado huella en estos lugares cargados de historia y religiosidad. A menudo, adereza sus explicaciones con entretenidas anécdotas y, a veces, con bromas un tanto sarcásticas.

Ricardo es también un hombre extremadamente observador y analítico, con fuertes opiniones que, por supuesto, se reserva cuando hace su trabajo de guía de turistas, al que se dedica desde hace 19 años.
Durante todo ese tiempo, son incontables los grupos de turistas que ha conocido. Esta oportunidad, dice, es lo que más le gusta de su trabajo y de vivir en Israel, país al que inmigró en 1986.
“Me gusta mucho la variedad del paisaje humano, ver la gente que viene de tantos sitios tan lejanos”, asegura.
No obstante, confiesa que también hay un lado un tanto oscuro. “Es difícil vivir en un lugar en permanente conflicto, con tantos grupos en desacuerdo, con todo lo que eso implica”.
Aunque no lo demuestra porque siempre se mueve con gran soltura, dice que no se siente seguro. “La seguridad es una falacia, no existe en ninguna parte”, enfatiza.
Si estuviera en sus manos, dice, se iría a vivir al sur de Europa. “Me gustan mucho España, Italia, Grecia…”
Pero por ahora no tiene pensado irse. “Estoy divorciado y tengo un hijo de 12 años, por eso no me puedo mover. Mi hijo es mi ancla”, subraya.
*María Luisa Arredondo es la fundadora y directora ejecutiva de Latinocalifornia.com