Adivina, adivinador…

Manuel Sañudo Gastélum.
Manuel Sañudo Gastélum.

“Sentir y pensar, considerándolo bien, son como el ciego que guía al cojo”

Franz Grillparzer

Cuando alguien cercano a mí está enfadado, triste, deprimido, ansioso o tiene cualquier tribulación anímica, de repente me escucho haciéndome un raudal de preguntas y suposiciones acerca de lo que el otro podría estar pasando, sintiendo, pensando.

          He llegado a la conclusión de que estas adivinanzas son totalmente vanas y que no tienen fin. Podemos pasar las horas y los días en las preguntas y las suposiciones acerca del sufrimiento ajeno. Pero, ¿adivinen qué?, estoy tratando de ya no hacerlo, pues no logro nada con eso. Aún y cuando se lo preguntase directamente al que padece – con temor de las probables respuestas ofensivas que podría haber de su parte – no conseguiría saberlo, pues es muy probable que esa persona ¡tampoco lo sepa!

Así que ¿para qué hurgar en el cerebro del otro?, ¿por qué lo hacemos? Mi creencia es que en el fondo lo que queremos saber es por qué nos molesta que el otro esté malhumorado o triste; pues, a final de cuentas, lo que nos importa primero que todo somos nosotros mismos – y está bien que así sea, en principio. De modo y manera, que querer saber qué le pasa al otro es para ver si le “ayudamos” a que se centre, a que se calme, ya que creemos que eso nos hará sentir mejor.

Sin tantos enredos: si no supiéramos nada del desconsuelo ajeno, si no lo viéramos, no sentiríamos nada – “Ojos que no ven, corazón que no siente”. Pero, la mayor parte del tiempo sí lo vemos, hasta lo buscamos, y entonces volvemos al principio: ¿Pues qué le pasa a éste?, como si con saber lo que le pasa pudiéramos remediarlo. ¡Ah!, pero lo que queremos, las más de las veces, es ver cómo dejar de inquietarnos por la mala cara que el otro se carga.

Llegado a este momento, y si los razonamientos son válidos, lo mejor es dejar de hacerle de adivinador pues nada sacaremos; primero, porque el otro no nos ha pedido que le preguntemos, o bien quiere que se le escuche para explotar, con sentimientos y argumentos que no tienen que ver con lo que le está ocurriendo. A veces, lo que el otro busca es un motivo para desfogar su enojo, o su llanto, y empezar la catarsis o la retahíla de culpas y reclamaciones.

Si no somos adivinadores, ni nos sirve andar de preguntones (pues el otro no quiere o no sabe qué es lo que le pasa), ¿en dónde está la respuesta para nuestro adecuado sentir? Porque, como propuse muy directamente, la verdad es que primero nos inquietamos por nuestras propias pesadumbres.

La opción viable, en vez de andar de adivino, iría por el rumbo de examinarnos a nosotros mismos: ¿Qué es lo que a mí me pasa, cuando veo sufrir a los demás?, pues muy poco consigo con saber las causas de su sentir, ni tampoco alarmarme por sus efectos y apariencias. La contestación, una vez más, está adentro de sí mismo. ¿Qué es lo que yo traigo que me imagino mil cosas y se las achaco al otro?, ¿será que interpreto y le doy significados a sus expresiones y su ceño fruncido?, ¿será que quiero cargar con culpas que no son ajenas, sino mías nada más?

Entonces como que las preguntas se regresaron para donde no nos gusta: hacia uno mismo. No nos interesa escarbar en nuestras mentes – no vaya a ser que encontremos algo desagradable – y preferimos andar de adivinadores de los pensamientos de los demás.

Sigo con las preguntas: ¿qué voy a hacer yo con el sentimiento que me he provocado por andar viendo al prójimo?, ¿por imaginarme cosas? Ahora recuerdo lo que alguien me dijo una vez, y no precisamente coincido al cien por ciento, “de que no es responsable de lo que el otro sienta por lo que él haga o diga”. Para mí que es una verdad a medias, pero es verdad al fin; no podemos responsabilizarnos por lo que los demás sienten, eso es tarea de cada quien. Cada uno debe hacerse cargo de sus propios sentimientos, y no se vale decir “es que tú me haces ser desdichado”, “o tú eres responsable de mi felicidad”. Cada uno debe garantizar sus pensamientos, sentimientos y conductas. Excusa decir que no me refiero a casos de confrontaciones agresivas, ni de violencia doméstica, infidelidades, etcétera, sino a que no podemos andar pronosticando qué es lo que el otro siente o piensa. Nada ganaremos, mejor enfoquémonos a remover adentro nuestro y saber por qué interpretamos de nuestro prójimo, de un modo u otro, las simples expresiones faciales, las palabras y el tono de las mismas. Que, aunque quizás lleven una intención, es a nosotros a quien afecta.

El desafío está en que no te perturbe el otro, en redimensionar lo que interpretas y re encuadrarlo en otro pensamiento que te haga sentir mejor. De manera escueta: ¿qué vas a hacer tú, y sólo tú, al respecto? Pero ¿y el otro?, ¿qué hacer con él?, podrías objetar. Al otro, deséale lo mejor… a menos que te pida ayuda.

Manuel Sañudo Gastélum

Coach y Consultor

www.manuelsanudocoach.com  y www.entusiastika.blogspot.mx

DR © Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción sin el permiso del autor.

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