
Los gobiernos, políticos y medios de comunicación de casi todo el mundo insisten en llamar reformas a los ajustes económicos que realiza el gobierno de Raúl Castro en Cuba.
Se trata de un espejismo, diría que lógico, pero que hace confundir el deseo con la realidad. Es decir, la comunidad internacional obviamente quiere que haya reformas en Cuba, pero no las hay por dos razones: 1) el socialismo como sistema social no es reformable, ni mejorable , y 2) ningún gobernante autócrata y anquilosado lleva a cabo una reforma renovadora, se necesita de nuevos líderes y que sean progresistas.
¿Es progresista la casta militar estalinista encabezada por Raúl y Fidel Castro? Para responder basta observar con qué enfado los funcionarios del Partido Comunista aclaran que no hay reformas en el país, sino una “actualización” del socialismo –un modelo social fracasado mundialmente—para perfeccionarlo, y que “Cuba nunca se convertirá en una sociedad de consumo”.
Como me dice molesto un amigo que visita a sus familiares en la isla: “Sin haber conseguido aún elevar ni un poquito el consumo, lo que le preocupa al gobierno es que no haya mucho consumo. Se ve que están pensando en el bienestar del pueblo”.
Ni las medidas raulistas más “audaces” clasifican como reformas. La autorización para ejercer por cuenta propia 180 oficios artesanales de servicios propios de la Edad Media, poseer teléfonos celulares, la compraventa de casas, más facilidad para viajar al extranjero, o la posibilidad de crear cooperativas en ciertas actividades de servicios, hacen menos penosa la vida de la población, pero no aumentan la producción bruta de bienes, ni contribuyen a la formación bruta de capital, quiero decir el valor añadido que se invierte en vez de ser consumido, algo imprescindible para el crecimiento económico
No aumentan la producción
Esas medidas citadas constituyen una redistribución más flexible dentro de la distribución clásica socialista. Pero como diría Marx, tal redistribución ocurre en la esfera de los servicios no vinculados a la producción industrial y no eleva el volumen de bienes a ser repartidos socialmente. La gente así no sale de la pobreza.
En el ámbito productivo lo más “avanzado” hasta ahora ha sido la entrega de tierras ociosas a agricultores interesados en cultivarla, pero ello está muy lejos de ser una reforma.
Y pongo un ejemplo. En Vietnam antes de la “Renovación” (1986) se pasaba hambre y hoy ese país es el segundo exportador mundial de arroz y de café, y el cuarto de caucho, porque se entregó a los agricultores la tierra en propiedad y se autorizó la venta libre de sus cosechas en el mercado nacional, e incluso pueden exportarlos directamente. Actualmente la economía vietnamita es una de las que mayor ritmo de crecimiento tiene en el mundo, con un 7% anual. Y en 2012 recibió $12.000 millones en capital extranjero.
En Cuba el gobierno no entrega las tierras en propiedad, sino en usufructo y mediante contratos y controles en los que se les dice al agricultor qué sembrar y se le obliga a vender el grueso de sus cosechas al Estado a precios ridículos. Con tan poco incentivo la producción decrece en vez de aumentar.
La prueba es que, según informó el gobierno hace unos días, en el primer trimestre de 2013 la producción agrícola nacional cayó en un 7.8 %, incluyendo un descenso peligroso en alimentos básicos. La cosecha de papas se desplomó en un 36%, la de plátanos en un 44%, la de maíz en un 22%; en un 34% los cítricos, 14% las frutas, 7% en frijoles, 4% en boniato, 61% en cacao, 1% en leche y un 0.5% en huevos.
Un dato clave para evaluar las “reformas” del general Castro en sus ya siete largos años como presidente es que de los 6.5 millones de hectáreas de superficie agrícola total que tiene Cuba sólo están realmente cultivadas 2 millones de hectáreas. Los otros 4.4 millones de hectáreas (68% del total) permanecen ociosas por completo, o subcultivadas.
Por eso el país importa el 80% de los alimentos que consume. O sea, Cuba produce proporcionalmente menos alimentos que Haití, el país más atrasado de Latinoamérica, que importa el 75% de los alimentos que consume. Esto contrasta con lo estipulado por la FAO de que cada país debe producir al menos el 75% de los alimentos que consume.
Proscrita toda reforma
Es bueno que los gobiernos y medios de comunicación comprendan que mientras la cúpula castrista persista en “perfeccionar” el socialismo no puede haber reformas en la isla, porque incluso dicha palabra (reforma) ni siquiera existe en el argot revolucionario marxista-leninista desde que Karl Marx la proscribió con el argumento de que era un rezago burgués del socialismo utópico del siglo XVIII.
Lenin, en un artículo titulado “Marxismo y reformismo”, publicado en Pravda Truda (publicación bolchevique clandestina) en 1913, afirmó que la reforma “significa en la práctica la renuncia al marxismo y la sustitución de esta doctrina por la política social burguesa”.
En la Unión Soviética quedó abolida y estigmatizada a nivel doctrinario la más mínima posibilidad de reformas de ningún tipo. Recuerdo bien que los académicos soviéticos insistían en que toda reforma en el socialismo era una “vía enmascarada para regresar al capitalismo”. Y los teóricos de Europa de Este, y en particular los de Cuba, identificaron el reformismo como una “táctica contrarrevolucionaria de la socialdemocracia” en su lucha contra el socialismo marxista-leninista.
Cualquier tibia propuesta para intentar hacer más racional el régimen soviético, o flexibilizar el inmovilismo del Kremlin en materia social, económica o política, era considerada como “revisionismo”, o “diversionismo ideológico”, y sus propulsores eran enviados a los campos de horror en Siberia, o ejecutados en la “Casa de los Fusilamientos” de la calle Nikolskaya en Moscú, sede del Tribunal Supremo de la Unión Soviética, o en cualquier otro lugar.
En China, Mao Tse Tung envió a prisión a Deng Xiaoping por “revisionista’, “derechista” y “contrarrevolucionario”, cuando éste se atrevió a adelantar algunas ideas reformistas, las mismas que luego de la muerte del “Gran Timonel” (1976) Deng puso en práctica y convirtieron a China en la segunda economía más grande del mundo.
El susto de los Castro
En La Habana la alergia castrista al cambio tiene explicación. Mijail Gorbachov lanzó en Moscú una “perestroika” (reestructuración) con el ingenuo propósito de “mejorar” el sistema comunista, y el resultado fue que, lejos de perfeccionarlo, acabó con él.
Los Castro aprendieron la lección. Tanto se asustaron con la “perestroika’ y la “glasnot” (transparencia informativa) soviéticas que en 1986 ordenaron borrar la palabra reestructuración del diccionario político. Por eso hablan de “actualización” y tienen esa obsesión por aclarar que no es una reforma o una reestructuración lo que ocurre en la isla.
En China y Vietnam hubo también reformas, pero ya no fueron cándidos intentos para mejorar el socialismo, sino para desmontarlo y convertirlo en capitalismo de Estado con un régimen autoritario de partido único que, aunque se autotitula comunista ya nada tiene que ver con Marx, Lenin, Mao, Ho Chi Mihn, o el Che Guevara.
Pero en Cuba no habrá reformas económicas legítimas –y políticas mucho menos—con Raúl y Fidel Castro vivos, y mientras en Venezuela sigan en el poder los chavistas del ala castrista que encabezada por Nicolás Maduro mantiene a flote la arruinada economía isleña. Sólo si se acabasen los subsidios venezolanos (unos $10,000 millones anuales) sería que el régimen daría más libertad a las fuerzas productivas cubanas.
En tanto, toda flexibilización que vaya más allá de la “actualización” en marcha sólo será para facilitar y aupar el posicionamiento por parte de los militares de todas las ramas de la economía nacional.
Nuevos líderes
Para que haya reformas se requiere de nuevos líderes. Precisamente la falta de voluntad política para realizar cambios impostergables es uno de los factores que provoca el estallido de revoluciones. El deterioro social llega a un punto de ebullición y sobreviene la violencia iconoclasta, con la dramática paradoja de que el remedio (la revolución) resulta peor que la enfermedad y la crisis social que la motivó sigue igual, o se agrava. Así lo muestra trágicamente la historia, sobre todo desde la Revolución Francesa (rodaron por el suelo 40,000 cabezas).
En la URSS, fue Gorbachov (progresista) y no los inmovilistas Leonid Brezhnev, Yuri Andropov , o Konstantin Chernenko, quien emprendió las reformas, aunque sólo para confirmar que Marx y Lenin tenían razón: el socialismo no tiene arreglo posible. Las reformas terminaron por desintegrar el imperio soviético y echaron abajo el Muro de Berlín.
En China no fue Mao quien lanzó las reformas de mercado, sino su enemigo “partidario de la vía capitalista”, como también era calificado Deng Xiaoping por Mao. Y en Vietnam la denominada “Doi-Moi” (“Renovación”) no fue iniciada por el “Tío Ho”, sino por sus sucesores menos ideologizados y más pragmáticos.
¿Por qué habría entonces que esperar reformas en Cuba, sometida a una dictadura petrificada encabezada por los dos mismos hermanos que la implantaron hace 54 años?
Prohibido el capital nacional
Los “Lineamientos” económicos aprobados en el VI Congreso del Partido Comunista son muy claros cuando especifican que “no se permitirá la concentración de la propiedad en personas jurídicas (negocios privados) o naturales” (individuos). Es decir, se prohíbe crecer, sólo se permite la economía de subsistencia anterior a la Revolución Industrial del siglo XVIII, pues no se permite la formación de capital nacional. ¿Cómo avanzar entonces?
En fin, en Cuba habría reformas si el régimen liberase todas las fuerzas productivas y dejase de asfixiar la capacidad creadora de los cubanos, fomentase un sector privado en todas las ramas económicas y les diese créditos. Si aceptase sin trabas la entrada de capitales y tecnología y autorizase el concurso de los cubanos residentes en el exterior, que con su “know how”, dinero y experiencia empresarial podrían dar un gran impulso al país.
No, no hay reformas en Cuba. Los Castro tienen razón.