Cuba: crisis habitacional endémica

Roberto Álvarez-Quiñones.

El zarpazo del ciclón Sandy a la región oriental de Cuba en octubre pasado, con un saldo de 15,392 viviendas totalmente destruidas y otras 210,608 derrumbadas parcialmente, o que perdieron el techo o fueron seriamente afectadas –según reveló el diario “Granma”–, agravó dramáticamente la crisis habitacional endémica que padece la nación como consecuencia de medio siglo de régimen comunista.

Para las decenas de miles de personas que perdieron su viviendas, sus escasos  muebles  y  equipos electrodomésticos,  la tragedia habría sido mucho  más benigna si esas casas o edificaciones hubieran estado en buen estado.  Esa es la diferencia entre patricios y plebeyos en la Cuba castrista.

Obviamente las casas sólidamente construidas y con buen mantenimiento periódico sufrieron mucho menos daños, o ninguno. Para confirmarlo bastaría echar un vistazo a las casas  de dirigentes del Partido Comunista, generales, coroneles y burócratas encumbrados de todo tipo, para ver cuáles fueron al suelo o perdieron el tejado. Y si algunas de esas viviendas  de la “nomenklatura”  local fueron dañadas, ya brigadas estatales  se encargarán de su reparación, y de paso, efectuar un remozamiento.

Desde el período neolítico, hace 10,000 años, cuando al surgir  la agricultura  las tribus dejaron de trasladarse  de una región a otra para cazar y recolectar  frutos silvestres  y se asentaron en lugares fijos, el disponer de una vivienda confortable y segura  ha constituido una de las dos prioridades básicas de los terrícolas, junto a la alimentación.

En el siglo XXI la alimentación y la vivienda  siguen siendo dos de los parámetros clave para saber quiénes viven bien, regular, o mal.  Cualquier régimen político-social que suprima la libertad económica del hombre  para crear riquezas, alimentarse adecuadamente y disponer de  una vivienda digna, no sirve.  No importa que se autoproclame superior o hable en nombre de los pobres.

El castrismo hace medio siglo secuestró las fuerzas productivas del país cuando prohibió la propiedad privada,  estatizó el  80% de las tierras cultivables, decretó que ya los campesinos no podían vender libremente sus cosechas, sino únicamente al Estado, y prohibió la edificación privada de viviendas y la compraventa de las ya existentes.

O sea, desde entonces, hace medio siglo,  el gobierno de los Castro  asumió con carácter de monopolio  la responsabilidad  de alimentar al pueblo y proporcionarle  vivienda. El resultado fue elocuente: debido a la escasez fue implantada una cartilla de racionamiento  de alimentos que aún sigue vigente, y  la inmensa mayoría de la población no tiene una vivienda que corresponda a la centuria actual.  El Estado castrista, como el perro del hortelano, ni come, ni deja comer.

La Habana ‘bombardeada’

Economistas y analistas  independientes calculan que al menos el 75% de las viviendas cubanas están en mal estado,  necesitan reparaciones capitales,  están apuntaladas y a punto de caerse, o  ya se han derrumbado  parcialmente

En La Habana se derrumban edificios constantemente. En enero de este año se vino abajo un edificio de tres pisos  en la céntrica avenida habanera de Infanta (entre Zanja y Salud) con un saldo de cuatro muertos. El edificio Alaska de cinco pisos y  50 apartamentos, ubicado en pleno corazón de El Vedado (23 y M),  se desplomó parcialmente y tuvo que ser demolido hace pocos años. Allí residieron importantes figuras de la TV, la radio y el cine, como Rosita Fornés, Carlos Badía, Maritza Rosales, Minín Bujones, y otras.

Un español amigo que visitó La Habana hace poco me contó que cuando caminó un poco por fuera del “circuito”  bien preservado para los turistas en el corazón colonial histórico de la ciudad (fundada en 1519) y por algunas cuadras “no programadas” del resto de la urbe, se quedó asombrado con las ruinas por doquier, acumulación de escombros, basura, malos olores, aguas negras y las viviendas apuntaladas con vigas de madera para que no colapsen.  “Creía que estaba en una ciudad que había sido bombardeada”, me comentó.

Debido a los derrumbes  hay en la capital  166,000 personas viviendo en  albergues colectivos improvisados porque sus viviendas han sido declaradas inhabitables. Esas familias viven en condiciones higiénicas realmente medievales.  Proliferan ratas,  moscas, cucarachas y  malos olores, así como la delincuencia y la violencia. Los albergues son instalaciones precarias  levantadas en la periferia urbana, lejos de la vista de los turistas extranjeros. A cada familia, por numerosa que sea, se le asigna un espacio común de unos 25 metros cuadrados, es decir, 267 pies cuadrados.

Además, hay en La Habana más de 240,000 personas  que viven  en “cuarterías” o “solares” , cubículos muy reducidos e insalubres de unos 18.5 metros cuadrados como promedio, para familias de hasta siete y ocho miembros, o más, según el propio Instituto Nacional de la Vivienda (INV). Otros cientos de miles de habaneros residen en casas o apartamentos en pésimas condiciones, semidestruidos, sin servicio de gas, agua, o alcantarillado.

Por eso, quien en cualquier país ve hoy una película mexicana o estadounidense de los años 50 y aprecia el deslumbrante aspecto que tenía La Habana –el “París del Caribe”, como le llamaban en Hollywood– , y luego la visita, no puede comprender lo que ha ocurrido. La mayor parte de aquella fascinante capital cubana  es hoy un barrio marginal gigante que se cae a pedazos. Es algo muy triste.

Las “favelas” cubanas

El INV afirma que no tiene los $4,000 millones de dólares que necesita para construir las 500,000 viviendas que requiere el país.  Que no tiene dinero es cierto, pero lo demás no,  por cuatro razones: 1) el déficit habitacional se acerca al millón de viviendas, 2) construir  una casa o apartamento cuesta mucho más de $8,000; 3) el informe no incluye los cientos de miles de viviendas que hay que reparar o reconstruir por completo,  y 4) tampoco incluye los cientos de miles de matrimonios con hijos que viven en casas de familiares cercanos porque no tienen para dónde ir.

Igualmente el  INV omite que  las viviendas y  repartos enteros que se construyan  deberán tener energía eléctrica, redes de abasto de agua, alcantarillados, calles, supermercados,  escuelas, farmacias, oficinas de correo,  parques.  Es decir, en la Cuba postcastrista solucionar el problema habitacional costará decena de miles de millones de dólares.

En 1959  el gobierno castrista juró acabar con la pobreza y los barrios marginales. Casi 54 años después, gracias a “la revolución” Cuba tiene más barrios insalubres que nunca antes en toda su historia.

Estas verdaderas “favelas” cubanas, pobres y marginales  se han multiplicado por toda la isla, incluso en La Habana,  como los caseríos deplorables de “El Fanguito”,  “La Jata”, “Atarés”, “La Guinera”, “Los Pocitos” y otros en Regla, Lawton, San Miguel del Padrón, Marianao, La Lisa, Jacomino, Zamora, Cayo Hueso, San Isidro, Jesús del Monte, Santos Suarez, La Víbora, o en las propias cercanías del Palacio de gobierno, como es el caso de “La Timba”. Y son enormes:  en “La Guinera viven unas 100,000 personas y 18,000 en “Los Pocitos”, muy contaminado por las aguas negras del llamado “río Quibú” que por allí pasa.  En su mayoría no tienen calles, sino trillos y callejones,  muy peligrosos cuando cae la noche.

Si  un iracundo huracán como Sandy golpease esos barrios marginales  y los restantes de la ciudad la tragedia sería mayúscula.

Encima, el gobierno de Raúl Castro –en la quiebra—construye cada vez menos viviendas y exige que sean las propias familias las que las construyan, pese a que es incapaz de producir suficientes materiales de construcción.

En 2011 se construyeron  nacionalmente 32,540 viviendas, cifra menor a las 33,901 unidades de  2010, y a las 44,775 levantadas en 2008. De las terminadas en 2011, la población –vía mercado negro—construyó 8,933 viviendas, un desplome con respecto a las 11,433 erigidas en 2010.

Ahora Sandy agrega miles familias a la enorme cantidad de ciudadanos que no tienen vivienda y malviven en albergues.  Otros miles de familias –a falta de apoyo oficial–tendrán que seguir viviendo en sus casas semidevastadas e irán tapando huecos y levantando paredes con lo que encuentren, como hacían en la Edad Media los pobladores pobres en torno a los opulentos castillos feudales.

 

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