
Cuando el régimen social estatista diseñado por Carlos Marx y llevado a la práctica por Vladimir Lenin fue desechado en Europa, luego de 74 años de intentos para que diera resultado, se evidenció la incapacidad de un sistema que lejos de generar riquezas impidió que las naciones comunistas alcanzaran el mismo nivel de desarrollo que las del resto del Viejo Continente.
Al otro lado del Atlántico, sin embargo, los hermanos Castro siguen aferrados al cadáver sepultado en las murallas del Kremlin e insisten en “mejorar” un modelo de sociedad en el que ya no cree ni la gente de a pie, ni buena parte de la propia nomenklatura castrista, que subrepticiamente se prepara para convertirse en la nueva burguesía cuando ambos hermanos mueran (¿o antes?).
Lo peor es que gracias a Fidel Castro la experiencia comunista ha sido más devastadora en la isla caribeña que en Europa y Asia. Porque Cuba ha sido a la vez víctima de un proyecto contrario a la naturaleza humana, y los caprichos disparatados de un “iluminado” que gobernó a base de puñetazos en la mesa e ideas fijas desconectadas de la realidad.
Aunque ya no manda en Cuba, el legado de Fidel pesa demasiado aún, incluso con Raúl tratando de recomponer discretamente algunos de sus destrozos. Resulta que desde su peculiar retiro en “Punto Cero” (su residencia) el comandante ahora tiene una nueva obsesión. Se llama moringa, un árbol oriundo de la India que al parecer tiene altos poderes nutritivos y curativos, y que Fidel asegura es la clave para salvar el comunismo, alimentar adecuadamente a los cubanos y hasta evitar que se enfermen.
En el pasado, Castro ordenó sembrar por toda la isla pangola, noni, gandul, y otras plantas para planes “fabulosos” que terminaron en fracaso total. Y vuelve ahora a la carga. El 17 de junio último en una de sus “reflexiones anunció: “Están las condiciones creadas para que el país comience a producir masivamente moringa”.
Desde entonces dicha planta se siembra por todas partes. Las provincias de Camagüey y Las Tunas cuentan ya cada una de ellas con cientos de hectáreas de moringa. O sea, aunque el caudillo ya no es formalmente el “número uno” su influencia no es nada modesta. Así lo previó desde que en enero de 1959 nombró a su hermano Raúl como su sucesor vitalicio.
Ingerir bebidas a base de moringa o comer sus hojas, semillas o vainas, puede ser magnífico, pues investigadores españoles aseguran que contienen cuatro veces más vitamina A que la zanahoria, siete veces más vitamina C que la naranja, cuatro veces más calcio que la leche, tres veces más potasio que el plátano, un 25% más de proteínas que el huevo y contiene antioxidantes, Omega 3 y aminoácidos, etc. Pero de ahí a considerar que esta planta puede compensar la crisis crónica y terminal de la agricultura socialista cubana va un trecho galáctico.
Estos desvaríos no obedecen a la avanzada edad del comandante. Su hoja clínica de “hombre fuerte” mucho más joven está repleta de caprichos descocados.
Uno de los más letales fue el de querer realizar en 1970 la mayor producción de azúcar de toda la historia mundial: 10 millones de toneladas. Fueron casi paralizadas las restantes industrias, se gastaron miles de millones de dólares (suministrados por la Unión Soviética), y miles de profesionales y empleados urbanos fueron enviados a cortar caña con machetes “voluntariamente” en jornadas extenuantes.
Como no había caña suficiente ni capacidad industrial instalada para producir tanta azúcar, el ministro del ramo, Orlando Borrego, le dijo al dictador que la meta no era viable y lo destituyó. Además, de obtenerse una gran producción se derrumbaría el precio del azúcar, pues Moscú compraría solo 3.5 ó 4 millones de toneladas y el resto aumentaría la sobreoferta internacional que ya había por entonces. Se produjeron 8.5 millones de toneladas a un costo tan alto que el país entró en una recesión económica de varios años.
¡Fuego a la carga!
En octubre de 1967 fui testigo de otro capricho: la “Brigada Invasora Che Guevara”. A unos 50 kilómetros de Bayamo, Oriente, se nos dijo a los periodistas que allí estábamos que el Comandante en Jefe quería desbrozar miles de caballerías de tierra, sembrar pangola y arroz para aumentar la producción de leche, carne y dicho cereal, cubrir el consumo nacional y exportar los excedentes. Castro anunció que sobraría el arroz y Cuba se convertiría en exportador de ese alimento.
Unos 500 bulldozers y otros equipos pesados arrastrando unas bolas de hierro gigantes que parecían salidas de una película de Hollywood, operados por el Ejército, comenzaron la mayor deforestación jamás conocida en la isla. Fueron destruidos bosques enteros, miles de frutales, y cultivos de todo tipo. Recuerdo que las bellas palmas reales y los árboles frutales y maderables más robustos eran dinamitados por zapadores militares, y caían vencidos al grito de “!Fuego a la carga!”. En total desaparecieron 200,000 hectáreas de cultivos, bosques, frutales, y montes.
Castro ni siquiera aprovechó la madera cortada. Aquello fue una de las causas de la sequía crónica que afecta hoy a las regiones orientales y de que en Guantánamo haya ya áreas semidesérticas. Y encima, dos generaciones de cubanos apenas han visto en su vida un níspero, una guanábana, un mamey, un caimito, un canistel, una chirimoya, o un anón. Hasta los mangos y las guayabas están hoy escasas en Cuba.
Menos producción y más importaciones
¿Y aumentó la producción de arroz? No, Cuba pasó de cuarto productor latinoamericano de arroz que era en 1958, a la cola. Lejos de autoabastecerse, tuvo que aumentar las importaciones de arroz. En 2010 el consumo de arroz en Cuba fue de 636,000 toneladas, de las cuales el país sólo produjo 247,000 toneladas y las restantes fueron importadas. Se compró en el extranjero el 62% del arroz consumido, y a altos precios.
¿Más leche y carne? Tampoco. Al llegar Castro al poder Cuba tenía seis millones de habitantes y seis millones de cabezas de ganado vacuno, una vaca por cada habitante, el triple del promedio mundial de 0.32 bovino por habitante. Hoy tiene 3.7 millones de cabezas, con 11.2 millones de habitantes, tres habitantes por vaca.
Otro desastre fue el “Cordón de La Habana”. Cuba tuvo fama durante 160 años como exportadora de uno de los mejores cafés del mundo, incluyendo el arábigo suave “Bourbon”, muy apreciado internacionalmente. Pero llegó el Comandante y la producción se desplomó. De 60,000 toneladas de café producidas en 1958, en la última cosecha (2010-2011) se lograron 6,300 toneladas, 10 veces menos.
Hoy, mediante la cartilla de racionamiento se le entrega a cada persona una cuota mensual de 115 gramos (un cuarto de libra). Pero el café viene mezclado con un 50% de chícharos tostados y lo que recibe cada cubano son 57.5 gramos de café, comparados con los 828 gramos (casi dos libras) per cápita mensuales de 1958.
Cuando en los años 70 ya las cosechas de café habían descendido a niveles ínfimos, Castro ordenó rodear la capital cubana con cafetos de la variedad caturra, un café de sol que se cultivaba en Brasil, pero sin tener en cuenta que los suelos y el clima eran diferentes, y que las plantaciones brasileñas no eran atendidas por empleados de oficinas y estudiantes “voluntarios”. El fracaso fue colosal y hubo que gastar millones de dólares para desmontar aquellos cafetos improductivos.
Por suerte, los caprichos del comandante ya no tienen fuerza de ley y no parece que vayan a crearse “brigadas invasoras” que arrasen los cultivos para sembrar la exótica planta. Pero como Raúl Castro, sigue siendo el más fiel admirador y seguidor de su hermano, los cubanos no saben aún si van a comer moringa voluntariamente, o será una nueva “tarea de la revolución”.