SANTIAGO DE CHILE. Hace dos años —13 de octubre de 2010—, los chilenos vivimos una experiencia única en nuestra historia: el milagroso rescate de 33 mineros atrapados en una mina durante 69 días en el norte de Chile, a 700 metros de profundidad.
Y digo “milagro”, porque todo el mundo se asombró al presenciar por televisión cómo una conjunción de ingenieros y especialistas de diversas nacionalidades, lograban rescatar a esos 33 hombres mediante una asombrosa operación observada por mil millones de televidentes.
El “milagro” radicó en dos acciones paralelas. Por un lado, en el empleo de moderna tecnología para perforar metódicamente una roca dura empecinada en bloquear el paso de los gigantescos taladros que perforaron, día y noche sin cesar, hasta lograr encontrar a los hombres fatigados en aquél fatal encierro tras el derrumbe en la mina San José, en la Región de Atacama.
Y, la otra acción, se cimentó en un liderazgo humano que se produjo de manera espontánea entre esos 33 hombres que se debatieron entre la vida y la muerte durante esos dramáticos 69 días.
Un acertado liderazgo en un entorno tan crítico como estar atrapado bajo tierra, fue trascendente para que hoy a dos años de aquella horrible experiencia, los 33 mineros logren comentar tan dura convivencia.
Por un lado, surgió un líder que impuso orden evitando la anarquía, particularmente en los momentos de mayor angustia, en los primeros días del siniestro acaecido el 5 de agosto de 2010.
Aquél liderazgo impuesto por Luis Urzúa, el capataz del grupo, significó imponer necesarias reglas para aquietar las ansiedades e impulsos de sobrevivencia derivados de la incertidumbre. Urzúa, además, impuso tareas a cada uno de los hombres pese al estado famélico a consecuencia de una precaria alimentación consistente en dos cucharaditas de atún al día.
El otro liderazgo tuvo una particular incidencia en cuanto a eliminar las tensiones en las relaciones humanas del grupo. En ese contexto surgió la espontánea acción de Mario Sepúlveda, hombre bonachón, locuaz, extrovertido y dicharachero. Supo poner el tono de humor en los instantes más dramáticos de este involuntario encierro, sin tener siquiera certezas de que podrían ser rescatados vivos. En el hombro de Sepúlveda lloraron casi todos los mineros; le confesaron sus vidas previendo el peor desenlace.
Y es necesario señalar que en tales circunstancias emergió un tercer liderazgo, José Henríquez González, el líder de la espiritualidad, el minero que guió al grupo por la senda de los rezos. Tal acción fue un decisivo bálsamo que apaciguó la desmoralización lacerante de aquéllos 33 aguerridos mineros.
No puedo dejar pasar este histórico aniversario, que rememora el 13 de octubre de 2010, cuando concluyó definitivamente la horrible odisea de estos 33 trabajadores sepultados bajo tierra durante 69 días. Tras este conmovedor acontecimiento, registré la historia completa en un libro publicado por Editorial Forja con el título “BAJO TIERRA – 33 Mineros que Conmovieron al Mundo”.
Mencionar mi libro no tiene por objetivo promoverlo, sino destacarlo como un registro testimonial de un acontecimiento único en la historia chilena. Se trata, además, del primer texto sobre el drama de estos mineros, crónica escrita al calor del desarrollo de los hechos.
Allí señalo, por ejemplo, que “permanecer bajo tierra a 700 metros de profundidad durante 69 días, sobrevivir y ser rescatados mediante una operación de audaz ingeniería, parece un cuento de ciencia ficción”.
Destaco, además, que “el drama vivido los primeros 17 días fue angustiante, al no existir vestigios ni señales de vida de ninguno de ellos; pero la obstinada pericia de técnicos e ingenieros, unido a las súplicas y plegarias de los familiares, lograron el milagro”.
De igual modo, recuerdo aquél mensaje rescatado por una de las palomas adheridas a los gigantescos taladros y que nos reveló esa maravillosa frase cargada de esperanzas: “Estamos bien en el refugio los 33”. Los chilenos lloramos de alegría, pero a la vez de incertidumbre. ¿Cómo rescatarlos de semejante profundidad? ¿Cómo arrebatar de las entrañas de la tierra a estos aguerridos hombres? Entretanto, en las inmediaciones de la mina, la eterna vigilia de los acongojados familiares esperando ansiosos el rescate final en el denominado “Campamento Esperanza”.
Esa esperanza, que jamás se perdió, permitió el “milagro”… el “milagro” de rescatarlos a todos con vida, intactos, con la moral en alto, dando “gracias a la vida”. Este drama humano, que hoy recuerdo con particular emoción, culminó el 13 de octubre de 2010, exactamente hace dos años, un acontecimiento digno de mantener en nuestros recuerdos. ¡Un feliz desenlace!