
“Todo cuanto se hace en el mundo se hace por una esperanza”
Lutero
Un lector me escribió, en referencia a un artículo, en el que propuse abandonar los negocios que no son rentables y que no se les ve que puedan serlo en el futuro. De entrada, me refirió la historia aquella de… “Un minero que encontró oro; era un filón pequeño y al poco tiempo se agotó. Siguió cavando hasta que decidió darse por vencido… ¡un metro antes de dar con una gran veta del preciado metal!” Después de explicarme la historia de su negocio, continuó con lo siguiente: “Estoy buscando otras alternativas, pero me niego a dejar morir la empresa. He pensado en cambiar de giro, pero no lo he hecho por no quedarme a un metro de la veta de oro. La consulta que le hago es: ¿en qué momento debo dejar esta actividad? pues, como lo menciona en su artículo, el no renunciar a tiempo me puede llevar a un quebranto mayor”.
Intercambiamos información y me di cuenta de sus ventas crecientes, sus habilidades, las deudas y demás detalles del negocio. La conclusión fue que su problema es atribuible al manejo de los recursos y a la estacionalidad de los ingresos. Le sugerí algunas ideas, y deseo que le vaya mejor.
Todo esto viene a cuento porque – en mi artículo en cuestión – la propuesta de renuncia, a lo que no es rentable, se refiere a los negocios en donde no hay potencial de mercado, las ventas son nulas o insuficientes y no se vislumbra mejora en el porvenir; que, felizmente, no es el caso de mi amigo leyente. Pero, esta experiencia me recordó un comentario, de otro lector, quien me dijo: “no tomaste en cuenta que nos aferramos a seguir con un negocio por la ilusión y la fe de que las cosas van a mejorar”.
Creo que ambos amigos tienen un pedazo de la razón. La fe es una emoción positiva de creer que sucederá lo que nosotros queremos, y es sumamente poderosa. Pero con todo y eso, soy de la idea de que la fe es un ingrediente necesario para emprender y continuar un negocio, pero dudo mucho que, como dice el refrán, efectivamente, “mueva montañas”.
Existen factores del entorno que son difíciles de cambiar. Tomemos el muy sabido ejemplo de la intrusión de productos chinos a nuestro país: ¡ni el gobierno ha logrado frenar su contrabando!, mucho menos se detendrá lo que entra legalmente. La clave está en adecuarse al cambio, aliarse con los asiáticos o transformar la estrategia comercial, pues la sola fuerza de voluntad y la fe nada harán para frenar esa oleada de productos orientales.
Esa es la dificultad: la de saber hasta cuándo y hasta dónde perdurar en el empeño. Yo creo que cada caso es único, pero sí puedo hacer algunas sugerencias:
– Conocer profundamente al cliente al que van dirigidos nuestros productos. La cantidad de ellos, su perfil, el potencial de crecimiento del mercado, capacidad de consumo, las oportunidades y necesidades no satisfechas, la competencia, etcétera.
– Estar informado de todo lo relacionado con la tecnología, reglamentación oficial, leyes y demás estatutos que afecten y puedan invalidar el producto y el negocio.
– Ser muy juiciosos de nuestras debilidades y fortalezas. Y, en particular, a lo que se refiere a los recursos financieros, propios y de terceros ¿Cuál es el límite prudente y sensato de riesgo, medido en dinero, que se le puede asignar a insistir en el proyecto?
– Lo anterior nos debe llevar a definir un “dead line” – con sus indicadores de avance aparejados – que nos diga cuál es ese límite de tiempo que podemos destinar a la persistencia en el giro.
– Olvidarse de frases tales como: “el capitán se hunde con su barco”, “la fe mueve montañas”, “descansar acaso debas, pero nunca desistir”…
La fe y la voluntad son muy necesarias en la actividad emprendedora, pero es preciso que seamos muy realistas: hay cosas que podemos cambiar, hay otras que no, y debemos ser muy sabios para distinguir la diferencia entre ambas.
El autor es Consultor en Dirección de Empresas. Correo: manuelsanudog@hotmail.com
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D. R. © Rubén Manuel Sañudo Gastélum. Se prohíbe la reproducción del artículo sin el consentimiento de su autor.