La última palabra del IFE (Análisis)

El Instituto Federal Electoral de México emitió ayer su veredicto final y declaró ganador al candidato del PRI. Está por verse si éste tendrá la capacidad de gobernar, y si la nueva resistencia mexicana acepta lo que considera una imposición.

Por José Luis Sierra

Rodaron los dados del sistema político mexicano y, como se esperaba desde un principio, el ganador fue Enrique Peña Nieto.

Con un margen de ventaja de poco más de tres millones de votos respecto a su más cercano adversario (38.21% de los votos Peña Nieto, AMLO 31.59% y Vázquez Mota 25.41%), la victoria del PRI parecería convincente si no fuese por una oscura nube de irregularidades documentadas –y hasta el momento ignoradas por las autoridades electorales- que vuelven a poner al PRI como el partido político más corrupto que ha tenido México.

Para millones de mexicanos, ésta vendría siendo la tercera elección presidencial que termina bajo sospecha de fraude, pero a diferencia de las dos anteriores, esta vez el presidente entrante enfrenta –no nada más la certeza de que fue impuesto con el apoyo de los poderes fácticos del statu quo- sino también con una Cámara de Diputados en la que su partido, el PRI, carece de mayoría absoluta y además un movimiento creciente de inconformes, liderado principalmente por jóvenes.

Aunado a esto, el nuevo presidente encontrará al llegar a Los Pinos, que ninguna de sus promesas de campaña son viables, principalmente porque pese a los indicadores “macroeconómicos”, de los cuales ha alardeado su antecesor -hoy finalista para lograr el dudoso titulo del más incapaz presidente que México ha tenido en su historia- más de la mitad de la población se encuentra sumida en la pobreza y sin posibilidades viables de salir de ella en los seis años que tiene para gobernar.

Peor aún, geográficamente la mitad del país se encuentra devastado por una de las peores sequías de las que se tenga memoria y solo falta que la otra mitad –cruel que a veces es la naturaleza- sobreviva los embates de las inundaciones propias de esta época.

Y aún peor… además de todos los problemas ya existentes en áreas fundamentales como son la educación, la salud pública, el desempleo, el crimen organizado y sobre todo la corrupción, ahora el país enfrenta también un problema de “huevos”. Y el problema, aunque parezca chistoso, aunado a la necesidad de tener que importar gasolina y granos que son parte indispensable de la dieta básica de los mexicanos, es  que también habrá que importar por un buen tiempo huevos.

LOS QUE SI; Y LOS QUE NO

Por el momento lo único que está claro es que el país se encuentra dividido entre los que están dispuestos a acatar la decisión del IFE de certificar las elecciones presidenciales sin investigar las acusaciones de irregularidades cometidas por el PRI; los que desde el principio han dicho que sólo aceptarán resultados transparentes y dadas las evidencias se niegan a respetar el veredicto, y los que ahora no tienen ni huevos; es decir, los pobres desesperados que empeñaron su voto por unos cuantos billetes que independientemente que les haya permitido conseguir una torta rápida, transaron barato su futuro por los próximos seis años; si no es que más.

Por lo pronto los que sí, viven la euforia de la victoria y pese a todas las posibles buenas intenciones, es evidente que harán uso del poder de la misma manera en que lo hicieron durante setenta años, bajo un ambiente de corrupción, favoritismos y solapadas complicidades con la seguridad de que la llamada prensa nacional les seguirá el juego como lo ha hecho siempre. Desafortunadamente, también los periodistas mexicanos comen y saben que para poder ser parte del banquete del poder tienen que aceptar la línea que marque el poder. Mire usted.

El pasado domingo, a menos de dos horas de concluida la celebración del triunfo de Peña Nieto en las instalaciones del Partido Revolucionario Institucional, un grupo de burócratas priistas decidieron bajarse la embriaguez de la victoria en un puesto de tacos frente a la estación Revolución del Metro. Agotados, porque indudablemente que ganar cansa, hacían planes sobre el futuro entre mordidas de tacos de cabeza, carnitas, barbacoa y, sin alburear, sesos.

Como consumados expertos de la política mexicana que habían sido obligados a permanecer quietecitos y en la banca durante dos sexenios, mostraban su agudo colmillo político todavía congelado por el largo sabático con grandes planes y propuestas para presentarle al nuevo presidente.

Acostumbrados a los usos y costumbres del PRI, todas las propuestas circundaban en torno a quién ocuparía los puestos de rigor, quien podría favorecerlos, quien les daría la opción a “brincar”, a una dirección, o subdirección –mínimo-; quien les daría presupuesto; quienes habían cooperado para apuntarlos en la lista de beneficiarios; quienes eran de confiar. El “yo estuve presente en…”, se convirtió en la reafirmación de haber trabajado duro para la victoria lograda.

Sus argumentos básicos eran que “aguantaron mucho”. Como buenos soldados habían sido fieles durante la resaca de doce años que los sacudió. Ahora que finalmente caía la lluvia como suave brisa sobre el primer cuadro de la ciudad de México, tenían derecho a pensar en una recompensa. Sí no, de que servía estar afiliado al PRI.

 ARRIBA

Arriba, sin tapujos ni remordimientos, el nuevo presidente electo llama a la unidad “por México”; hace caso omiso de las imputaciones de irregularidades y deja en manos de su partido defender la legalidad de los votos que compró, o coaccionó para asegurarse el triunfo.

Su plan es tan amplio como las promesas de su campaña. Habrá medicinas para todos, educación para todos, trabajos para todos, justicia para todos.

Finalmente terminará la ola de asesinatos producto del crimen organizado.

Finalmente México volverá a la mesa de negociaciones económicas internacionales para recuperar el lugar que alguna vez tuvo.

Se acabó la impunidad. México vivirá una nueva realidad de gaviotas y copetín empastado.

ABAJO

Abajo la gente no ha dejado de marchar por las calles denunciando lo que las autoridades no aceptan pese al cúmulo de testimonios, fotos, videos, documentos y muchas otras evidencias.

¿Lo bueno?

Lo bueno es que la mayoría de los que  han optado como último recurso la toma de las calles es joven, capaz de caminar por mucho tiempo y con la certeza de que la opción de aceptar el futuro que le han impuesto equivale a un suicidio lento.

Muy pocos de los que marchan asisten a la Ibero. Tampoco tienen un empleo obtenido a través de un tío que trabaja en alguna secretaría, o que es “íntimo amigo”, del subsecretario; o conoce a un primo y su tío es gobernador.

La mayoría de los que marchan subsisten en el mundo del subempleo, con la única diferencia de que venden tacos en las esquinas y tienen un diploma colgado y polvoriento en alguna pared maltrecha de su habitación.

Muchos son madres y padres que no saben ya cómo llevar alimentos a sus hijos, pero están conscientes de que la clase en el poder goza de sueldos millonarios, acompañados de dietas y prebendas que de una forma u otra ellos subsidian.

¿Lo malo?

Lo malo es que al nuevo presidente no le quedará más remedio que recurrir a la fuerza para callar esas voces que lo increpan y que por lo que se ve están dispuestas a convertirse literalmente en carne de cañón.

De nuevo, sin intentar apelar a la ironía pareciera que esta última solución podría ser la más rápida para que el nuevo Presidente de México cumpla con al menos una de sus promesas: la de acabar de un golpe con la pobreza. Los muertos pobres, o los pobres encarcelados, rara vez son considerados dentro de las estadísticas del INEGI y con esto el porcentaje oficial de pobres podría verse reducido considerablemente. Mire usted.

¡Bang..bang!

 

**José Luis Sierra estuvo en México para cubrir las elecciones presidenciales.

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