Ciudad de México.- El taxi avanza entre tumbos, sorteando baches por aquí y por allá, en medio de la eterna y típica lluvia del Valle de México de esta temporada, aguacero que a minutos es en verdad demencial aun en su propia poética vespertina.
“Óyeme como quien oye llover”, parece decir en cada gota esta tarde octaviopaciana.
Y sí, el pensamiento viaja y se pierde en la infinitud de sus húmedas sensualidades, derramadas en charcos y lodo llenos de ansiedad urbana.
Pero las calles hablan, sus muros, sus casas.
Y aunque fugaz, el murmullo de un pequeño cartel adherido al zaguán de una casa grita al paso “¡léeme!”. Y es imposible no leerlo, no registrarlo en una instantánea más allá del recuerdo que puede prodigar a la memoria alguna hiperactiva neurona o la impertinente velocidad de la mirada.
La nula solidaridad del conductor para detenerse pierde ante la complicidad de un tope de lo más oportuno, que permite el logro de la efímera misión al obligar al energúmeno a bajar un poco –solo un poco— la velocidad. Click. No hay reclamo, nadie ve, ni la mueca de reprobación del taxista que arremete contra el acelerador para evitar la mordedura de esa serpiente de automóviles que lo acecha por detrás a sádicos milímetros, como si no quisiera que le tocasen el rostro de la calcomanía de Enrique Peña Nieto colocada en su automóvil.
“En esta casa no vendimos nuestro voto”, dice el tridecasílabo perfecto con el que empieza el mensaje que ha querido enviar la familia que vive ahí, verso involuntario seguido de “no somos ricos pero tenemos riqueza de dignidad, Nosotros no votamos por un ignorante, ladrón, represor y asesino”.
El medio es el mensaje, decía McLuhan. El hombre no tiene naturaleza, sólo tiene historia, decía Ortega y Gasset.
Y hacer eso, historia a través de un mensaje, es lo que ha dejado entre otras cosas esta aún no terminada etapa poselectoral en México.
Lo sabe el taxista que apostó por el PRI (“Ya, para que se acabe todo de una vez, ¿no, Don?, para qué le hacemos al pendejo”) y lo sabe también esa familia que no votó por Peña Nieto, misma que seguramente confía en que progrese el recurso para invalidar las elecciones, promovido por el PRD, al argumentar que hubo irregularidades como compra de votos y extralimitación de gastos de campaña por parte del priismo resucitado.
Lo sabe el movimiento #Yosoy132 y lo saben Televisa y TV Azteca, e incluso diarios internacionales como El País, de España, al que parece “urgirle” que termine de una vez por todas un conflicto electoral no tan distante y no tan ajeno al maltratado suelo ibérico. “Obrador es un lastre”, dice su editorial. “Dejen de hacer periodismo colonizante”, responde el perredista, y agrega: “Mejor hagan la autocrítica por su responsabilidad en el desastre de España”.
Autocrítica para todos, incluyendo a las izquierdas a ambos lados del océano, por supuesto.
Y cada quien con su mensaje esperando el desenlace.
“En esta casa no vendimos nuestro voto” es una frase que también recuerda el sentido de aquella parábola jasídica titulada “El trigo de la locura”, en la que un consejero del rey le dice que todos los que coman de la nueva cosecha se volverán locos, por lo que el monarca le pregunta que si le pueden dar al pueblo de la cosecha anterior; el ministro le contesta que no hay suficiente, salvo para que ellos dos coman durante un año y así salvarse de la locura. Ante tamaña insensatez, el rey se niega y ordena que mejor todos, incluidos ellos dos, coman de la nueva cosecha, pues de qué serviría ser los únicos cuerdos en un país de locos. En todo caso, propone que se hagan él y su consejero una marca en la frente para que si en alguna ocasión se encuentran recuerden que son los únicos cuerdos, y que toda la locura que vean alrededor y les parezca natural, sencillamente no lo sea.
“En esta casa no vendimos nuestro voto”, regresa el eco de esa frase en cada una de sus sílabas, como una “marca en la frente” que confirma el signo de los tiempos que al parecer regresan, como un grito que advierte que no haya confusión al momento de interpretar el ejercicio del voto, no al menos en esta ocasión que ya abre otra etapa en la historia no solamente de los sexenios a la mexicana, sino en la intimidad disidente de cualquier ideología (izquierda o derecha), ante la previsión, otra vez, del recurrente gatopardismo universal: que todo cambie para que todo siga igual.
“En esta casa no vendimos nuestro voto” es, de algún modo, esa “marca en la frente” que quedará indeleble en la crónica de esa familia cuando al paso del tiempo se encuentre con otras que han hecho lo mismo.
El taxi para. Aún llueve.