
Por Aitana Vargas
La tarde del domingo me disponía a salir de casa cuando recibí la llamada de mi amigo y vecino Steve, que vive en un complejo de apartamentos en la ciudad de North Hollywood, California.
“Nos han robado”, dijo en tono serio.
“¿Cómo qué os han robado? ¿Cuándo, quién?”, le pregunté sorprendida.
“Nos han robado y estábamos todos en casa. ¿Te lo puedes creer?”, contestó indignado.
Pues no. La verdad es que no me podía creer que un grupo de hombres saltara de la calle a la terraza del apartamento para robar una planta de marihuana de casi metro y medio de altura, y cuyo dueño – uno de los compañeros de piso de Steve llamado Bob – había cultivado con tesón y dedicación durante varios meses. No es que el hecho en sí me resultara increíble, pues la planta se oteaba desde la calle y era una tentación para cualquiera. Más bien, el suceso me resultaba completamente absurdo y cómico, sobre todo porque ocurrió en las narices del mismo Bob, de Steve, de una tercera compañera de piso de ambos, y de los vecinos, quienes no paraban de gritar “te están robando” mientras nadie hacía nada para evitarlo.
El robo, según se quiera ver, fue toda una obra maestra o un gesto burlesco hacia los tres inquilinos del apartamento.
Los ladrones llegaron al edificio a bordo de una camioneta. La aparcaron justo enfrente de la terraza donde se encontraba el pesado tiesto con la codiciada hierba ‘medicinal’. Uno de los individuos saltó a la terraza, agarró la maceta y se la pasó por encima de la valla metálica a un segundo sujeto que se encontraba en la parte trasera de la camioneta. Segundos después, el tercer hombre, el conductor del vehículo, ya estaba apretando el acelerador y los tres ladrones huían de la escena del robo con la operación exitosamente completada. Más fácil imposible.
Según me relataba Steve, Bob – indignado y lleno de furia – llamó por teléfono a la policía mientras prometía a gritos represalias contra los ladrones. Cuando la policía se personó en el apartamento, confirmó que no había nada que pudiera hacerse para rescatar la planta de las manos de sus nuevos dueños. Gone forever.
Así que, mientras en la tarde del domingo Bob, quien posee una licencia para cultivar marihuana, se reconcomía por dentro y se acordaba una y otra vez de las madres de los ladrones, yo sé de tres que estaban poniéndose hasta las cejas fumando marihuana y riéndose a costa de mi enfurecido vecino de cuarenta y tantos años. Eso, si es que no estaban ya vendiendo la planta en el mercado clandestino.
Y yo me pregunto “¿a quién se le ocurre dejar una planta de marihuana a la vista y alcance de todos en un estado como California donde cualquiera posee una licencia médica para fumarla?”
Para colmo, esta mañana caminaba yo por el patio interior del edificio cuando, al pasar frente al apartamento de Steve y Bob, me percaté de que frente a su puerta, Bob había colocado cuatro macetas pequeñas con plantas de marihuana que no levantaban más de dos palmos del suelo. Me eché a reir y pensé “este hombre no aprende la lección. Ahora va a ser un vecino quien le robe las plantas. Bueno, supongo que quien lo haga, no invitará a todos”.
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