Chicago.- Ahora que se han ido los líderes de la OTAN, lo que permanece en esta ciudad es el eco de esas voces que durante los últimos días se escucharon en las calles gritar contra la guerra.
Como se vio, particularmente las protestas se llevaron a cabo en contra de las operaciones militares en Afganistán.

Pero si se mira bien, el clamor era, en esencia, antibélico. De hecho, estaba enfocado en todo tipo de intervención militar, en especial el perpetrado históricamente por las economías más poderosas del planeta que tienen el dinero suficiente para invertir en arsenales y obtener cuantiosas ganancias por esa inversión. Así pase más de una década.

De eso se han dado cuenta varias generaciones de estadounidenses que ya no creen tan fácilmente, como antaño otras, en las bondades de “luchar por la libertad” y “salvar” al mundo a punta de pistola desde la unilateral decisión de, por ejemplo, Estados Unidos o la OTAN.
La madurez política les ha permitido, por supuesto, empezar a interpretarse de otro modo como sociedad de cara al resto del mundo.
Eso lo saben bien las madres de los jóvenes soldados muertos en combate o de los que regresan lisiados del campo de batalla; de hecho, son las primeras en darse cuenta de la mentira en que otros, con más sagacidad que compromiso con la vida, han hecho caer a sus hijos en esa especie de trampa mortal. Conocen la estrategia y por eso también estuvieron presentes durante las marchas exigiendo una respuesta al gobierno de Barack Obama.


Ese monto, por supuesto, ha afectado la economía estadounidense, pero también ha derivado en 225 mil vidas humanas perdidas, entre estas las de seis mil soldados, a los que se agregan 550 mil discapacitados, amén de las 7.8 millones de personas que han perdido sus hogares en aquellos países.
Sí, las autoridades de Chicago pueden decir que la realización de la cumbre de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en la Plaza McCormick fue todo un éxito. Y en realidad lo fue, si se toma en cuenta el saldo prácticamente blanco de la jornada, salvo los detenidos de siempre. Los ojos del mundo estaban aquí, y la ciudad dio todo de sí para no quedar mal ante la mirada extranjera, mientras que los mismos manifestantes adoptaron en su logística el espíritu de la civilidad ejerciendo el derecho a protestar.
En pocas palabras, “la ciudad de los grandes hombros”, como la describió el poeta Carl Sandburg, hizo honor a su historia, a su tradición de lucha, a su contagiosa forma de no quedarse callada nunca.

De ese eco en la actual etapa de Chicago se desprende una nueva actitud, perceptible más por el momento como filosofía a compartir que como compromiso nacional, y es el hecho de que han descubierto aquí que la misión de esta generación de estadounidenses es eliminar el militarismo de su propia psique, de su forma de ver al mundo.
Tarea difícil, pero ya iniciada en las calles de esta ciudad que ha visto de todo.