
Por: María Teresa Sarabia
Para nosotros los latinos, el 10 de Mayo es el “Dia de las Madres”. Unos la llevamos a comer, otros le regalamos un ramo de flores. Otros simplemente le decimos: “te quiero mucho mamá”. Pero hay quienes no tienen nada de ésto…
Ella es bajita de estatura, tez morena, sus ojos negros colorean una mirada que a veces refleja cansancio, otras tristeza y, claro, también en ocasiones picardía. Se llama Lidia Tecolapa, y es la madre de Juan Miguel.
Camina por las calles de Ontario, California, empujando un humilde carrito de paletas, que espera vender en un día caluroso. La esperanza camina con ella. El sol quema su piel. Las marcas de las mangas de sus blusas lo delatan. La venta de helados es uno de sus últimos recursos al no encontrar empleo en las fábricas donde ella acostumbraba a trabajar antes de verse obligada a regresar a su natal Morelos, México, hace aproximadamente un año y medio, para acompañar a su padre cuando agonizaba.
A su paso, numerosos transeúntes se cruzan. Algunos ni la miran. Pareciera invisible. Lidia, sin embargo, no cesa en su afán de ofrecer su mercancía. Por ahí alguien se detiene y compra. Parece como si las paletas fueran ilusiones y cada venta le inyecta energía. Sin embargo, su pobreza material, está muy lejos de un espíritu inquebrantable y rico, del que está hecha. Su andar por la vida le ha dejado una huella profunda, convirtiéndola en una mujer fuerte capaz de resistir las peores embestidas de una magra economía.
LIDIA TECOLAPA…
Es una inmigrante latina de origen mexicano. Una mujer que desde pequeña supo lo que es ganarse la vida. No tuvo la fortuna de nacer en pañales de seda. Y perdió a su madre en la más tierna infancia, por eso apenas si la recuerda. Su padre, quien recientemente falleció, fue quien se hizo cargo de ella. Creció en medio de carencias, en un hogar modesto, sencillo y lleno de valores.
Elijo contar su historia en esta edición de homenaje a las madres en su día, porque de manera profunda tocó e impactó mi vida. La conocí cuando Lidia estaba recién llegada a los Estados Unidos. Yo necesitaba con urgencia a una “nana” para mi hija recién nacida, y luego de varias entrevistas no encontraba a la adecuada. Una compañera de trabajo me la recomendó , y junto con mi madre, y mi pequeña Tatiana, fuimos una tarde de viernes, (en pleno tráfico en la autopista 10 hacia el Este), hasta West Covina a conocerla.
Llamaron mi atención las primeras dos preguntas que hizo al verme:
_”Tiene manzanas y carne en su casa?
-“Me va a grabar con alguna cámara oculta mientras cuido a su niña?
Y su mirada llena de curiosidad al cuestionarme, y a la vez de inocencia y candidez, hicieron que desde ese momento, entre ambas surgiera simpatía, y una amistad a toda prueba.
Sobre sus preguntas, que seguramente a ustedes les intrigan ahora, tanto como a mi cuando las hizo, daré la respuesta solo a una de ellas, la otra, la encontrarán en las entrañas de la historia. Debo decir que cuando Lidia supo que una reportera de televisión era quien la buscaba, recordó la reciente historia de María Celeste Arrarás, (entonces en “Primer Impacto” 1998), y la nana que golpeaba a su bebé, a quien descubrió al grabar en video.
UNA “NANA” EXCEPCIONAL!
Pero el caso de Lidia, “Doña Lidia” como le pusimos de cariño en la familia, no era el de una “nana” abusiva. Ella era dulce, cariñosa, muy eficiente para bañar bebés, y tenerlos contentos. Preparar sus alimentos, arrullarlos en los brazos, y darse tiempo para mantener la casa impecable mientras la nena dormía.
Una “corazonada” me bastó para contratarla. Quizá esa química que hubo entre las dos cuando nos presentaron fue suficiente para saber que ella era la persona que buscaba para ayudarme con Tatiana Gabriela, (mi hija menor). Cuando nació, yo era reportera de TV, y después de un corto periodo de maternidad, debía regresar al trabajo. La cadena de entrevistadas para ocupar la posición fue larga. Me llegó de todo. Algunas demasiado mandonas, otras parecían descuidadas, y una más llena de “tatuajes”. Honestamente no me daban ganas de dejar a mi nena con ninguna de ellas. Mi instinto de madre me decía que no eran lo que yo necesitaba. Y no me equivoqué.
A mi mamá, le quedaban dos semanas antes de partir. Vino conmigo un día antes del parto, para cuidarme y atenderme. Se quedó mes y medio, pero debía irse y quería la tranquilidad de saber que la bebé quedaría en buenas manos. Doña Lidia llegó unos días antes del regreso de mi madre a México. Y desde el primer día en casa supe que había hecho la elección correcta. Mantenía a mi bebé tranquila a la hora del baño. La dormía con facilidad, y aprendió de inmediato las horas de sus alimentos y a mantenerme al tanto de lo que ocurría en casa mientras yo me encontraba reporteando. Todo iba bien. Pero luego de un tiempo, ella recibió una mejor oferta en una fábrica. Con mucha tristeza la vimos partir, pero ella ya se había encariñado con nuestra familia, y envío a una de sus sobrinas a cuidar a Tatiana.
Aquí debo agregar que con Doña Lidia yo aprendí que una “baby-sitter” es parte de la familia en toda la extensión de la palabra. No había cosas especiales para ella. Ni trato discriminatorio. Ni comida separada. Sus actividades eran como las de otro miembro de la familia. Comíamos juntas en la mesa, veíamos la tele, y cuando salíamos a un restaurante iba con nosotros. En cada momento la sentimos como una más de los nuestros. Hasta parecía la familia González-Sarabia-Tecolapa.
SOBRE SU LLEGADA A CALIFORNIA…
Doña Lidia arribó a Los Ángeles, California en 1998. Previamente vivía en Ciudad Neza, Estado de México. Su esposo y padre de su hijo Juan Miguel, los abandonó a su suerte cuando él era pequeño. Doña Lidia salió adelante vendiendo comida en un mercado local. Con orgullo y sencillez, abre grandes sus ojos al recordar:
-“Yo vendía esquimos, raspados, aguas frescas y todo lo que se pudiera vender. Me tocó hacerlo cuando mi hijo tenia unos cuantos meses de nacido”.
Luego cuando Juan Miguel tenia 18 años de edad, decidió emigrar a los Estados Unidos.
-“Teníamos ahorrado dinero, y él decidió venirse primero. Yo envié una parte del dinero para la pasada a mis sobrinas que ya estaban acá. El resto luego se pagó”.
Y pasaron 4 años cuando ella decidió dejar México y venir a Estados Unidos a encontrarse con su hijo.
Su cruce seria en la frontera Tijuana-San Ysidro. En aquel entonces la pasada para ella fue rápida. Por la línea.
-“Me quedé con las ganas de correr por el cerro. Quería tener esa aventura de la que todos hablaban”, dice sonriendo divertida, sin saber en ese momento lo que “correr por el cerro” significaba.
SU PRIMER TRABAJO EN ESTADOS UNIDOS…
Doña Lidia sabia que al llegar era urgente empezar a trabajar para devolver a su familia parte de la suma pagada al “coyote”. Su primer trabajo lo consiguió a través de un contacto de su hijo Miguel. Fue en la casa de una familia afroamericana, en el área de Rancho Cucamonga, cerca de Pomona. Una traductora ayudó a que Doña Lidia hiciera el trato con su nueva patrona. Incluso le informó a la parte contratante de los gustos alimenticios de Doña Lidia. Tener tortillas, huevos, queso, y frijoles era importante para alimentarse en este país sin perder sus hábitos mexicanos.
-“Llego aquí, a un país más avanzado que el mío…, y la señora que prometió tener mis alimentos listos, no cumplió. Solo me daba quesadillas en la mañana y en la noche. Los fines de semana que salía, me compraba lo que podía. Pero de que servia un buen pago si no me daban de comer y no me dejaban salir durante la semana? Ellos comían carne, pollos rostizados, y a mi me dejaban solo quesadillas. Me veían como de segunda. Además un día la hija mayor me dijo estúpida baby-sitter. Eso se lo entendí bien. Por eso un día luego de 3 meses, ya no quise volver”.
Con la anécdota anterior, respondo a la primera pregunta que Doña Lidia me hizo al conocerme. El preguntarme si tenía carne y manzanas en casa era equivalente a saber si le daría de comer. Ella quería evitar llegar a otra casa donde las quesadillas fueran el platillo diario.
Con satisfacción les cuento que ella manifestó sentir como cambiaba su suerte luego de conocer a mi familia. Nosotros la apoyamos cuando consiguió mejor oferta. La amistad surgida entre nosotras nos hacía desear para ella la superación.
LA LEGALIZACION DE SU HIJO…
Mientras Doña Lidia por algunos años trabajó en varias fábricas, y semanalmente venia a casa. Mis dos hijos crecían. Y su hijo Miguel también. Cuando le llegó el momento de casarse tuvo la fortuna de hacerlo con una ciudadana americana. Esto le facilitó su legalización. Su hijo se convirtió en “residente permanente”, y más tarde adquirió la ciudadanía estadounidense. Pudo salir de las sombras, dejó de ser indocumentado, de ser una estadística. Las posibilidades de legalización para Lidia se abrieron. Un ciudadano estadounidense tiene derecho de presentar una petición para convertir a sus padres en “residentes permanentes”. Pero…
UN PADRE QUE AGONIZA, LLAMA A SU HIJA…
Desde hace algunos años Doña Lidia supo que su padre estaba enfermo. El dolor de saberlo mal la atormentaba constantemente. A la vez, luego de una época de prosperidad, fue despedida de la fábrica de jugos donde laboró por 6 años. Durante la recesión del 2008, varios fuimos afectados. En mi caso, perdimos un estudio de televisión que tuvimos por casi una década. Doña Lidia su empleo. Todos hacíamos distintos trabajos para sobrevivir. Los “amigos” de siempre, de la época de bonanza se desvanecieron. Doña Lidia fue de las pocas que quedó. Como agradezco sus llamadas en algunos momentos de tristeza para preguntar: ¿Cómo está? ¿Qué puedo hacer para quitarle su tristeza? Y sus visitas compartiendo “tortitas de papa” o cualquier platillo preparado por ella, para alegrarnos el día. No cabe duda que quien menos tiene, es a veces quien más comparte. En los momentos oscuros, Doña Lidia sabia siempre como “brillar”.
Sin embargo, la fatídica llamada de México llegó. Ella debía regresar. Al salirse ponía en riesgo su permanencia y legalización en Estados Unidos, pero tomó la decisión humanamente correcta.
-“Tuve que salir en el 2010 porque mi papá estaba grave. Me dijeron que le quedaba poco tiempo de vida. Me estaba llamando. De todos los hermanos, a mi es a quien quería ver. Yo tenia que ir”, recuerda con una mirada que asoma la tristeza al recordar el adiós de aquel papá que supo ser padre y madre, que supo inculcarle valores, que supo enseñarla a vivir. Por un momento la charla se detiene. Un par de lágrimas resbalan por sus mejillas. Se frota las manos. Se agacha. Luego levanta la mirada, la fija en mi, y me dice:
-“Tenia cáncer en el hígado que le invadió todos los órganos. Le dolía mucho la espalda. Apenas si llegué a tiempo. Un par de semanas después murió. Y yo tuve que quedarme casi dos años a arreglar muchos pendientes”.
EL RETORNO A CALIFORNIA EN EL 2011…
Con refuerzos cada vez más fuertes en la frontera de Estados Unidos con México, Doña Lidia estaba conciente de las dificultades que enfrentaría para volver a California. A través de contactos de familiares y amigos en Los Ángeles, supo de “coyotes” sonorenses que la pasarían vía Arizona. El punto de reunión estaba en “El Sasabe”, un pequeño pueblo fronterizo ubicado a 305 kilómetros al norte de Hermosillo, y a 120 de Tucson, Arizona. Esa aventura de cruzar la frontera “corriendo” que un día deseara, la tenía cerca y esta vez con más riesgos que nunca.
-“Luego de un viaje a Hermosillo en avión, y de ahí a Caborca en autobús, y luego en taxi al hotel, realmente comenzó la odisea. Era de noche, y al subirme el taxi, el taxista me dio 4 vueltas antes de llegar al hotel. Me cobró 50 pesos y me dejó. A la mañana siguiente me di cuenta de que la terminal de autobuses estaba frente al hotel, que un taxi no era necesario, y que lo que me hicieron a mi, se lo hacían a todos los que llegaban. La cantidad cobrada por el paseo en taxi eran los 50 pesos”.
Luego me cuenta que a un grupo de migrantes recién llegados a la región, los recogió una camioneta, les cobraron a cada uno mil 500 pesos, y se los llevaron por un camino de 100 kilómetros de terracería, y algunos retenes militares, hasta “El Sasabe”.
El nombre del poblado atrajo poderosamente mi atención. Decidí investigarlo, (vía diarios de Tuzcon Arizona, y algunos portales de Internet sonorenses), y al hacerlo me di cuenta de que es un lugar estratégico, debido a la alta vigilancia en las Californias. Es obvio que los gobiernos de México, y Estados Unidos, saben todo lo que sucede en este pueblo que pareciera salido de la nada. Por esa zona fronteriza no solo cruzan hombres y mujeres, por aquí pasan: droga, armas, y se incrementa la “trata” de personas. Desde su llegada a la casa de seguridad de los “coyotes”, Doña Lidia se dio cuenta.
-“Cuando llegué éramos 6, pero en los siguientes días llegaron mas y total que quienes estuvimos ahí casi por un mes éramos 12. Era 9 de mayo del 2011 cuando entré en ese lugar. Y lo que me tocó ver en esa casa donde a la dueña le llamaban Amelia, fue de todo”.
De nuevo me mira, y me dice:
-“Ay señora Tere, ese parecía un pueblo de nadie. Solo viven narcos y polleros. Nos decían que después de las 7 no saliéramos porque nos podían secuestrar y llevar con otro grupo. Luego por las noches se oía mucho ruido, pasaban hombres con maletas negras. Cuando pregunté que era, uno de los que vivía ahí dijo que eran las maletas de 25 kilos”.
-“25 kilos …de qué? Le pregunto.
-“De marihuana. La que todas las noches pasaban por la frontera. Incluso a algunos de nosotros nos preguntaron si deseábamos ayudarles. Uno de los coyotes que trabajaba ahí, me contó que ellos tenían a su cargo todo el territorio desde Tijuana, hasta diversas partes de Sonora. Que eso era de todos los días. Solo se detenían cuando la región se ponía caliente y llegaba la policía. Esa era la razón por la que de noche los perros ladraban tanto. También me platicó que incluso tenia un amigo sheriff del otro lado, que en ocasiones le ayudaba con los traslados a cambio de una lana. Pude darme cuenta que los traficantes, los polleros y la policía, todos son cómplices. El dinero y la droga iban y venían. Las “cuotas” eran cosa de todos los días”.
Sabiendo el peligro, y viendo los días pasar, Doña Lidia se armó de valor. Ayudaba en las tareas domésticas, y por las tardes se las ingeniaba para según ella: “tomar medidas”. Si, medidas a la barda de barrotes de acero que tendría que brincar. Esa barda según dice, estaba a unos cuantos metros del patio de la casa de seguridad.
-“Cuando se descuidaba la señora, me iba a ver la barda y medirla. Quería asegurarme de que no se me atorarían las rodillas en los tubos. Un compañero me dijo como hacerlo para evitar fracturas”.
Finalmente, 21 días después de su llegada a “El Sasabe”, le tocó el día del cruce. Todo salió bien. Ya iba preparada.
-“Corrimos por 45 minutos. En el camino, vi ropa, huesos humanos, mochilas, botellas de agua, gorras…cruces. Me caí en una zanja, me lastimé mi pie, pero uno de los que corrían conmigo me ayudó. Después al brincar la cerca de un rancho, me corté las manos y me sangraron. Pero recibí ayuda y me limpiaron. Llegaron por nosotros, y nos llevaron a Tucson. luego a Phoenix, y finalmente a Los Ángeles”, cuenta sobre su recorrido.
Pero el temor ante el peligro al que se expuso en la frontera, el sufrimiento por la muerte de su padre, el dolor al lastimarse durante su carrera en el desierto, y la angustia de saber que podrían ser interceptados por la migra, fueron preocupaciones mínimas para Lidia. Su angustia ahora es saber como va a terminar de pagar la deuda de 5 mil dólares que tiene con su familia, que le prestó los fondos para regresar a Estados Unidos. Y no solo es eso. Su opción de legalizarse a través de la petición de su hijo Miguel, parece desvanecerse.
Recientemente TN’s consultó a Stella Lai, abogada experta en inmigración en Los Ángeles, quien reiteró que efectivamente Lidia Tecopala tiene derecho a ser pedida por su hijo. Que le darán permiso de trabajo, y su identificación de California. Pero cuando llegue el momento de la cita para la “residencia permanente”, será enviada a una entrevista al Consulado Americano en Ciudad Juárez, Chihuahua, fuera del país por haber entrado ilegal, (quienes lo hicieron con un pasaporte visado, tienen algunas excepciones). El asunto es que una vez ahí, existe el 95 por ciento de posibilidades de que le apliquen el castigo de los 10 años por haber vivido ilegalmente en el país. Lidia no podría regresar al lado de los suyos. Saberlo me llenó de tristeza. Decírselo me partió el corazón. Ella escuchó atenta mis palabras. Bajó la mirada tratando de esconder sus lágrimas. Que cruel puede ser la vida. ¿Cómo secarle las lágrimas a una mujer que ha luchado tanto sin rendirse ante la adversidad? ¿Por qué hay ocasiones en que las circunstancias parecen ensañarse con quienes menos lo merecen como el caso de Doña Lidia?
UN ASALTO AL CARRITO DE PALETAS…
A pesar de lo duro de su destino, de las situaciones adversas, de las pérdidas irremediables, (como la de su padre), del peligro al que se expuso, (entre narcos, polleros y policías corruptos), el espíritu de esta madre, quien además es abuela de 3 niños, y tía de varios más, es inquebrantable. Decidió darse un compás de espera. Aún cree en una “reforma migratoria”. Toda su familia vive acá. Regresar a México no es una opción.
Y como les conté al inicio de la historia, luego de mucho buscar, el “hielo” de las paletas enfrió un poco su dolor. Venderlas día a día le da para comer y ahorrar para saldar su deuda familiar. Pero hace unos días, mientras manejaba, recibí una llamada a mi celular, era Doña Lidia quien triste quería contarme algo que le sucedió:
-“Señora Tere, ayer me asaltaron. 15 negros me robaron. Se llevaron todas mis paletas. Yo traté de evitarlo, les decía que no lo hicieran pero no me escucharon. Lo bueno que a mí no me tocaron, y el dinero no se lo llevaron”.
Escuchar su relato me estremeció, pero a la vez me llenó de orgullo ver a una mujer con un espíritu de acero, a la que los golpes duros de la vida no derriban.
Que hermoso festejar “el dia de la madre” yendo de paseo, con flores, un concierto de Juan Gabriel, El Buki o quien sea. Pero esta madre ese día va a estar vendiendo paletas, porque para ella el “Sueño Americano” está congelado…”Feliz dia de la Madre”.
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