
Agustín Durán
A dos décadas de uno de los disturbios más violentos en la historia de Estados Unidos, la comunidad parece adaptarse a los cambios. No olvida, pero en general considera que el sur de Los Ángeles es mucho mejor que en 1992, todavía con retos, pero con mejor relación con la policía y los nuevos grupos de inmigrantes que conviven en el área.
A unos pasos de la esquina donde iniciaron los disturbios (Normadie y Florence), actualmente hay negocios nuevos, escuelas recién inauguradas, bibliotecas e iglesias que hace 20 años no existían.
Los negocios de la comunidad coreana ya no son la mayoría en un área donde los latinos rebasaron en población a la comunidad afroamericana desde hace más de una década.
Estas se mezclan con algunos lotes vacíos y paredes de madera de estructuras que todavía son testigos silenciosos de los incendios, de 54 muertes y de mil millones de dólares en daños que dejaron los seis días de violencia en la ciudad.
En algunos centros comerciales, una nueva ola de inmigrantes de Latinoamérica, el Medio Oriente y el norte de África empiezan a atender las vinaterías y tiendas que en un tiempo eran dominadas por la comunidad coreana en el sur de Los Ángeles.
“Estamos mejor, hay mejor relación con otros grupos del área y la relación con la policía es más estrecha”, expresa Lawrence Tolliver, peluquero afroamericano del área por más de 40 años.

“A mi negocio han venido los dos últimos jefes de policía (Bratton y Beck) a preguntarme cómo pueden mejorar su trabajo”, indicó. “Eso no hubiera ocurrido con Daryl Gates, jefe de policía en 1992, quien aparentemente no tenía ni una buena relación con el acalde de la ciudad en ese tiempo, el afroamericano Tom Bradley.
Rigo Romero, capitán III del Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD), expresó que el patrullaje comunitario ha mejorado su relación con la comunidad y eso les permite tener mejor comunicación y apoyo por parte de los mismos residentes al momento de atender llamados.
A principios de los 90 la mayoría de los residentes del sur centro eran afroamericanos con un segmento de población latina que iniciaba su crecimiento en forma agigantada, y la comunidad coreana que aunque no vivía en el área, eran dueña de la gran mayoría de tiendas y vinaterías.
Durante este período, estos tres grupos no se conocían mucho, debido a las barreras del idioma y diferencias en cultura, no había mucha comunicación y los estereotipos negativos predominaban.
Particularmente las relaciones entre la comunidad coreana y la afroamericana habían alcanzado su curva de fricción más alta cuando la tendera Soon Ja Du había asesinado por atrás a la niña afroamericana Latasha Harlins que trató de robar un refresco de 1.75 dólares. La coreana había recibido sólo 5 años de libertad condicional, una multa de 500 dólares y 400 horas de trabajo comunitario.
“Era muy molesto ir a comprar porque inmediatamente te miraban como que les ibas a robar algo”, expresó Tolliver. “Ahora no, los dueños de negocios coreanos que quedan ya te miran a los ojos, te agarran el dinero en la mano y parecen ser más abiertos”.

María Luisa Vela, presidenta de Los Angeles Metropolitan Hispanic Chamber of Commerce, indicó que después de los disturbios un gran número de empresarios coreanos abandonó el área, y los que quedaron aprendieron a convivir y tratar mejor a sus clientes.
“Su actitud (empresarios coreanos) era muy cerrada y la tensión era grande, pero con el tiempo aprendieron a convivir a las comunidades que servía y aunque ya se han ido muchos y llegado otros grupos, hoy la relación es mucho mejor”, agregó Vela.
James, de origen coreano y dueño de un local de belleza y pelucas en la avenida Florence, dijo que el 90% de sus clientes son afroamericanos, se lleva muy bien con ellos y en diez años no ha tenido ningún problema.
El empresario que habla español, inglés y coreano dijo que durante los disturbios a su padre le quemaron un negocio en la avenida Slauson y hasta la fecha el lote está vacío. “Mi padre ya se retiró y nosotros vivimos en Valencia, pero esta es nuestra área de negocio y nos llevamos muy bien con nuestra clientela y residentes del área”.
Adrián Pacheco, quien recientemente adquirió un negocio de reparación de calzado en la avenida Florence, dijo que el 60% de sus clientes son afroamericanos y mantiene una muy buena relación con ellos y con el resto de la comunidad.
“Mi jefe era coreano y él me vendió el negocio”, expresó el oriundo del Distrito Federal, quien habla inglés y vive a unas calles de su negocio. “Creo que luego hay más problemas entre nosotros los latinos que entre otros grupos. En general, creo que la relación con los afroamericanos es buena”.
Vela indicó que actualmente la comunidad latina es mayoría en el área y aunque en los 90 también hubo un poco de fricción entre afroamericanos y latinos, poco a poco las cosas han ido cambiando y ahora se conocen mejor, más latinos hablan inglés y han ido desarrollando una buena relación de trabajo, principalmente los que tienen negocio porque quieren tratar bien a sus clientes.
Sin embargo, los latinos no son los únicos que han ido llegando al área, un grupo muy agresivo en las ventas y en el negocio provenientes del medio este han ido ganando terreno. Hoy ya no es raro entrar a una vinatería y escuchar la música con influencia árabe.
“Tiene buen ritmo”, expresó un cliente afroamericano que salía del negocio atendida por tres jóvenes, mismos que pudieran parecer latinos, pero que son de Jordania y Túnez. “The Arabs are cool people”.
En el centro comercial de la Gramercy y Florence, a unas calles del inicio de los disturbios, el rap ha dejado de ser la música que más se escucha y ahora la cumbia y banda son más comunes, aunque en algunas tiendas los sonidos con influencia árabe empiezan a llegar.