
Hace unos meses tuve la oportunidad de entrevistar a los cuatro astronautas que participaron en la última misión de la era de los transbordadores. Sus respuestas cumplieron mis expectativas.
En el espacio, la vida se entiende de otra manera.
Cuentan que a 220 millas de la Tierra se aprende a valorar al humano por lo que es: una persona. Una vida. Un cúmulo diminuto de experiencias que parecen durar una eternidad pero que no son más que ínfimas en el tiempo comparado con lo infinito del universo.
Desde arriba da igual que seamos blancos o negros, ricos o pobres, demócratas o republicanos. Todos somos como hormigas que pululan en la hierba, cada una trabajando a su ritmo para llevar comida a la hormiguera. Solo hay una diferencia. Ellas si pelean lo hacen por instinto. Nosotros, por naturaleza.
Razón no le faltaba a Hobbes cuando pensó aquello de que el hombre es un lobo para el hombre.
Qué pequeño es el mundo y qué mal nos llevamos.
Cuando miras a la Tierra, me contaba el piloto del Atlantis, Douglas Hurley, no ves fronteras, pero sabes que hay conflictos.
Los gobiernos siguen empecinados en delimitar sus territorios y levantar murallas allá donde quieren diferenciar lo pobre de lo rico. Y si hay riqueza más allá, entonces ampliamos la frontera. Parece que nada ha cambiado desde que íbamos a caballo y los castillos eran palacios.
Visto desde el universo uno puede preguntarse ¿para qué sirven las fronteras?
Imagino una guerra contra extraterrestres, donde nos atacan y tenemos que defender nuestros intereses. Nuestro planeta. Creo que solo así el humano se daría cuenta de que, al final de todo, no importan tanto las diferencias de pensamiento, de color o de dinero. ¿O habría alguien que propondría que los más desvalidos sean los primeros en enfrentar a los invasores?
Seguramente sí, porque nunca aprendemos de la historia. Luego nos apuntaríamos una victoria colectiva cuando quienes ganaron la guerra son aquellos que no servían. ¿De qué me sonará esto?
La astronauta Sandra Magnus quedó impresionada al ver lo delgada que es la atmósfera porque es lo único que nos protege. Esta semana se cumplen nueve años desde que el Columbia se desintegró con sus siete tripulantes abordo cuando regresaban a la Tierra. Debajo de esa capa, seguimos peleando unos con otros mientras inventamos mapas que, por más que queramos, nunca tendrán líneas cuando los veamos desde el espacio.
¿Por qué nos costará tanto reconocer que somos ciudadanos del mundo? ¿A cuento de qué hay tanto conflicto y tanto odio?
Si hubiera tenido miedo en salir al espacio, me contó Hurley, nunca se hubiera subido al Atlantis.
Lo malo es que el miedo lo seguimos teniendo en casa. Lástima que para vencerlo haya que ser astronauta.