Roberto Alvarez Quiñones
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Si recorriendo La Habana, la otrora más deslumbrante ciudad del Caribe y una de las más atractivas del mundo, usted entra en un restaurante y siente como que ha dejado su caballo amarrado afuera, e instintivamente busca un sitio para colgar su sudado sombrero de guano, sin duda ha entrado en la Bodeguita del Medio, en el corazón de La Habana Vieja colonial.
Es difícil que haya otro lugar más apropiado y relajante para degustar un delicioso lechón asado, convoyado por “moros y cristianos” (arroz con frijoles negros), yuca como la que comían los aborígenes cubanos, tostones (plátanos verdes fritos y aplastados), y chicharrones para acompañar el “mojito” que en ese mismo lugar Ernest Hemingway y Nat King Cole no se cansaban de elogiar.
Al entrar en el sui géneris sitio —a pocos metros de la varias veces centenaria catedral— al visitante lo abrazan las notas de un trío que con guitarra española, quinto y maracas o claves, que lo animan al compás rítmico del Son de la Loma, Cuidaíto compay gallo, o lo remontan en el tiempo con un romántico bolero al estilo inmortal de Los Panchos.
Luego usted agarra su taburete de cuero, que a lo mejor está colgando del techo, y lo coloca a la mesa de rústica madera.
La Confronta avileña, madre de la bodeguita habanera
Pero si interesante es por sí mismo este peculiarísimo restaurante, tanto o más lo es su origen. A 465 kilómetros al Este de La Habana, en 1907, cuando despuntaba la república independiente, en una concurrida esquina de la ciudad de Ciego de Ávila, mi entrañable terruño natal, se reunían amigos a tomarse un café y comer algo mientras comentaban los últimos acontecimientos del entorno avileño y de la vida nacional.
Curiosamente, aquel agradable lugar de animadas tertulias no tenía nombre alguno. Una noche, uno de los asiduos filósofos y politólogos callejeros dijo: “Señores, si todos nos confrontamos aquí por las noches para hablar de cualquier cosa, ¿Por qué no le ponemos La Confronta?
Al propietario del lugar le gustó la sugerencia y así bautizó a su café-kiosko-fonda de aires decimononos, nombre que luego dejó intacto el español Anacleto Martínez, quien lo adquirió en 1926.
Secreto del éxito, un paradisíaco bistec con aliño olímpico
Fue con Anacleto que la fama de La Confronta hizo eclosión. Transpiraba talento culinario como chef y comenzó a ofrecer, a precios modestos, unos bistecs (steak) de palomilla —churrasco latinoamericano— que preparaba con un mojo inventado por él: vinagre, zumo de limón y ocho dientes de ajo bien machacados, durante tres días antes de asarlos a la parrilla.
Aquel sabor del Olimpo trascendió las fronteras avileñas. Por estar ubicada frente al Teatro Principal, que con sus cuatro pisos en forma de herradura y palcos y pasillos esculpidos en mármoles italianos, era –y es– uno de los más grandes y bellos teatros del interior de Cuba, y a solo una cuadra del Teatro Iriondo, otro de los mayores del interior de la isla, de las parrilladas de La Confronta disfrutaron los más célebres artistas cubanos y muchos extranjeros.
En los años 40 y 50 ahí cenaron Jorge Negrete, Pedro Vargas, José Mojica (cantó a dúo conmigo en 1951, en el XXV aniversario del Colegio de los Hermanos Maristas. Yo era solista del coro del colegio), Libertad Lamarque, Tongolele, Alicia Alonso, Enrique Arredondo, Fu Man Chu, Esperanza Iris, Tito Guizar, Mapy Cortés, Garrido y Piñeiro, los españoles Gaby, Fofó y Miliki, y los argentinos José Bohr, y Ramón Arencengad, entre otros.
Libertad Lamarque como rioplatense era experta en bistecs y quedó tan maravillada que felicitó personalmente a Anacleto. Y dicen las malas lenguas que la argentina reina del tango, y destacada actriz en México, le cayó tan bien a Anacleto que hasta le dio la receta de su secreto aliño.
El comensal luego padre de “La Bodeguita” habanera
Volviendo un poco atrás, en los años 30 comenzó a concurrir a La Confronta un nuevo tertuliano y comensal, Ángel Martínez, nieto de canarios y sin parentesco alguno con el gallego Anacleto, quien quedó encantado con el ambiente criollo del lugar.
A propósito, Ángel vivía en Majagua, poblado de origen aborigen cercano a Ciego de Ávila. Ese lugar tomó su nombre de un río que lo atraviesa y en el cual se bañó el teniente Winston Churchill cuando formó parte de las tropas españolas, según narró luego en sus memorias el británico más destacado de todos los tiempos, según una encuesta realizada hace unos 15 años.
Pues bien, el majagüense Martínez un día decidió irse para La Habana a correr fortuna. Le fue bien. En 1942 compró una bodega (pequeña tienda de víveres y licores) llamada “La Complaciente”, en la calle Empedrado de La Habana Vieja, a la que cambió el nombre por Casa Martínez.
Tras remozar el lugar, comenzó a vender bebidas, arroz, manteca, frijoles, huevos, especias, laterías y todo lo necesario en época bélica, en plena Segunda Guerra Mundial.
“Nos vemos en la bodeguita del medio de la cuadra”
Al escritor y director de una editorial habanera, Félix “Felito” Ayón, le gustó tanto el lugar que comenzó a llevar allí a colegas y amigos, entre ellos al gran poeta Nicolás Guillén. Poco a poco aquello se fue convirtiendo en un híbrido de bodega con fonda (restaurante modesto).
Pero en Cuba las fondas y bodegas (tiendas de víveres y licores en los barrios) estaban situadas en las esquinas y la Casa Martínez estaba a mediación de cuadra, algo muy raro en el paisaje urbanístico isleño. Ayón no tenía teléfono y sus amigos le dejaban los recados allí: “Nos vemos en la bodeguita del medio de la cuadra”, decían. Nadie mencionaba la Casa Martínez.
A Martínez le agradó el nombre que de hecho ya tenía su negocio y fue de esa raíz espontánea y popular que nació “La Bodeguita del Medio”, el rústico y originalísimo restaurante, famoso mundialmente. Y aunque ya todos le llamaban así, fue en abril de 1950 que quedó registrado formalmente con dicho nombre.
¿De dónde su encanto criollísimo?
¿Bueno y qué pinta en todo esto La Confronta avileña? Muchísimo. Cuando Ángel Martínez vio la buena aceptación que tenían aquellas esporádicas comidas que él ofrecía a los amigos de Felito Ayón decidió convertir su negocio en restaurante, pero conservando su aspecto de pequeña bodega de barrio. Y nada mejor que montarlo a imagen y semejanza de aquel restaurante avileño que tanto le había atraído por su rusticidad y sabor criollo.
“Yo sólo reproduje en La Habana Vieja el ambiente criollo y popular de La Confronta de Ciego de Avila”, repetía siempre Martínez en cada entrevista que le hacían.
A Nicolás Guillén (luego Presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC) se le ocurrió un día poner su nombre en una de las vetustas paredes, sin sospechar que con ello estaba iniciando la tradición que devino el sello distintivo del restaurante. Allí mismo, en caliente, Guillén escribió un poema cuyos primeros versos dicen:
— La Bodeguita es ya la bodegona/
que en triunfo al aire su estandarte agita/
mas sea bodegona o bodeguita/
La Habana de ella con razón blasona…
Con aquella ocurrencia uno de los más importantes poetas cubanos del siglo XX inauguró la costumbre de dejar las huellas personales en aquel lugar único, y le imprimió un halo bohemio e íntimo muy apetecido por escritores, músicos, poetas, pintores, escultores, actores, periodistas, cineastas, políticos y turistas de todo el orbe.
Sus paredes fueron tapizadas con los nombres de miles de comensales. Cuando allí estuve en los años 80 demoré un buen rato para encontrar un microscópico espacio en el cual escribir mi nombre apretándolo mucho para que cupiera Quiñones.
Muchos iban al lugar sobre todo para ver las firmas de gente archifamosa. Y digo iban porque en mayo último (2021) un alto burócrata del gobierno provincial de La Habana ordenó pintar las paredes del restaurante porque estaban sucias con tantas firmas. Destruyó el principal atractivo de “La Bodeguita”, que en más de 70 años llegó a tener plasmadas en paredes, mesas y taburetes (sillas de cuero) más de un millón de firmas.
Y cito algunas de las más famosas: Marilyn Monroe, Brigitte Bardot, Frank Sinatra, Ernest Hemingway, Marlon Brando, Mario Moreno Cantinflas, Jorge Negrete, Agustín Lara, Pedro Vargas, Nat King Cole, Dámaso Pérez Prado, Gabriel García Márquez, Gina Lollobrigida, María Félix, Ava Gardner, Sarita Montiel, Jean Paul Sartre, Errol Flynn, Pablo Neruda, Salvador Allende, John Wayne, Gregory Peck, Claudia Cardinale, Marlene Dietrich, Gary Cooper, Tyrone Power, Rita Hayworth, Francois Mitterand, Yuri Gagarin, Mario Benedetti, Joan Manuel Serrat. Y muchos otros.
Pero “La Bodeguita del Medio”, propiedad estatal desde 1960, además de perder el “poder” de inmortalizar firmas perdió su autenticidad criolla. Ahora hay que pagar allí con moneda extranjera, no con pesos cubanos. Y los comensales son casi todos turistas foráneos.
A propósito, su incomparable lechón asado se puede saborear también en sus 10 hijas, nietas de La Confronta, en Alemania, Inglaterra, España, República Checa, México, Costa Rica, Argentina, Bolivia, Colombia y Venezuela.
Y estoy seguro que ni comensales, ni empleados, dentro o fuera de Cuba, tienen idea de que la bodeguita habanera es hija de La Confronta avileña.
Honor, a quien honor merece.