
Planes para un nuevo aeropuerto internacional en Ciudad de México digno de la saga “La Guerra de las Galaxias” se hicieron públicos en México. El coste inicial anunciado es de 9.200 millones de dólares y la fecha de terminación en 50 años, es decir en el año 2064. Como decía mi abuela: “para entonces todos calvos” y, añado yo -y ojalá me equivoque-, los casi 10.000 millones de dólares y seguramente muchos más en sobrecostes, malgastados.
Hablo como española, amante del pueblo de México, a los que veo en la misma situación que a mi país: obras faraónicas, connivencia entre políticos y grandes empresarios donde se malgastó el futuro de nuestros hijos y posiblemente nuestros nietos. En España hay en estos momentos tres aeropuertos criando yerba en los que nunca ha aterrizado un avión, amén de complejos recreativos y museos en los que nadie ha puesto un pie y que se van cayendo a pedazos.
El nombre del gran arquitecto Norman Foster planea sobre el diseño. No sin razón. Un hombre inteligente que ha elegido como socio “local” para presentar la oferta ganadora, al arquitecto Fernando Romero, casualmente yerno de Carlos Slim, el hombre más influyente y más rico de México y posiblemente del mundo.
Foster es conocido por sus exuberantes trabajos del aeropuerto de Pekín, el de Hong Kong y el Wembley Stadio en Londres. Fernando Romero diseñó el Museo Soumaya de su suegro Carlos Slim, en el que éste ofrece al público una muestra de su inmensa colección de arte privada.El Museo Soumaya es un homenaje a su difunta esposa del mismo nombre.
El aeropuerto tendrá seis pistas, una estructura central de entrada y una terminal combinada que imita la iconografía de la bandera mexicana, todo ello en una superficie 11,400 acres en terrenos pertenecientes al gobierno que básicamente son el lecho de un lago.
A ello hay que añadir que el aeropuerto es el primero de este tipo en el mundo según Foster porque no tendrá paredes verticales ni columnas y techos convencionales. Foster informa -esperemos que sus cálculos funcionen-, que ha tenido en cuenta la tendencia de la Ciudad de México a sufrir terremotos. No puedo opinar porque no sé nada de construcción pero así, a simple vista, construir un aeropuerto sin paredes ni columnas en una zona como la Ciudad de México con tendencia a seísmos no me ofrece mucha seguridad.
Supongo que esta vez se han elegido terrenos propiedad del gobierno para evitar lo que sucedió en el 2002. La administración del entonces presidente Vicente Fox tuvo que cancelar planes para la construcción de un aeropuerto en terrenos de propiedad privada. El gobierno ofreció 70 centavos por pie cuadrado de terreno, la gente se soliviantó ante un precio tan bajo, hubo violentas manifestaciones y 19 autoridades fueron tomadas como rehenes.
El ahora presidente, Enrique Peña Nieto, ante este asombroso dato de fecha de terminación del aeropuerto en el 2064, afirma que para el 2020, 3 de las pistas de aterrizaje estarán listas para recibir a 50 millones de pasajeros al año. Cuando el aeropuerto esté terminado, tendrá la capacidad de recibir 120 millones de pasajeros al año, cuatro veces más que el actual Benito Juárez.
El antiguo aeropuerto se reconvertirá en un centro de recreo y educación para los habitantes de la Ciudad de México. Teniendo en cuenta las distancias en una urbe de 21 millones de habitantes constantemente colapsada por el tráfico, no veo yo a las familias humildes, que justo pueden poner comida en la mesa para sus hijos, preparadas para disfrutar alegremente el domingo en el elegante y modernísimo centro recreacional del aeropuerto.
Si lo que se desea es educar y recrear a las familias de Ciudad de México lo lógico hubiese sido ampliar el aeropuerto ya existente Benito Juárez a un coste mucho menor y en un plazo más breve y destinar el resto de los miles de millones a crear cientos de escuelas y centros de recreo en los barrios que lo necesitan. Y este sí que es un propósito que merece la pena planificar a 50 años.
Igual entonces, esos niños educados podrían salir de la pobreza, no tendrían que emigrar a USA y no habría que ampliar el aeropuerto para que regresasen de vacaciones.