
Imaginemos que un madrileño que de joven visitó en 1958 La Habana, cuando era una de las ciudades más bellas y atractivas del mundo, y el ingreso per cápita de los cubanos duplicaba al de los españoles , va ahora de nuevo a la capital isleña y con cuidado para no ser aplastado por un derrumbe o no pisar aguas pestilentes por las aceras y calles camina asombrado por Centro Habana, el Cerro, Habana Vieja y el Vedado, al tiempo que conversa con la gente para ver cómo vive.
Imaginemos también que al vacacionista un funcionario de turismo le pregunta qué le parece el avance del país desde su primera visita cuando “Cuba era explotada por el imperialismo y la burguesía nacional”, y lo anima para que vaya a Santiago de Cuba para Año Nuevo (2014) a los festejos por el aniversario 55 de la revolución.
El forastero sólo podría pensar dos cosas: “Este tío, o está mal de la cabeza, o me está tomando el pelo”. Y daría en el clavo, pues a fin de cuentas la revolución cubana en realidad ha sido ambas cosas: un disparate y una tomadura de pelo.
Cierto, y lo digo con tristeza, la mayor parte de mi generación fue hipnotizada por el verbo encendido de aquel tropical Flautista de Hamelin (como lo califica mi amigo escritor Manuel Gayol) llamado Fidel Castro, quien con su enajenante musiquita nos arrastró al abismo.
Lejos de alcanzar el futuro luminoso prometido por el barbado flautista, Cuba dejó de ser uno de los países con más alto nivel de vida en Latinoamérica en los años 50 y devino uno de los más pobres, y para colmo, sin los derechos y libertades que corresponden a una sociedad moderna.
Y es que, además de reprimir, hacer promesas y embaucar a los cubanos fue lo que mejor que hizo Fidel todo el tiempo. El mismo primero de enero de 1959, desde un balcón frente el parque Céspedes en Santiago de Cuba ya nos tomó el pelo a todos: “Nadie piense que yo pretenda ejercer facultades aquí por encima de la autoridad del Presidente de la República, yo seré el primer acatador de las órdenes del poder civil de la República, y el primero en dar el ejemplo”.
‘No me interesa el poder’
En la Sierra Maestra, al ser entrevistado en febrero de 1957 por Herbert Matthews (The New York Times), Castro había afirmado: “El poder no me interesa. Después de la victoria quiero regresar a mi pueblo a continuar con mi carrera de abogado”.
Volvió a burlarse del pueblo el 16 de febrero de 1959, al tomar posesión como primer ministro del Gobierno, cuando dijo que lo hacía provisionalmente. “Yo no soy un aspirante a Presidente de la República –dijo en el Palacio Presidencial.– no me importa ningún cargo público, no me interesa el poder”.
Unos días antes –el 7 de febrero—ya él mismo había redactado la “Ley Fundamental” que puso en práctica al asumir como jefe de Gobierno. Así echó abajo la Constitución de 1940 –que había prometido restablecer–, convirtió en ornamental el cargo de Presidente de la República y arrebató al Congreso las funciones legislativas, que pasó al Consejo de Ministros que él presidía. Es decir, el joven barbudo se convirtió en el gobernante más poderoso de toda la historia republicana, y luego en el dictador que en el mundo ha gobernado más tiempo en la era moderna: 52 años consecutivos (1959-2011)
En otra entrevista que le hicieron en las montañas, en mayo de 1958, Castro dijo: “Nuestra filosofía política es la de la democracia representativa“. Y por la Radio Rebelde insistía en que al triunfar la revolución se convocaría a elecciones presidenciales.
Ciertamente Fidel tuvo la oportunidad de pasar a la historia como un gran gestor de la democracia moderna en la isla. Pudo convocar elecciones, habría sido elegido y habría podido enrumbar el país hacia un Estado de derecho, con economía de mercado. Y hoy Cuba sería una próspera nación. No estaría en ruinas.
Pero para Castro era inadmisible gobernar sólo 4 años, incluso 8, ó 12 años si se enmendaba la Constitución. Lo suyo era vitalicio. Dominado por su narcisismo y su patológica obsesión por el poder lanzó la consigna de “¿Elecciones para qué?” y nunca las hubo. Cuba es hoy la nación que lleva más tiempo en todo Occidente sin realizar comicios democráticos: 65 años, desde 1948.
‘No soy comunista’
En su primera visita a Estados Unidos en abril de 1959, en el Club de Prensa de New York, Castro dijo: “Que quede bien claro que nosotros no somos comunistas. Que quede bien claro”. Y en Washington le dijo a los periodistas: “Yo no estoy de acuerdo con el comunismo. Cuba no nacionalizará ni expropiará propiedades privadas extranjeras y buscará, por el contrario, inversiones adicionales“.
En ese mismo mes de abril de 1959, en una entrevista concedida al periodista José Ignacio Rasco, entonces su amigo, Fidel le aseguró:
“No soy comunista por tres razones, y te lo digo para tu tranquilidad espiritual. Primero, porque el comunismo es la dictadura de una sola clase y yo he luchado toda mi vida contra las dictaduras y no voy a caer en una dictadura del proletariado. La segunda razón, porque el comunismo significa odio y luchas de clases y yo estoy en contra completamente de esa filosofía. Y la tercera porque el comunismo lucha contra Dios y la Iglesia…”
Ya en enero, en el Club de Leones de La Habana, Fidel había “aclarado” a la prensa: “No somos ni seremos comunistas. Nuestra revolución es genuinamente democrática, genuinamente cubana”.
Y antes, también en mayo de 1958 en la Sierra Maestra, había asegurado: “No he sido nunca ni soy comunista. Si lo fuese, tendría valor suficiente para proclamarlo”. Y agregó: “Nunca ha hablado el Movimiento 26 de julio de socializar o nacionalizar la industria. Ese es sencillamente un temor estúpido hacia nuestra revolución”.
Pero no era nada estúpido aquel temor. A los tres meses de tomar el poder, en marzo de 1959, intervino la corporación estadounidense International Telephone and Telegraph Company (ITT) . En agosto de 1960, 13 meses más tarde, Castro estatizó las 161 empresas estadounidenses que había en Cuba, incluyendo 36 fábricas de azúcar. Dos meses después estatizó ya todas las empresas industriales y comerciales, y los bancos de la isla. Y el 16 de abril de 1961 desveló el carácter comunista de la revolución, dijo que él era marxista-leninista desde hacía mucho tiempo y convirtió a Cuba en satélite de la Unión Soviética.
El soberbio comandante no tuvo reparos en admitir que se había burlado de todos. En 1968 el cineasta estadounidense Saúl Landau (fallecido recientemente) fue a la isla y entrevistó a Castro. Luego en su libro “Cuba y sus críticos” (1987) Landau escribió sobre aquella entrevista: “Castro me explicó que él se hizo marxista desde que leyó el ‘Manifiesto Comunista’ cuando era estudiante universitario, y que luego se hizo leninista cuando leyó a Lenin mientras estaba en la prisión de Isla de Pinos, en 1954”.
‘Nos bañaremos en leche’
A estos engaños iniciales del “máximo líder” luego siguieron las promesas de viviendas para todos, que Cuba sería gran productora de carne, leche, arroz, azúcar y café. Recuerdo bien cuando en un discurso en 1965 dijo: “En 1970 produciremos 10 millones de litros diarios y nos bañaremos en leche”. Y de 6 millones de cabezas de ganado vacuno que había en 1958, hoy hay apenas 3.5 millones con el doble de población y Cuba presenta un consumo de leche de sólo 0.14 litros por habitante, el más bajo consumo de todo el hemisferio occidental si se excluye a Haití, según la FAO.
Luego siguieron las maravillas de la emulación socialista, el trabajo voluntario y el “hombre nuevo”, la Zafra de los 10 millones, el Cordón de La Habana, el “Triángulo de Ceba” en Camaguey, el Plan Alimentario, o culpar al “bloqueo yanqui” de la improductividad comunista.
Si Fidel y su hermano Raúl quisiesen atenuar un poco la condena que les hará la historia como dictadores, deben urgentemente pedir perdón por tanta represión, y por tantos embustes, que hundieron a Cuba a niveles africanos de pobreza.
En fin, el 55 aniversario de la revolución evoca un acontecimiento fatal. Basta responder estas preguntas: ¿Se alimentan y viven hoy mejor los cubanos, tienen mayores ingresos, gozan de más libertad para progresar que hace 55 años? ¿Eligen libremente a sus gobernantes? ¿Por qué si en 1958 se importaba el 29% de los alimentos que el país consumía hoy se importa el 80% ¿ ¿Por qué si Cuba era un imán atrayendo inmigrantes hoy casi todos desean emigrar?
Y ojo, quien responde en la isla estas interrogantes puede ir a prisión por “propaganda enemiga”.