Dilema en Cuba: aflojar, o el desastre

Roberto Álvarez-Quiñones.

Albert Einstein  definía la locura de manera muy sencilla:   “Hacer la misma cosa una y otra vez y esperar resultados diferentes.”

Es eso lo que hacen  el  general  Raúl Castro y quienes junto con él mandan en Cuba. Insisten  en  construir o “actualizar” el socialismo, un sistema socioeconómico probadamente inviable, a la espera de obtener resultados positivos.

La cúpula castrista actúa desconectada  de la realidad y  hunde cada vez más a Cuba en una crisis que es ya devastadora, con una economía  postrada que suelta los pedazos pese a los petrodólares de Caracas.

Una  expresión de  este síndrome, que  lleva a confundir  el deseo con la realidad y  evoca lo que le pasó al Quijote por leer tantas aventuras de caballería,  es el  Perfeccionamiento Empresarial  (PE) raulista, que dicho correctamente se llama Cálculo Económico, un  mestizaje de  leyes económicas capitalistas con principios marxista-leninistas en las empresas estatales que ya se aplicó en la Unión Soviética y Europa del Este con resultados fallidos.

En 1920 el economista austríaco Ludwig von Mises publicó un célebre artículo titulado “El cálculo económico en la comunidad socialista”, en el que ya explicó por qué en un régimen comunista no era posible aplicar el cálculo económico, basado en gestionar mejor la relación cuantitativa entre los costos de producción, el mercado, los precios y las ganancias para aumentar la eficiencia y el crecimiento económico.

Irracionalidad económica

Von Mises,  Friedrich Hayek  y toda la Escuela Austríaca de Economía enfatizaron que el sistema comunista suprime el mercado, la propiedad privada y el  movimiento natural  de los precios, por lo cual no hay una base racional para la asignación de recursos.

El cálculo económico en Cuba (PE)  consiste en  que la gerencia socialista tiene más  autonomía (aunque sigue controlada centralmente) en su gestión y  obtiene un porcentaje de las utilidades de la empresa si cumple el plan centralmente trazado  de ganancias, rentabilidad, calidad de la producción y surtido. Las empresas pueden decidir los surtidos a producir y las inversiones a realizar. En tanto, los trabajadores  perciben una parte de la ganancia obtenida si logran reducir el costo de producción, o lo mantienen bajo, según fue planificado.

Luego de la muerte de Stalin, este sistema se aplicó en la URSS hasta su desintegración. Las empresas  tenían que ser rentables sin recurrir a subsidios del gobierno, trazaban su propio plan técnico y financiero.  Gozaban de autonomía total en contabilidad, la selección de proveedores y clientes, y disponían de fondos propios.  Los empleados  duplicaban su salario si sobrecumplían  en un 10% sus metas productivas,  y hasta lo triplicaban si las superaban en un 20%.

Lo mismo hicieron  todas las naciones comunistas, y  en forma más “atrevida” en Alemania Oriental con sus combinados industriales, más eficientes que las uniones de empresas en la URSS o los complejos industriales de Bulgaria, pero a años luz de las compañías de  Alemana Occidental.

En Yugoslavia se fue más lejos y las empresas estatales eran confiadas a cooperativas de trabajadores para que las gestionaran y obtuviesen  buena parte de las ganancias. La autogestión  descansaba en la asamblea y el consejo obrero, el comité de gestión y el director. Pero un comité estatal  nombraba a los directores de las empresas,  decidía las inversiones y los productos a fabricar.

En Cuba el PE se inició en 1987 en las empresas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y en 1998 en las civiles. Se aplicó en 767 empresas civiles, el  32% de todas las existentes.  Pero en 2002, al comenzar el flujo de petrodólares de Hugo Chávez a La Habana, Fidel  ordenó un regreso a la centralización estalinista-guevarista.

 

Centralismo a ultranza

La autonomía empresarial  y la vinculación del salario con lo producido  fueron rechazados siempre por Fidel Castro. Y personalmente le oí decir al Che Guevara que eso era una “traición al socialismo”, en una reunión en el Ministerio de Industrias a la que asistí en representación de la empresa Cubatex del Ministerio del Comercio Exterior.

El comandante argentino, a cargo de la industria cubana, era un enemigo acérrimo de la autonomía y el autofinanciamiento.  En febrero de 1964, en un encuentro con los trabajadores del Ministerio de Industrias, el  Che estableció que las empresas “consolidadas’ estatales (su gran aporte al desplome industrial en la isla),  tenían que ser  estrictamente controladas centralmente, pues había que  “considerar el conjunto de la economía como una gran empresa” , ya que si  a éstas se les daba autonomía  se convertirían en “lobitos entre sí  dentro de la construcción del socialismo…” .

Fue el Che quien creó  la “emulación socialista” y los estímulos morales (banderitas)  en vez de dinero  para los trabajadores sobrecumplidores del plan de producción.  “Los estímulos materiales corrompen  a la clase obrera” repitió luego Castro muchas veces.

Fidel estuvo renuente  a cualquier atisbo de autonomía empresarial hasta  principio de los 80, en que hizo una ligera pausa al colocar a Humberto Pérez, un economista formado en Moscú en la onda del cálculo económico soviético, al frente de la poderosa Junta Central de Planificación (JUCEPLAN),  el Ministerio de Economía por entonces.

Pero muy pronto, en 1986, en cuanto comenzaron a soplar los aires descentralizadores de la perestroika en la URSS, Castro pisó los frenos, destituyó a Pérez (a quien insultó y humilló en un discurso televisivo), resucitó al Che con su estalinismo a ultranza  y  lanzó la centralizadora “Rectificación de Errores y Tendencias Negativas”, para alejar a Cuba de la “reestructuración” soviética.

Sin embargo, sí  autorizó  el “perfeccionamiento”  en las empresas militares para que  no fuesen tan  desastrosas como las civiles.  Retirado Fidel por enfermedad, ahora  Raúl lo quiere extender  a toda la economía nacional, pues según los “Lineamientos” del  VI Congreso partidista  las empresas estatales son la espina dorsal  económica del país, y deben ser “estimuladas y fortalecidas”.

En las empresas en las que se aplica el PE  el salario de cada obrero depende del resultado de su trabajo. Las empresas son estimuladas, o penalizadas, según sea el rendimiento y los resultados financieros de su gestión. El PE, sin embargo, se aplica a menos de la mitad de los “consolidados” estatales del país. Son tan irrentables que no es posible ni apuntalarlos.

Sector privado urgente

O sea, en Europa el cálculo económico no salvó al comunismo (como anunció Von Mises)  y en Cuba ni siquiera se puede aplicar,  a menos que se hagan las reformas  de mercado  tipo chino o vietnamita.  Porque este sistema se basa en la eficiencia y la reducción  de los costos de producción, lo que  implica el despido  de los trabajadores que en realidad hacen muy poco, o nada. Y esos son casi dos millones.

El régimen está  atrapado en un callejón cuya única salida es la de liberar en grande  las fuerzas productivas y crear un sector privado amplio –y no sólo  de cuentapropistas–,  y facilitar las inversiones extranjeras de capital y tecnología, como en China y Vietnam, naciones formalmente aún comunistas.

En otras palabras, el gobierno está obligado a permitir pequeñas y medianas empresas privadas que sean capaces de asimilar a cientos de miles de trabajadores  que deberán ser  cesanteados para evitar el colapso total de la economía.

La economía cubana ha llegado a tal estado ruinoso que no está en condiciones ni de recibir primeros auxilios. No  puede asimilar siquiera la cura pasajera del cálculo económico.

Cuba necesita urgentemente miles de millones de dólares en inversiones de capital y tecnología, y el desarrollo de un sector privado pujante que compense la obsolescencia tecnológica estatal, la falta de inversiones, el desabastecimiento de insumos y equipos, la desorganización, la negligencia,  y  muy en particular la bajísima productividad de la fuerza de trabajo estatal, que me atrevo a considerar como una de las más ineficientes del mundo porque hace medio siglo que no tiene posibilidad alguna de entrenarse adecuadamente para ser eficiente.

En fin, Raúl Castro tiene por delante un gran dilema:  o afloja la mano y concede  libertad económica  a los cubanos,  o  la población verá agravarse el atraso y la pobreza en que ha sido sumergida, y tampoco se cumplirán los acuerdos del VI Congreso partidista. Y algo que sí cuenta para  la dictadura:  la élite militar  que ya teje paulatinamente las bases del postcastrismo puede perder incluso la plataforma económica de su sustentación.

Cualquier otra cosa que hagan el dictador y su generalato empeorará la enfermedad tan genialmente definida por Einstein.

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