Estas Navidades serán las primeras sin la tradicional pareja de la mula y el buey en el portal de Belén que durante siglos acompañó a las venerables figuras de José, María y el niño Jesús.
Pero serán también las primeras en las que podamos tuitear al Santo Padre para comunicar directamente al Vaticano nuestras preocupaciones con el estado de la iglesia o nuestros humildes pecados.
Es como si el anuncio de la desaparición de la mula y el buey enterrase una parte de la inocente infancia en la que vivimos cuando el aliento de aquellos animales en los belenes de las plazas de tantos pueblos parecía garantizar la salvación de nuestras almas.
Las revisiones a nuestras imágenes más queridas de las Navidades se incluyen en el libro “La infancia de Jesús” escrito por el Santo Padre en el que nos cuenta de otra forma aquellos primeros años de la vida de Jesús.
No discuto la buena intención de Joseph Ratzinger, pero siento que ha sido un golpe bajo a nuestros recuerdos mitológicos de la escena más conmovedora de las Navidades.
Un comunicado del papa Benedicto XVI lo explicó de una manera simple: “en el Evangelio no se habla de animales”. Resulta que según el Papa, como era un pesebre –parece que la localización del nacimiento de Jesús de Nazaret todavía se mantiene en pie-, la iconografía cristiana les añadió con toda lógica. Como para que resultase más real, vaya.
Por eso estos días he debatido en profundidad qué hacer con las dos figuras queridas de la mula y el buey.
¿Las tiro a la basura? Se me queda la escena un poco despoblada, entre otras cosas porque el número de pastorcillos es cada vez más escaso.
Puede parecer intrascendente, pero esta revisión de las figuras del portal de Belen pone en cuestión muchas otras cosas de la tradición católica. ¿Y si todo lo que nos contaron comienza a revisarse de igual forma? ¿Qué pasa con otras cosillas como la virginidad de María y las visitas a deshoras del Espíritu Santo a espaldas de José?
Ratzinger sabe de las dudas existenciales en las que muchos pueden entrar y por ello ha dado todo tipo de explicaciones racionales: “No había animales en el pesebre pero el nacimiento de Jesús fue virginal. No es un mito. Es verdad. Un sí sin reservas”.
¡Menos mal! La rotundidad de las explicaciones del Papa demuestra su carácter y pueden ayudar a que no sigan rondando las incógnitas entre los ciudadanos de a pie que pudieran caer en la tentación del agnosticismo o peor aún, del ateísmo.
Porque las revisiones no han quedado ahí. Otra revisión incluida en el libro ha tambaleado las estructuras de la tradición católica: La estrella que guió a los Reyes Magos a Belén tampoco existió como tal. El papa Benedictino XVI matizo, no obstante, que la Adoración de los Reyes fue un acontecimiento histórico y que “estos tres hombres “religiosos y filósofos” se encaminaron hacia Galilea, siguiendo una estrella de las llamadas supernovas, que efectivamente explotó en aquellos años”. Es decir, hubo Reyes Magos, pero sin la estrella tan resplandeciente que también acompaña las imágenes del portal de Belén.
Las sorpresas no acaban ahí. Benedicto XVI asegura que Melchor, Gaspar y Baltasar procedían de Tarsis -o Tartessos-, un reino que los historiadores ubican en algún punto indeterminado entre las provincias de Huelva, Cádiz y Sevilla. Es decir: los Reyes Magos eran andaluces.
El oro, incienso y mirra tan comentados procedían de Andalucía. Ahora me explico cómo se encuentra esta región española, con la tasa de desempleo y fracaso escolar más altos de Europa. Dos mil años de historia y seguimos igual: los ricachones terratenientes blanqueando capitales en el extranjero y sin pagar impuestos.
Todas esas revisiones historiográficas han venido acompañadas del anuncio de la cuenta en Twitter del Papa. Antes de enviar sus primeros 140 caracteres ya contaba con medio millón se seguidores, simplemente por el hecho de realizar el anuncio. Como comentó un paisano mío torero estupefacto ante un intelectual que se declaró “filósofo” de profesión: “Hay gente para todo”.
El CEO del Vaticano ha debido recibir la inspiración divina conminándole a modernizarse de una vez por todas. Lo explica muy adecuadamente el padre jesuita Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede: “Como muchas personas de su edad -85 años-, no es un ser digital y, por lo tanto, no utiliza las redes sociales como lo hacen los jóvenes pero entiende su importancia y su potencial”. Habrá tuits en una variedad de idiomas para demostrar que la iglesia es una precursora multinacional globalizada desde los tiempos de San Pedro. Me quedé tranquila.