…y tan cerca de Estados Unidos

Que el gobierno de México no va ganando la guerra contra la delincuencia organizada ya se sabía: basta recordar la cifra

David Torres.

de más de 30 mil muertos para comprobarlo. Que por esa razón se ha perdido el control de algunos estados del norte del país a manos de los carteles, también ya era cosa conocida.

Que es baja la preparación de muchos de quienes están a cargo de la seguridad –policías y militares—se ha demostrado con creces, aun antes del actual gobierno. Que hay desconfianza entre las propias corporaciones, para nadie es un secreto. O que la corrupción se ha convertido en el engranaje cultural del ejercicio del poder en diversos niveles es algo que ya nadie puede ocultar aunque lo intente.

Es decir, la información dada a conocer a través de WikiLeaks sobre el momento que vive México sólo ha venido a confirmar todo lo anterior, sin que hasta hoy ninguna de tales apreciaciones pueda ser refutada, ni por la vía diplomática ni por la vía de los hechos. No hay otros. Están ahí para restregarlos frente a quien pretenda desmentirlos.

En todo caso, WikiLeaks también ha refrescado aquella frase atribuida a Porfirio Díaz: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Y vaya que el gobernante dirigió al país durante 30 años para saber lo que decía.

En efecto, la vecindad entre dos naciones actualmente democráticas no es condición sine qua non para la confianza absoluta. Y lo que ha exhibido la serie de filtraciones a través de cables sobre México es, en esencia, una sensación de “vecino incómodo” pero inevitable.

Al mismo tiempo comprueba que en el ámbito internacional hay un doble discurso: aquel que se utiliza con toda retórica y melosa pulcritud en los cónclaves continentales –tan llenos de abrazos, apretones de manos y palmaditas en el hombro–, y aquel que, tras bambalinas, se procura para decir exactamente qué se piensa del otro, pero que, evidentemente, nunca se daba a conocer. Hasta que apareció WikiLeaks.

Alguna vez lo dijo con toda sinceridad el fallecido Adolfo Aguilar Zínser, embajador de México ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU) durante el gobierno de Vicente Fox: “Seguiremos siendo patio trasero [de Estados Unidos] mientras haya quien piense en México que hay que ‘tragar camote’”. Es decir, mientras se tenga una actitud de sumisión.

Así de sencillo y así de complejo es el nexo inevitable que la caprichosa geopolítica ha impuesto entre los dos países.

Pero, más allá de ello, WikiLeaks aclara la situación y pone sobre la mesa cuestiones de fondo más que de forma. Sobre todo una: el derecho del público a la información.

Es cierto que se cuestiona la manera como se ha obtenido la inmensa cantidad de cables por parte de ese sitio digital que encabeza el australiano Julian Assange –muchos consideran que es un “robo cibernético”–, y que salpica directamente al Departamento de Estado que lidera Hillary Clinton, por las referencias que hace respecto de otros países y sus mandatarios.

Sin embargo, el sólo hecho de saber que se puede acceder a una información de relevancia internacional mediante WikiLeaks o a través de los cinco periódicos seleccionados para transmitir los contenidos con base en acuerdos éticos –a saber, The New York Times, The Guardian, Le Monde, Der Spiegel y El País–, representa un salto cualitativo en el ejercicio periodístico, últimamente tan cargado a la superficialidad por el encandilamiento que han representado las nuevas herramientas cibernéticas, que han servido, incluso a muchos periodistas, más para presumir que “ya saben” usarlas, que para descubrir su verdadero potencial informativo, y no sólo informático.

Por otra parte, la información divulgada y la que esté por darse a conocer se ha convertido en pieza de análisis no solamente diplomático, sino estrictamente histórico e incluso periodístico, pues dada su inmediatez no será necesario dejar a las generaciones de historiadores o periodistas del futuro la tarea de escarbar en archivos, pues los datos ya se tienen a la mano, así sean incómodos para los involucrados. De haber existido algo parecido a WikiLeaks en el Siglo XIX, tal vez la pérdida de territorio no habría sido tan devastadora para México.

Con tales datos, por ejemplo, se puede poner en contexto la nueva correlación de fuerzas que impera en el mundo, e incluso puede servir para la autoexpiación país por país y así tomar decisiones que no fisuren más la dinámica de la interdependencia mundial, la cual, al fin y al cabo, seguirá siendo el eje rector de la convivencia.

Pero tal como están las cosas, era de esperarse que, de un momento a otro, Assange fuese detenido (como ya ocurrió en Londres), que WikiLeaks sea desaparecido, que su tarea se convierta en una curiosa anécdota histórica de Internet… y que Estados Unidos, bajo cualquier gobierno, siga opinando de países como México lo que ya todo mundo sabía.

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